Un siglo de rentable unión entre moda y cine
«La ropa está ahí para transmitir emociones», sentenció una vez Pedro Almodóvar a propósito del vestuario de sus actrices. El cineasta manchego estrena el viernes 22 Dolor y gloria, y quienes ya la han visto —y lo conocen— aseguran que hay mucho de su propio guardarropa en lo que Antonio Banderas luce en la película. El mismo tipo de prendas que suele llevar, las mismas marcas que abundan en su armario (de los Alvarado y Montesinos de sus inicios a las más actuales Missoni y Prada). No podía ser de otra manera, con el actor malagueño ejerciendo de alter ego del realizador. Y porque para abordar un personaje con honestidad también hay que mirar lo que lleva puesto.
La ropa como herramienta psicológica es un recurso de amplio recorrido en las artes escénicas, aunque solo el cine la ha incorporado a su relato en términos de moda. La cuestión está documentada desde sus albores, con la participación activa de modistas y casas de costura.Paul Poiret vistió a Sarah Bernhardt en la primera adaptación de La dama de las camelias (1912) y a Francesca Bertini en Odette (1916), mientras que Jeanne Lanvin se ocupó de Raquel Meller en Carmen(1926) y La venenosa (1928) y, ya en Hollywood, de Joan Bennett en Cómicos en París. Vionnet hizo lo propio con Marion Davies en Papá solterón (1931) y Coco Chanel se agenció a Gloria Swanson (Esta noche o nunca, 1931) y Joan Blondell (Tres rubias, 1932), merced al contrato que firmó con Samuel Goldwyn por un millón de dólares…
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