El deceso de Phil Spector retrotrae las experiencias de quien era considerado el productor discográfico por excelencia.
Nacido en 1939 en Nueva York, su primer éxito vino en 1958 pero como integrante de un grupo musical, cuando aún no se decidía a manejar los hilos del sonido. Fue, entonces, cuando a partir de «To Know Him Is To Love Him», de 1958, con los Teddy Bears, que se introduce en las bambalinas del negocio como compositor y eventual productor.
Trabajando de costa a costa., de la «Gran Manzana» a Los Ángeles, aprende que el dinero estaba en conservar todos los derechos – editoriales y fonográficos – . Exigía figurar como coautor en diversos temas, entre ellos éxitos de la talla de «Be My Baby» o «Spanish Harlem».
Funda la discográfica Philles con la cual, aprovechando las características técnicas del estudio Goldstar, desarrolla una técnica que lo catapultaría a la fama imperecedera a principios de la década de los sesenta: el Muro del Sonido.
Esa concepción incluía arreglos con tendencia wagneriana, plasmados por el Wrecking Crew, con la participación de los mejores músicos de estudio – guitarristas, abundantes pianistas, bateristas – , especializándose en los dramas de amor y desamor-. Así identificaría a artistas como las Crystal, las Ronettes o los maravillosos Righteous Brothers.
Los hits siguieron con «River Deep, Mountain High», Ike & Tina Turner, e incluso participó en una sesión con las «majestades satánicas», los Rolling Stones. En 1970 abanderó el mítico «Let It Be», de los Beatles. Se convirtió en el productor de John Lennon y George Harrison cuando iniciaban sus carreras en solitario. De aquella época son los rutilantes trabajos «Imagine» o «All Things Must Pass».
Pero su vida licenciosa, disipada, su farmacodependencia y una conducta neurótica fueron dando al traste con todo el brillo que le impromió a sus obras. Leonard Cohen en 1978 y los Ramones en 1980 advirtieron al mundo que aquel genio se había vuelto un psicópata.
Tal fue su caída que lo llevó de toda una era dorada a un aciaga noche de 2003, cuando cometió femicidio en la persona de la actriz Lana Clarkson lo que le tradujo una extensa condena en la cárcel, donde hoy lo encuentra la muerte.
Un drama para televisión con al Pacino y Helen Mirren queda como homenaje audiovidual de quien fuera verdugo de sí mismo.
Así es que pocos de los que vislumbraron el potencial del Muro de Sonido podrían haber vaticinado que su autor moriría tras el silencio ignominioso de las rejas.
Curaduría Pedro Beomon. / Tomado de El País.
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