¿A qué se debe que el tiempo nos parezca a veces muy largo y a veces muy corto?
El tiempo mental, esto es, aquél cuyo paso percibimos, no se mide por relojes mecánicos sino por el sensitivo reloj fisiológico de los centros medidores del tiempo que tenemos en el cerebro. La fuerza motriz de este reloj es nuestro metabolismo; su regulador, la química de nuestras emociones.
Cuando el reloj mental se adelanta, los minutos nos parecen horas. Cuando se atrasa, da a los minutos brevedad de segundos.
Hay personas cuyo reloj mental anda siempre atrasado. Esto las expone a continuas sorpresas cuando caen en la cuenta de que es más tarde de lo que habían creído. Por lo general, nunca llegan con puntualidad a una cita: el reloj mecánico anda para ellas tan deprisa que jamás llegan a darle alcance. Otras personas hay cuyo reloj interior va tan adelantado que el tiempo mecánico transcurre para ellas con una lentitud tal que cada quince minutos les parece una hora. Quien dé cita a una de estas personas puede apostar que llegará con anticipación.
En algunas personas el reloj mental parece hallarse sincronizado con el reloj de pared. Es corriente que éstas adivinen qué hora es, sin equivocarse en más de diez minutos. Experimentos llevados a cabo en una de las principales universidades de los Estados Unidos demostraron que cerca de la mitad de los individuos puestos a prueba tenían una noción tan precisa del tiempo que les era dable despertar a la hora que se hubiesen propuesto. Pero aun estos relojes humanos son susceptibles de adelantarse o atrasarse una que otra vez.
El reloj mental se halla sujeto a diversas influencias, por ejemplo, la de los cambios de temperatura de nuestro cuerpo. El Dr. Hudson Hoagland, biólogo notable, descubrió que cuando estamos acalorados nos parece que el tiempo transcurre lentamente; cuando nos abraza la fiebre, se desliza a paso de tortuga. Por el contrario, si nuestra temperatura es inferior a lo normal, el tiempo pasa con rapidez increíble.
Cuando se trabaja con éxito el tiempo vuela. Las pruebas efectuadas en la Universidad de Washington mostraron que taquígrafas, tenedores de libros y contadores hallaban el tiempo casi una tercera parte más corto cuando estaban activamente entregados al trabajo que cuando permanecían mano sobre mano.
Todo estado de ánimo influye en nuestra noción del tiempo. De los casos estudiados en el colegio del Estado de Arizona se desprende que una disposición de ánimo en que predominan la esperanza y el optimismo acorta el tiempo; en tanto en que dominen la duda y la ansiedad, lo alarga. Mientras más deprimidos nos sentimos, más interminables nos parecen las horas.
Si a usted le parece que el tiempo está transcurriendo con excesiva lentitud y quiere apresurarlo, tómese una taza de té o de café. Surtirá el efecto deseado. El alcohol obra en dos sentidos opuestos en nuestra noción del tiempo. Al tratarse de cortos intervalos, lo acelera: cuarenta y cinco minutos pueden llegar a parecernos un cuarto de hora. En períodos largos, nos hace sentir que el tiempo pasa mucho más lentamente. Mediante una serie de experimentos que llevó a cabo en la Universidad de Graz, el sabio alemán Othmar Sterzinger demostró que este cambio de efecto del alcohol ocurre en la mayoría de las personas en el espacio de veinte minutos. Así pues, las bebidas alcohólicas no son lo más indicado para «matar el tiempo».
Lo corto o largo que se nos haga el tiempo depende también en gran medida de nuestra edad. En los comienzos de la vida -infancia y adolescencia- el tiempo mecánico nos parece interminable. Va acelerándose progresivamente cada año, hasta que al acercarnos a la vejez sentimos en realidad que el tiempo vuela. El sabio francés Pierre Lecomte du Noüy ha llegado tras detenidos estudios a la conclusión de que el niño vive física y psicológicamente en sólo una hora tanto como el hombre de sesenta años en cinco horas. No ha de sorprendernos, pues, que resulte difícil lograr que el niño concentre la atención por más de un breve espacio: diez minutos duran para él tanto como cincuenta minutos para las personas de edad avanzada.
Todo tiende a demostrar claramente que el tiempo que en realidad vivimos no es el tiempo que marca el reloj, sino aquél otro cuya medida nos la da el reloj que llevamos en el cerebro.
Tomado de: Cómo pasa el tiempo Por: John E. Gibson, Condensado de «This Week» en: Selecciones del Reader’s Digest. Junio de 1953. pp 105-106.
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