“Quizás la imagen más impactante del retroceso de América Latina fue la carretera.Habíamos esperado encontrar rutas vacías. En cambio, kilómetro tras kilómetro, encontramos procesiones de migrantes venezolanos que arrastraban sus maletas de regreso a casa”.
El párrafo anterior corresponde a una crónica publicada por un equipo de periodistas de The New York Times que se trasladó a Colombia para constatar los efectos de la pandemia sobre América Latina que, en los últimos años, estaba cerrando la brecha entre ricos y pobres, pero que con la llegada del coronavirus se ha ensanchado mucho más. Y lo que más angustió a los periodistas fue la situación de los migrantes venezolanos.
Relatan que encontraron venezolanos que “habían llegado a Colombia solo unos años o incluso meses antes, parte de un éxodo de migrantes que escapaban del colapso político y económico de Venezuela. Muchos habían esperado aprender un oficio u obtener un título en Colombia, o simplemente ganar suficiente dinero para ayudar a sus familias en Venezuela».
Ahora, debido a la pandemia, «las personas que conocimos habían perdido cualquier pequeño vínculo que tenían a una vida en Colombia —un empleo, un apartamento— y migraban a la inversa, de vuelta a una nación donde estaban casi seguros de que les esperaba el desastre. La mayoría dijo que tenían familiares en Venezuela que podían ayudarlos, mientras que en Colombia ya no tenían nada”.
Desde que comenzó la pandemia más de 80.000 venezolanos han regresado a su país, según las autoridades colombianas.
Bucaramanga
En Bucaramanga, una ciudad mediana de Colombia, cientos de familias migrantes acamparon a las afueras de un parque para descansar. Una noche, llegó una caravana de autobuses, una flota enviada por el gobierno colombiano para llevar a las personas los últimos 190 kilómetros a la frontera.
Roraima Daversa, de 26 años, y su hijo Amado, de 9 años, subieron al autobús con los pies agrietados y con ampollas.
Habían pasado noche tras noche durmiendo al costado del camino. Cuando Daversa tomó asiento, las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro. Sintió alivio. Ella y Amado ya no tenían que caminar. “Todos los días me preguntó: ‘¿Cuántos días nos faltan?’”.
Pero también había desconsuelo.
Daversa, quien estudió gestión ambiental en Venezuela, esperaba ahorrar dinero en Bogotá y volver a su país para abrir un negocio. Ahora estaba de vuelta, peor que cuando se fue.
Cúcuta
En Cúcuta, una ciudad pegada a la frontera venezolana, una joven de 17 años estaba de pie con una camiseta color cereza y shorts de mezclilla, mientras tiraba de un bolso con un lazo brillante y balanceaba nerviosamente un talón. Unos pocos hombres se acercaron. Una larga fila de carros pasó rugiendo.
Cuando comenzó el confinamiento, su padre perdió su trabajo en la construcción y el refrigerador se vació. Empujada a la desesperación, tomó la difícil decisión de ir a un parque local, donde los hombres comenzaron a pagarle por sexo, seis dólares por encuentro. Ahí ni siquiera era la más joven en hacerlo.
Alguien tenía que traer dinero, dice, “me tocó”.
Antes de la crisis, vendía artículos pequeños —cigarrillos, caramelos— en la calle. Pero siempre había soñado con volver a la escuela y convertirse en una criminóloga como esas poderosas mujeres de la televisión. Tener relaciones sexuales con extraños es “horrible”, dijo, y cuando tiene que hacerlo, para distraerse, se imagina a sí misma en un salón de clases, con sus amigos.
En las últimas dos décadas, la asistencia a la escuela y el aumento del acceso al control de la natalidad jugaron un papel crucial en la reducción de la brecha de la riqueza en el país, al permitir a millones de mujeres estudiar y trabajar, cuando tantas de sus madres se vieron obligadas a quedarse en el hogar.
Sin embargo, cuando la pandemia llegó, el número de mujeres forzadas a prostituirse aumentó en Cúcuta, dijo Alejandra Vera, directora de un grupo local de apoyo. También lo hizo la cantidad de embarazos no deseados, ya que las restricciones de viaje y la pérdida de empleos dificultaron la obtención de condones y otro tipo de anticonceptivos.
Una mañana, la joven de 17 años, cuyo nombre no revelamos porque es menor de edad, se despertó antes del amanecer ante las súplicas de su hijo, de seis meses, que quería caminar por el piso y jugar.
Hizo café y dejó al niño con su padre en una casa al final de la calle. Su madre, de 54 años, la vio marcharse desde el patio. Sabía lo que estaba haciendo su hija. Es difícil para ella hablar de eso.
“No critico ni condeno”, dijo la madre.
“Trabajos ahora no hay”, agregó, derrumbándose. “Esto no es una vida”.
Con información de The New York Times
Así, sucede, no porque en Venezuela estén mejorando Las cosas, sino porque cada vez, és más difícil conseguir empleo para pagar (arriendo) que en muchos casos, son diários por el temor entendible de quienes alquilan, Pero pudo haber un convenio para pagar poco a poco, al irse restableciendo El Mercado Laboral, como no fué posible, Nuestros Hermanos regresan a dormir en sus casa sin tener que pagar Alquiler Pero con la agonia de no saber que comerán y si és que lo harán, que medicina podrán darle a sus enfermos, pues No se consiguen, y de ser así, para adquirir cualquier cajita de pastillas por barata que Sea, son 6 meses de reunir un salário mínimo.
Eso implica:
No comer, no pagar pasaje…
Tendrian que irse Caminando, Pero ya no es algo nuevo, lo están haciendo quienes Quisieron salir Pero no pudieron por distintas causas, entre Ellas reunir dólares que, con ese salário mínimo, no puede comprar 2$.
Esos pies, que tocan la carretera, antes que suela porque ya de esa, casi no queda, por falta de Gasolina en el pais mas Rico en Petróleo (eso por solo hablar de uno de Los tantos minerales que en Nuestros suelos abunda.
Todo por gobernantes
complices y complacientes ante la corrupcion, ineficientes, que expropiaron empresas totalmente operarivas y que aun, no reconocen su incapacidad de llevar Las riendas de un Pais como el Nuestro.
Con instituciones a Los pies del Regimen, tal como el Cne, que sabemos, altera Los resultados a favor y en cambio para seguir de acabo trapos.
Dicen tener el sistema electoral mas seguro del mundo, y Las máquinas son liberables para votar incluso con Los 10 dedos de Las manos por cada máquina, si, por cada máquina, pedirles que voten, és regalarles Los votos al Gobierno, Pero quien vaya, haga la Prueba, si siempre votó con su mano hábil, ahora hagalo con lo contrário, y verá como la máquina se activa igual…
Entonces Las matemáticas no fallan:
Militares y demas funcionarios que cambiaron su ética por una caja clap, militantes que no terminan de reaccionar, Los familiares de políticos que mientras lês consigan 2 productos mas, tambien apoyan, con esos flamantes y enérgicos milicianos, en fim, esa fuerza Bolivariana que sumaran algunos:
600.000 votos, entonces recuerden que al liberar Las maquinas, alcanzas esos 6 a 8.000.000 de voto, así, El medíocre y míserable de maduro, gana, y quien quiera recontar, que lo haga, Los números estarán ahí.
Así le roban Las Elecciones a Diputados, Alcaldes, Concejales.
Si tuviese como anexar archivos, les pararia las fotos de esto que les hablo.