«Tengan todos muy buenos días». La respuesta colectiva ante quien saluda es el silencio. «Muchas gracias por sus buenos días», continua en su monólogo. Puede parecer irónico por la falta de reacción, aunque no: es parte de un discurso aprendido de memoria.
«Vengo de Maracaibo. Soy una persona ciega. Padezco de una enfermedad que se llama glaucoma y necesito operarme aquí en la capital. Por favor, colaboren conmigo con lo que les dicte su corazón. Ahora, también me pueden regalar un pedacito de pan o de arepa. Eso con agua pasa. Muchas gracias. Que Dios se los pague».
Estas palabras, emitidas por un invidente en un vagón del Metro de Caracas, aunque apelan al espíritu compasivo de la gente contravienen una de las estipulaciones internas del sistema de transporte, toda vez que en sus instalaciones está prohibida la mendicidad.
Sin embargo, todos los días, por diferentes causas, observamos a personas que piden limosna con la cual poder hacerle frente a los males que padecen. No obstante, si es una actividad que no cuenta con la aprobación de quienes manejan el subterráneo, nos preguntamos, entonces, ¿quién franquea el acceso a los trenes? ¿No se percatan de eso los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana apostados en los accesos de las estaciones o los propios empleados del metro?
Lo cierto es que el protagonista del caso que exponemos, el que buscaba la caridad de los demás, abandonó el convoy con las manos vacías. Empero, no estamos tan seguros de que haya sido porque los usuarios acaten la norma de no colaborar con dicha práctica.
Redacción: Pedro Beomon.
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Por eso es que estamos como estamos…. Acá nadien respeta las leyes y las autoridades bien gracias