Un sismo es un rompimiento repentino de las rocas en el interior de la Tierra. Esta liberación repentina de energía se propaga en forma de ondas que provocan el movimiento del terreno
Las conversaciones casuales después de un sismo demuestran cuán acostumbrados estamos a este fenómeno.
En algunos sitios de alta sismicidad como la Ciudad de México, Chile o Japón, las personas no sólo están preparadas para el siguiente temblor y saben qué hacer al escuchar la alerta sísmica; quienes han crecido en zona sísmica también pueden identificar las sensaciones que el movimiento deja a su paso.
Esta experiencia en temblores ha creado una cultura popular que distingue entre la percepción de un sismo a partir de dos movimientos básicos:
Decimos que un temblor fue oscilatorio cuando el movimiento se percibe horizontalmente, de un lado a otro, como si se tratara del vaivén de un barco o la forma en que se mece un vagón de metro.
Y llamamos trepidatorio al movimiento vertical, que provoca pequeños saltos de una forma similar a cuando un auto avanza sobre un camino empedrado.
Y a pesar de que estas resultan útiles para recordar las experiencias personales durante un terremoto, lo cierto es que los movimientos de la tierra durante un sismo son complejos y no se pueden dividir en oscilatorios y trepidatorios, sino que se clasifican científicamente en ondas sísmicas.
¿Cuáles son las ondas sísmicas que se producen durante un temblor?
Los sismos tienen distintos tipos de onda que se clasifican según donde se producen y propagan: las internas y las superficiales.
Las ondas básicas internas de cualquier sismo son las ondas P (primarias) y S (secundarias).
Las ondas P son longitudinales y dilatan y comprimen el suelo como si se tratara de un acordeón en la dirección que viajan. Se trata de las ondas sísmicas más rápidas y son las primeras que llegan al iniciar un sismo.
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