El uso de mascarilla hace parte de un paquete integral de medidas de prevención y control para limitar la propagación del SARS-CoV-2, el virus que causa COVID-19
Los días se alargan, las temperaturas suben y los narcisos florecen. Tras estar encerrados en casa con la amenaza de la COVID-19 a nuestro alrededor, la primavera nos promete la oportunidad de salir de los confines de nuestros hogares por fin. Pero ¿es necesario disfrutar del aire fresco detrás de una mascarilla?

Un año después de que las ciudades cerraran parques infantiles y otros lugares públicos por temor a la propagación del virus en espacios exteriores compartidos, se han ido acumulando las pruebas de que la transmisión al aire libre es rara. Esto significa que las órdenes de llevar mascarilla al aire libre tampoco tienen que ser tan estrictas.
«Uno de los hallazgos más sólidos de la literatura es que la transmisión se reduce al aire libre respecto a los espacios cerrados», explica Jonathan Proctor, investigador posdoctoral de la Iniciativa de Ciencia de Datos y el Centro para el Medioambiente de Harvard. El motivo es bastante intuitivo: el virus tiene muchos lugares a los que ir además de tu nariz.
«Hay mucho aire en el que pueden dispersarse las gotitas y las partículas virales», señala Lisa Lee, experta en salud pública en el Instituto Politécnico de Virginia y exempleada de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Una revisión sistemática publicada en febrero desveló que menos del 10 por ciento de las infecciones de SARS-CoV-2 documentadas habían ocurrido al aire libre. En cambio, la transmisión en espacios cerrados era 18 veces más probable. Normalmente, las infecciones que ocurrían al aire libre entrañaban otros riesgos, como la mezcla de actividades de interior y exterior.
Distancia, duración e intensidad: lo más importante
Con todo, el riesgo no es cero, advierte Saskia Popescu, epidemióloga de la Universidad de Arizona en Phoenix.
«El exterior protege, pero no elimina todos los riesgos», explica Popescu. «Cuando observamos transmisión al aire libre, es porque las personas están cerca, hablando cara a cara».
Los tres factores clave a tener en cuenta son distancia, duración e intensidad, señala. Cuanto más cerca están las personas, más gotitas genera una actividad, y cuanto más tiempo está una persona cerca de otra, más incrementa el riesgo y más importancia cobra la mascarilla. Como ocurre con casi todo en esta pandemia, el riesgo de infección —y la necesidad de llevar mascarilla— depende del contexto.
«Depende de muchos factores, como lo abarrotada que esté una actividad al aire libre, cuánto movimiento hay, si todo el mundo está mirando en la misma dirección o si están frente a frente, con qué fuerza exhala la gente», dice Lee. «Si todo el mundo está jadeando, sus gotículas recorrerán más distancia y se necesitaría una distancia de más de dos metros».
Popescu ofreció algunos ejemplos de situaciones al aire libre en las que siempre lleva mascarilla y de otras en las que se la quita, pero la tiene a mano si la necesita.
«Si estoy en un mercado agrícola, llevo mascarilla porque estoy cerca de otras personas. Aunque pueda distanciarme de forma periódica, llevo mascarilla todo el tiempo», explica Popescu. «Si estoy de paseo por la playa con mi marido o por la calle con el perro, llevo encima la mascarilla y me la pongo cuando veo que se acerca gente».
Básicamente, si Popescu va a estar cerca de personas que no pertenecen a su núcleo familiar, se la pone. Si puede permanecer al menos dos metros de distancia de los demás —como mínimo, insiste—, no considera que la mascarilla sea necesaria. (En Estados Unidos el uso de mascarillas al aire libre no siempre es obligatorio, pero sí lo es en España.)
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