Este lunes el sistema Metro de Caracas debió agregar una nueva parada: la estación «desinformación».
Con el inicio de la venta de las tarjetas inteligentes para el pasaje era más la incertidumbre que reinaba entre los usuarios que las certezas sobre la implantación del trámite. Quizás la campaña divulgativa al respecto no había sido todo lo consistente que se esperaba.
Cuando arribé temprano a mi lugar de partida me topé con una cola, extensa, eso sí, para el cobro respectivo. Sin embargo, percibí que la expedición del plástico no coincidió con su uso: los torniquetes continuaban libres.
Pagué por punto los 900 mil bolívares de costo, y al preguntar al operador de la caseta cuándo comenzaba a regir el uso efectivo del dispositivo me dijo que en una semana.
Así es que los pasajeros se dividían en dos tipos: los que optaban por adquirir de una vez la tarjeta inteligente y los que seguían directo hacia los trenes esperando hacer la diligencia en otra oportunidad, antes de que cese, por supuesto, el lapso que hoy está en vigencia.
Bueno, lo que soy yo ya salí de eso, al menos, para los próximos veinte viajes que es lo que está estipulado por tarjeta, y, de paso, me quité la preocupación inmediata de encima, concentrándome en el resto de problemas que implica el empleo del sistema subterráneo de transporte masivo.
Redacción: Pedro Beomon.
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