La caverna Nº 4, descubierta enseguida por los beduinos ha sido la más extraordinaria de todas. Esta no es una caverna natural, sino una cavidad trabajada en el acantilado de la montaña, a unos cuantos centenares de metros del monasterio
De ella extrajeron sus descubridores millares de fragmentos de varias clases: partes de todos los libros del Antiguo Testamento, excepto el Libro de Ester; la mayor parte de los libros apócrifos conocidos y muchos otro nuevos, y varios documentos relativos a la secta: en total, por lo menos unas 332 obras. Entre dichos fragmentos se encontraba un grupo que, debidamente ordenado, formó una obra mucho más antigua que cualquiera de las descubiertas en la primera caverna.
Los beduinos efectuaron después dos descubrimientos todavía más valiosos. A ocho kilómetros de la orilla del Mar Muerto, en la cima de un cerro cónico, desenterraron varias piezas de pergaminos correspondientes al Nuevo Testamento, escritas en griego hace 1300 años. Después de esto, un poco más al Sur, en el Desierto de Judea, descubrieron todo un grupo de cavernas llenas de rico material, inclusive una versión en griego de los Profetas Menores que data de unos 1800 años.
Y todavía no se ve el fin, pues los beduinos continúan sus exploraciones. Tampoco sabe nadie la cantidad de pergaminos que aún se encuentra en sus manos. Además, todavía es demasiado temprano para evaluar el significado completo de los descubrimientos efectuados; miles de los fragmentos ordenados en el Museo Arqueológico de Palestina, en Jerusalén, no han sido aún identificados.
Un grupo de eruditos internacionales –ingleses, estadounidenses, franceses, alemanes y polacos- trabaja actualmente en este complicado rompecabezas histórico. Los quebradizos y arrugados fragmentos cubiertos de lodo seco tienen que ser humedecidos, aplanados bajo un vidrio y limpiados pacientemente con un cepillo muy fino. Algunos de ellos son tan negros que sólo pueden descifrarse por medio de fotografía infrarroja. Y aún después de haberlos limpiado y leído, tarda a veces un especialista toda una semana en colocar un fragmento en su debida posición.
Sin embargo, los hechos descubiertos hasta la fecha son fabulosos. Antes de que se efectuaran estos descubrimientos, el mundo carecía de un libro completo del Antiguo Testamento, escrito en hebreo, con anterioridad al año 827 de la Era Cristiana. Ahora ya se cuenta con un libro completo de Isaías copiado 100 años antes de Jesucristo; y además existen centenares de fragmentos del Libro de Samuel, que se remontan alrededor de 225 años antes de nuestra era, así como millares de fragmentos de todos los otros libros del Antiguo Testamento, excepto uno, casi de la misma edad. Con anterioridad a 1947, no existía ningún comentario sobre el Antiguo Testamento que fuera anterior a la Edad Media. Ahora se posee un comentario completo sobre Habacuc, copiado antes de Jesucristo.
Todo esto quiere decir que los eruditos en asuntos bíblicos han adquirido, en una sola y luminosa década, nuevos y mejores medios para efectuar su tarea principal: la reconstrucción de un texto más cercano al original. Uno de estos sabios me decía que, una vez que se haya usado el nuevo material, casi no habrá un solo capítulo del Antiguo Testamento que no sufra algún cambio. Sin embargo, esos cambios serán ligeros; y el nuevo material parece confirmar la esencial exactitud de los textos actuales.
Los manuscritos iluminan hechos hasta ahora desconocidos acerca de la secta judía, aparentemente la de los esenios, que ocupaba el monasterio de Qumran en la época de Jesucristo. Sabemos por ellos que se ponía ésta de 200 individuos, en su mayoría célibes, y que para pertenecer a ella se requería hacer dos años de noviciado. Había sacerdotes y ancianos, practicaban el bautismo y la comunión a diario y creían que mediante las enseñanzas de “un maestro de la virtud” se les había otorgado una nueva revelación.
Estos nuevos conocimientos sobre los esenios han provocado controversias. En general los eruditos están de acuerdo en que los manuscritos aportan extraordinarios indicios que existían grandes semejanzas entre algunas de las costumbres, creencias y fraseología de la secta de Qumran y las de los primeros cristianos. Donde difieren es en el significado de estas semejanzas y en la importancia que se debe dar a algunas disparidades. Por ejemplo, las enseñanzas de Jesucristo no contienen ninguno de los legalismos de la secta de Qumran, ni tampoco su glorificación por el sacerdocio, su ascetismo o su clandestinidad.
Una de las personas que han estado más estrechamente vinculadas a los pergaminos fue el Dr. Millard Burrows, director del Departamento de Lenguas y Literatura del Cercano Oriente en la Universidad de Yale. Después de trabajar en ellos durante años y traducir gran parte al idioma inglés, el Dr. Burrows afirmó en un escrito: “No existe ningún peligro de que los Pergaminos del Mar Muerto lleguen a modificar nuestro concepto del Nuevo Testamento hasta el punto de que se requiera revisar algún artículo fundamental de la fe cristiana”. Y otro reconocido sabio, el Dr. Frank Cross, dice: “No hay razón para que ningún cristiano tema estos textos. Por el contrario, debemos dar gracias a Dios de que ahora podemos sentirnos más contemporáneos de Jesucristo”.
Que tanto se deba al descubrimiento efectuado por dos muchachos beduinos, puede parecer irónico a algunos. Pero no hay razón para pensar así. En toda la Biblia, así como en la historia del mundo, abundan los ejemplos de que gente sencilla y humilde ha sido instrumento de grandes fines.
Tomado de: ¿Qué significan los Pergaminos del Mar Muerto? Por: Don Wharton en: Selecciones del Reader’s Digest. Junio de 1956. pp 52-57.
Volver a la Primera Parte
5