Cómo sobrevivir a una bomba atómica

Hoy en día hay diez países que han probado armas nucleares, y cinco de ellos están considerados como «estados nuclearmente armados». El miedo a un potencial ataque nuclear con una bomba atómica sigue existiendo, y las consecuencias que éste podría tener son desde luego devastadoras.

Aún con su enorme potencial destructivo, es posible salvarse de la explosión de una bomba atómica. Si no hemos muerto tras la explosión inicial, lo que hagamos en los primeros minutos y horas puede determinar nuestra supervivencia.

Cómo sería la explosión de una bomba atómica en Washington D.C.

Es lo que por ejemplo explicaba Jason Lefkowitz hace años al hacer un estudio de esa hipotética situación. Este desarrollador y escritor hacía referencia a un estudio de 2011 del Departamento de Seguridad Nacional en el que se avisaban de los efectos de un incidente nuclear singular: la detonación de una bomba de 10 kilotones en el centro de Washington D.C.

Los efectos serían devastores, por supuesto, pero quizás no tanto como podríamos llegar a pensar. Randy Larsen, coronel retirado de la Fuerza Aérea de los EE.UU. y creador del Instituto para la Seguridad Nacional, lo dejaba claro: «no es el fin del mundo, y no es un escenario del tipo de la Guerra Fría».

Los efectos serían devastores, por supuesto, pero quizás no tanto como podríamos llegar a pensar. Randy Larsen, coronel retirado de la Fuerza Aérea de los EE.UU. y creador del Instituto para la Seguridad Nacional, lo dejaba claro: «no es el fin del mundo, y no es un escenario del tipo de la Guerra Fría».

Evidentemente esa simulación variaría según la potencia de la bomba, y por ejemplo la de Hiroshima produjo 16 kilotones (21 en el caso de Nagasaki) mientras que la bomba atómica más grande jamás probada, la «Bomba del Zar» que se desarrolló por la Unión Soviética y se probó en 1961, tenía una potencia de 50 megatones.

El flash causado por una explosión de 10 kilotones como la de la simulación del informe de EE.UU. se vería a cientos de kilómetros, y sería tan potente que podría dejar ciega a personas incluso a casi 20 km de distancia. El problema no sería solo el de la detonación, sino todo lo que vendría después. Y si alguien sobrevive a esa explosión original, hay consejos para que siga haciéndolo tras el caos.

La lluvia radioactiva

Tras la detonación de una bomba atómica se produciría la temida lluvia radioactiva que podría exponer a las víctimas más cercanas a la explosión a radiaciones de entre 300 y 800 Roentgens en las primeras dos horas, lo que prácticamente mataría a todas las personas expuestas.

Precisamente la explosión y esa lluvia radioactiva harían que nuestros impulsos nos traicionasen. Si alguien ve u oye la explosión lo último que tendría que hacer es acercarse a una ventana por ejemplo y mirar directamente. De hacerlo podría acabar perforado por miles de pequeños cristales que se propagarían a gran velocidad tras la enorme onda expansiva generada por la explosión.

El otro impulso que las víctimas deberían superar es el de salir corriendo con la intención de escapar a la explosión y sus efectos. Eso es lo último que debemos hacer, porque la lluvia radioactiva es especialmente potente en esos primeros minutos

De hecho lo que debemos hacer es buscar refugio para estar lo menos expuestos que podamos a esa lluvia radioactiva. Nada de coches, nada de zonas de un edificio o de la calla cercanas a ventanas o que permitan que la ceniza radioactiva nos alcance: lo mejor es meterse cuando podamos en habitaciones interiores para tratar de que los muros actúen como barreras contra esa radiación, y si podemos, acceder a zonas subterráneas en las que la tierra también sirve como poderoso aislante es una garantía aún mayor de evitar la exposición.

¿Cuánto tiempo hay que estar resguardado? La intensidad de la radiación disminuye rápidamente con el tiempo. En 1987 un libro de Cresson Kearny —disponible gratuitamente en formato PDF— sobre cómo sobrevivir a una guerra nuclear le permitió definir la que se conoce como su regla seven-ten que muestra cómo la intensidad de la radiación disminuye a medida que pasa el tiempo. Lo hace, eso sí, muy lentamente, como demuestran aquellas bombas que se lanzaron en el atolón Bikini.

vía Xataka

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