Una Supercopa que puede cambiar una temporada para el Real Madrid y el Barça

El Barça se montó en el avión que le llevaba a Yeda con esa vitola invisible, ese título que nunca se fabrica ni se entrega, de campeón de invierno de LaLiga. Pero el resfriado que cogió en Cornellà también se subió a la nave. Escondido en la bodega, agazapado. Y, después de la derrota ante el Atlético, se desplegó en el viaje de vuelta con furia inusitada. Aterrizó el equipo culé de nuevo en la Ciudad Condal con Luis Suárez al borde del quirófano (estará cuatro meses fuera) y prácticamente sin entrenador.

El Real Madrid, en la otra zona del escenario, dejó dos asientos vacíos de forma inesperada casi en el mismo momento de poner rumbo a Barajas. Benzema y Bale se quedaron en tierra y sus bajas se unieron a la de Hazard para completar un tridente de ausencias que hubiera mermado las opciones de cualquier equipo. Pero regresa con un subidón brutal, con un título bajo el brazo y con gran parte de la plantilla con una cara de felicidad que ni los niños abriendo los regalos de Reyes. A Zidane le ha salido todo bien. Le pegó un baño monumental al Valencia en la semifinal con cinco centrocampistas y un juego sensacional. Y volvió a sobrevivir al enésimo escape room que le planteó Simeone.

La relación del Real Madrid y el Barcelona en cuanto a la felicidad es un balancín que no conoce el equilibrio, que sólo funciona con uno de los dos subiendo y otro bajando, muchas veces con varios cambios de sentido en una misma temporada. Y en esas estamos. Mientras Zidane se impulsa hacia el cielo, Valverde prepara el aterrizaje en el suelo, mirando preocupado lo que le espera en tierra. Sabe que está muy cerca (puede ser cuestión de décimas de segundo) que su asiento dé con el trasero en el tope mínimo y tenga que dejarle el puesto a otro entrenador, un nuevo competidor para Zizou en su eterno balancín.

 

Vía Marca

 

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