«Se pasean por todo el mundo mirando un mapa, sin costarles blanca ni padecer calor, ni frío, hambre ni sed» Don Quijote
Un mapa es comienzo de aventura. Viajes y búsquedas de tesoros, guerras y exploraciones, todo se presenta a la vista con sólo extenderlo. Aun en vuestro sillón el mapa es una alfombra mágica que al instante traslada la imaginación a donde se quiera ir.
En nuestros días los mapas de carreteras se distribuyen sin restricciones, pero en otros tiempos los mapas eran secretos celosamente guardados; quienes los divulgaban podían ser torturados y hasta ejecutados. Para el corsario una carta marítima capturada podía constituir botín más rico que el oro en barras, porque en el mundo poco conocido de entonces bien pudiera señalar el camino a la fortuna. Los marinos de Tiro tenían pues sus rutas comerciales que ocultar; los navegantes árabes, sus fuentes de jengibre, alcanfor, laca y seda; los españoles, el oro del Nuevo Mundo; los holandeses, su monopolio de especias de las Indias Orientales.
Los mapas que Colón y Magallanes trazaron de sus viajes inmortales fueron escondidos en el Archivo de Indias, en Sevilla, pero despertaron tal codicia que mediante el soborno y el robo desaparecieron misteriosamente. En el siglo XVII la Compañía de Indias Orientales Holandesas imprimió 180 planchas con las rutas de navegación a la India, el Estrecho de Malaca, China y Japón (donde todos los mapas estuvieron mucho tiempo prohibidos a los extranjeros), pero este Atlas Secreto fue destinado al uso exclusivo de los capitanes de la empresa.
En esa época Holanda se vanagloriaba de cartógrafos maestros como Mercator, Blaue y Jansson. Una de las exquisitas obras del último pende ahora de mi pared, un mapa de hace trescientos años, de las ricas Islas de las Especias, adornado con serpientes de mar y ballenas con surtidores de agua, galeones a plena vela y bosques de nuez moscada y clavo de olor.
Hoy la cartografía es actividad internacional, lengua común en el mundo entero. Además de los mapas políticos y físicos, los hay del fondo del océano, así como de las cavernas para los espeleólogos; mapas para el aviador y para los excursionistas. Pero, para nosotros los legos, nada hay mejor que un buen atlas. Allí podemos viajar a todos los lugares que tal vez nunca nos sea dado ver: las antiguas ciudades de Samarkanda, Estambul y Phnom Penh; ríos de epopeya como el Níger, el Indo y el Tigris; la Costa de Oro, la Costa de Marfil, las Islas de Barlovento y Sotavento… Todos esos nombres que suenan a música.
Los griegos de la antigüedad fueron de los primeros en preguntarse cuál sería la forma del mundo en su conjunto y en representarlo; brillantemente, lo concibieron como una esfera. Claudio Tolomeo, astrónomo y geógrafo greco-egipcio, terminó su gran Atlas alrededor del año 150 de nuestra era. Mostró allí que Grecia no era el centro del mundo, como lo supieron griegos anteriores. Conquistas y viajes permitieron a Tolomeo trazar un mapa de Europa hasta Dinamarca y las Islas Shetland al Norte, mientras que hacia el Sur bosquejó gran parte de África y hacia el Este una extensa región que denominó la India. A través de las caravanas de camellos que traían seda del ignoto Oriente, así como por los esclavos y el marfil procedente del continente negro, estos hombres de la antigüedad adivinaron tierras más allá de lo conocido y comprendieron que eran apenas unas ranas en torno al charco del Mediterráneo.
Durante la Edad Media se perdió mucha de la cultura clásica. Los monjes medievales, que jamás salieron de sus claustros, hicieron mapas del mundo basados únicamente en una candorosa fe religiosa. Jerusalén era habitualmente el centro. El Este y no el Norte se colocaba arriba, pues allí se suponía que estaba el Paraíso. Dado que la Biblia hablaba de «los cuatro rincones de la tierra», algunos cartógrafos aceptaron que esto significaba que el mundo era cuadrado u oblongo, y así lo trazaron, adornándolo con los monstruos grotescos que presumían habitaban esas distantes regiones.
Mas las peregrinaciones, las Cruzadas, el viaje de Marco Polo a China, los de los exploradores portugueses en busca de una ruta de navegación a las Indias alrededor de África, contribuyeron a extender los límites del mundo conocido. El primer mapa (1500) de los nuevos descubrimientos en el «Mar Océano» fue el pintado rudimentariamente sobre cuero de buey por Juan de la Cosa, uno de los capitanes que acompañaron a Colón. En 1506 apareció el primer mapa impreso del Nuevo Mundo; el único ejemplar que queda está en el Museo Británico, que tiene una de las mejores colecciones de mapas del Mundo.
Esos mapas de los primeros tiempos son encantadoramente inexactos, pero también la mayoría de los mapas modernos carecen de exactitud. A causa de que la Tierra es redonda, el único mapa realmente fiel es el globo. Sin embargo, dado que los globos son muy pequeños para mostrar detalles, o demasiado grandes para ser prácticos, tenemos que hacer plano lo que es redondo, y se logra esta hazaña imposible transigiendo mediante lo que denominamos proyección. La proyección de Mercator, que de sobra hemos visto en la escuela y en la oficina, da por resultado una deformación que aumenta según se aleja uno del ecuador, al punto que Groenlandia aparece más grande que América del Sur, la que en realidad es ocho veces mayor.
En 1891 el geógrafo vienés Alberto Penck propuso por primera vez un mapa internacional del mundo, trazado en escala única y con un sólo sistema de símbolos. El plan contemplaba un mapa de magnitud tal que cuando se juntasen las hojas componentes cubrirían una esfera de unos once metros de diámetro, o sea un millonésimo del tamaño de la tierra. Se instaló una oficina en la Gran Bretaña a la que cada nación mandaría su parte correspondiente, pero las dos guerras mundiales determinaron otras tantas interrupciones. Restablecida la paz, este mapa gigante ha quedado a cargo de las Naciones Unidas.
Según el Dr. Pe-Lou Chang, director del programa, casi todos los países miembros han remitido sus hojas respectivas. Algunas carecen de suficiente exactitud, o los acontecimientos recientes las han hecho anacrónicas; y, por supuesto, de los países tras la cortina de hierro es casi imposible obtener información. No obstante, ya se cuenta con mapas precisos para la mitad de la superficie terrestre, aproximadamente.
Tomado de: El encanto de los mapas Por: Donald Culross Peattie en: Selecciones del Reader’s Digest. Junio de 1956. pp 66-68.