Los pergaminos del Mar Muerto ¿Qué significan? – Primera Parte

El hallazgo de fragmentos de la más antigua versión de la Biblia que se conoce (los pergaminos del Mar Muerto) puede arrojar más luz sobre los orígenes del cristianismo.

Era un día de 1947. Por las laderas de un cerro cercano a la orilla noroeste del Mar Muerto, Muhammad adh – Dhib, delgado muchacho beduino de tez oscura y unos 15 años de edad, se dedicaba a buscar una cabra perdida. Una estrecha abertura que se veía en el frente de la rocosa pendiente llamó su atención. Se puso a lanzar piedras por ella; y le intrigó el ruido que producían al chocar, como si algo se rompiera.

Soñando con tesoros escondidos, adh – Dhib invitó a un joven compañero amigo Ahmed Muhammad, a explorar el lugar objeto de su curiosidad. Trabajosamente lograron los dos muchachos meterse por la pequeña abertura y, descendiendo, se hallaron en el piso de una caverna de unos ocho metros de largo y dos de ancho. Allí, entre fragmentos de alfarería, encontraron unas ánforas cilíndricas de unos 60 centímetros de alto.

Rompiendo las tapas, en vez de oro o piedras preciosas los muchachos encontraron unos bultos oscuros y malolientes, envueltos en tela. Desgarraron ésta y pudieron contemplar entristecidos 11 en rollos de pergaminos cubiertos de una sustancia negra parecida a la brea; en realidad, cuero descompuesto.

Los rollos, de 90 centímetros a 7,30 metros de largo, estaban hechos de tiras de piel de carnero, cocidas en sucesión por los extremos y como del grueso de un cartón corriente. En una de sus caras se veían columnas de una escritura extraña: un tipo arcaico del hebreo. Nuestros jóvenes se sintieron profundamente desilusionados.

La verdad es que habían llevado a cabo el más importante descubrimiento de manuscritos efectuado en nuestra época. Y éste ha hecho que, como reacción en cadena, se haya iniciado una serie de exploraciones y hallazgos, que en nueve años ha convertido la árida región del Mar Muerto en un verdadero paraíso para los arqueólogos.

En Belén, los muchachos ofrecieron en venta el mayor de sus rollos a un anticuario, pidiéndole por él 20 libras esterlinas. El comerciante no quiso comprarle, sin poder soñar siquiera que pocos años más tarde, cinco de los once rollos se venderían por 250000 dólares. En Jerusalén dieron con un negociante en antigüedades que les ayudó a conseguir unas cuantas libras esterlinas. Y en esta ciudad el grupo de pergaminos se dividió en dos lotes: seis (que constituyen tres obras) fueron comprados por la Universidad Hebrea; y los otros cinco (cuatro trabajados) por el Arzobispo Samuel, del Monasterio Ortodoxo Sirio de San Marcos. Fueron estos últimos los que posteriormente se vendieron por la enorme suma de 250000 dólares.

En esa ocasión un empleado de Departamento de Antigüedades de Palestina los calificó de “faltos de valor”.

En febrero de 1948, el Arzobispo Samuel envolvió en papel de periódico sus cinco rollos de pergaminos y los envió por medio de dos sacerdotes, a través de Jerusalén –que a la sazón era teatro de guerra- a la Escuela Norteamericana de Investigaciones Orientales. El director interino de ésta, Dr. John Trever, se dio cuenta de que se trataba de un libro del Antiguo Testamento (el de Isaías), y se dispuso a estudiar aquella extraña escritura. La forma de las letras indicaba que los pergaminos databan de tiempos anteriores a Cristo. ¡Esto era una cosa increíble! Nunca se había sabido que existiera ningún libro del Antiguo Testamento en hebreo, que datara de más de once siglos; y jamás se habían encontrado en Palestina manuscritos antiguos.

Trever se apresuró a enviar dos pequeñas copias fotográficas de algunas porciones del Libro de Isaías al Dr. William Albright, famoso arqueólogo e historiador de la Universidad de Johns Hopkings. Albright examinó cuidadosamente las copias con una lente de aumento; y después de unos veinte minutos de observarlos, corrió a buscar a dos estudiantes graduados y les mostró las fotografías. Después se sentó a su escritorio y escribió una carta en la que manifestaba que los pergaminos databan de unos 100 años antes de Jesucristo y los calificaba de “hallazgo absolutamente increíble” y “el descubrimiento más importante de manuscritos efectuados en los tiempos modernos”.

Algunos eruditos no estuvieron de acuerdo con él; y hasta hubo uno que calificó todo este descubrimiento como un “engaño”. Pero, lentamente al principio, y a torrentes después, fueron surgiendo pruebas que apoyaban la opinión de Albright. Beduinos y arqueólogos principiaron a escudriñar los cerros situados al Oeste del Mar Muerto. Los hallazgos se sucedieron unos a otros. Algunos de ellos resultaron útiles para la evaluación de los descubrimientos originales; otros fueron de por sí sensacionales.

De las telas encontradas en la caverna primeramente descubierta, se enviaron algunas porciones a Chicago, en donde los especialistas del Instituto de Estudios Nucleares las quemaron y midieron la radioactividad del carbón con un contador Geiger. Estos científicos llegaron a la conclusión de que las telas habían sido hechas de lino entre el año 167 antes de Jesucristo y el 233 de la Era Cristiana.

Por otra parte, se encontraron además otros fragmentos de manuscritos que indicaban que el material del hallazgo formaba parte de una biblioteca considerablemente extensa. Pero ¿por qué habían depositado los rollos en aquél yermo? La respuesta se encontraba a menos de 550 metros de la caverna, en unas ruinas que desde hacía muchos años habían figurado en los mapas.

Estas ruinas de Qumram, llamadas así por la cañada cerca de la cual se encuentran, habían sido erróneamente tenidas por restos de una fortaleza romana. Los arqueólogos principiaron a hacer excavaciones que mostraron que dichas ruinas eran de un monasterio de una secta judía, aparentemente la de los esenios, y que databan aproximadamente del año 125 a.de J.C. al 68 de nuestra era.

Fue significativo el hecho de que el edificio principal contenía una sala de escritura, en la que había restos de una mesa larga y algunos tinteros, uno de los cuales contenía todavía tinta seca. Se encontró también un ánfora entera idéntica a las descubiertas en la caverna de adh – Dhib. Todo esto demostraba claramente que habían sido los ocupantes del monasterio quienes depositaron los manuscritos en la caverna. Las fechas de unas 400 monedas halladas ahí, así como otros indicios, mostraban el tiempo en que había sucedido esto: el año 68 de la Era Cristiana, cuando los ocupantes, advertidos de que se acercaba la Décima Legión Romana, se apresuraron a esconder su valiosa biblioteca.

Los beduinos que exploraban los alrededores de Qumran descubrieron, por su parte, una segunda caverna. Esta contenía fragmentos de cinco libros del Antiguo Testamento: ¡Otro hallazgo de trascendental importancia! Escudriñando los arqueólogos nuevamente el lugar, dieron con la tercera caverna, a un kilómetro y medio de distancia hacia el Norte. Los restos que contenían ocultaban unas láminas o tiras de cobre de un metro de ancho, escritas y enrolladas en forma apretada. Originalmente habían formado una sola placa, evidentemente importante y que había estado colocada en algún lugar del monasterio. ¿Qué decían estas láminas? La respuesta a esta pregunta la tiene la Universidad de Manchester, a la que se ha confiado la tarea de preparar dichas láminas o tiras de cobre –ahora corroídas y quebradizas- para su debido estudio.

Tomado de: ¿Qué significan los Pergaminos del Mar Muerto? Por: Don Wharton en: Selecciones del Reader’s Digest. Junio de 1956. pp 52-57.

 

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