Hace muchos años que los humanos sueñan con autos voladores y surcar los cielos para ir al trabajo. Hoy este sueño podría no ser tan lejano
Los autos voladores no hace mucho eran ciencia ficción, la típica versión idealizada de un futuro prometedor. La fantasía en llegar antes a otra ciudad sin tener que soportar curvas o carreteras en mal estado siempre ha estado muy latente, los autos de estas características fueron protagonistas de múltiples tramas futuristas.

Era elegante, con forma de cono, un poco desconcertante; como algo que Hollywood le habría dado a un villano de película de ciencia ficción para un escape veloz.
No era un helicóptero. Tampoco era un avión. Era una cruza entre los dos, con una carcasa curveada, dos alas pequeñas y ocho hélices giratorias alineadas a lo largo de su nariz y su cola.
Con presionar un botón en una pantalla de computadora debajo de una carpa cercana, cobró vida cuando se elevó de una pendiente pastosa en un rancho del centro de California y se dirigió a toda velocidad hacia el ganado que pastaba debajo de un árbol, y no reaccionó en lo más mínimo.
“Tal vez parezca una bestia extraña, pero cambiará la manera en que ocurre el transporte”, dijo Marcus Leng, el inventor canadiense que diseñó esta aeronave, a la cual llamó BlackFly.
El BlackFly es lo que solemos llamar un auto volador. Ingenieros y emprendedores como Leng han pasado más de una década nutriendo esta nueva especie de aeronave, vehículos eléctricos que pueden despegar y aterrizar sin una pista.
Estas personas creen que estos vehículos serán más baratos y seguros que los helicópteros, al proporcionarle a cualquier persona que tenga los medios el pasar volando por encima de las calles atestadas.

“Nuestro sueño es liberar al mundo del tráfico”, señaló Sebastian Thrun, otro ingeniero en el corazón de este movimiento.
La mayoría de los expertos coinciden en que ese sueño está lejos de ser una realidad. Sin embargo, la idea está ganando fuerza. En la actualidad, decenas de empresas están fabricando estas aeronaves y hace poco tres accedieron a empezar a cotizar en bolsa en acuerdos que las valoran hasta en 6000 millones de dólares. Durante años, las personas como Leng y Thrun han escondido sus prototipos del resto del mundo —pocas personas los han visto, muchos menos han volado en ellos—, pero ahora están comenzando a levantar la cortina.
La empresa de Leng, Opener, está haciendo una aeronave para una persona de uso en zonas rurales —en esencia un auto volador privado para los ricos— que podría empezar a venderse este año. Otras están construyendo vehículos más grandes que esperan desplegar como taxis aéreos en 2024: un Uber para los cielos. Algunas están diseñando vehículos que pueden volar sin piloto.
Una de las empresas de taxis aéreos, Kitty Hawk, está bajo el control de Thrun, el profesor de Informática de la Universidad de Stanford que fundó el proyecto de los vehículos autónomos de Google. Thrun ahora dice que la autonomía será mucho más poderosa en el aire que en la tierra y que entrará en nuestras vidas cotidianas mucho más pronto. “Puedes volar en línea recta y no tienes el enorme peso ni el problema de los autos [en tierra] que andan y se detienen todo el tiempo”, comentó.
El auge de los carros voladores es un reflejo del de los vehículos autoconducidos, tanto en lo bueno como en lo malo, desde la enorme ambición hasta las inversiones multimillonarias, pasando por la competencia despiadada de las empresas, incluida una resonada demanda por robo de propiedad intelectual. También recrea el enorme bombo y platillo.
Es una comparación arriesgada. Google y otras empresas de autoconducción no cumplieron la gran promesa de que los robo-taxis ya estarían circulando por nuestras ciudades, transformando radicalmente la economía.
Pero eso no ha impedido que los inversores y las empresas de transporte sigan invirtiendo miles de millones en autos voladores. No ha impedido que las ciudades lleguen a acuerdos que creen que crearán vastas redes de taxis aéreos. Y no ha impedido que los tecnólogos sigan avanzando a toda máquina con sus planes para convertir la ciencia ficción en realidad.
«El Salvaje Oeste de la aviación»
La hoja de cálculo estaba llena de números que detallaban el rápido progreso de los motores eléctricos y las baterías recargables, y Larry Page, el cofundador de Google, la llevó a la cena.
Corría el año de 2009. Muchas empresas emergentes y muchos entusiastas de fin de semana estaban construyendo pequeños drones voladores con esos motores y baterías, pero, cuando Page se sentó a la mesa para comer con Thrun, creía que podían ir mucho más allá.
Ese año, Thrun acababa de lanzar el proyecto de vehículos autónomos de Google, pero su jefe tenía una idea todavía más descabellada: autos que pudieran volar.
“Cuando entrecerrabas los ojos y le dabas un vistazo a esas cifras, podías verlo”, recordó Thrun.

El par comenzó a reunirse de forma regular con ingenieros aeroespaciales dentro de un edificio de oficinas a unos pasos de las oficinas centrales de Google en Mountain View, California. Page hizo que su chef personal preparara la comida de sus invitados, entre ellos un ingeniero de la NASA de nombre Mark Moore y varios diseñadores de aeronaves de la Universidad de Stanford.
Esas reuniones eran un libre flujo de ideas que con el tiempo culminaron en un esfuerzo multimillonario de gran envergadura para reinventar el transporte diario con autos voladores. Durante la última década, el mismo grupito de ingenieros y emprendedores alimentó una creciente lista de proyectos. Moore ayudó a lanzar una iniciativa de Uber, antes de comenzar su propia empresa. Page canalizó dinero en varias empresas emergentes, entre ellas la empresa de Leng, Opener, y la de Thrun, Kitty Hawk. Hubo empresas nuevas que se robaron a un sinfín de diseñadores de las muchas empresas emergentes de Page.
“Es el Salvaje Oeste de la aviación”, opinó Moore. “Es una época de cambios veloces, grandes maniobras y mucho dinero”.
Los próximos años serán cruciales para la industria, cuando haga la transición de aquello que ha hecho famoso a Silicon Valley —la creación de tecnología de punta— a algo mucho más sólido: los detalles complicados de realmente llevarla al mundo.
El gobierno clasificó al BlackFly como un vehículo experimental “ultraligero”, así que no necesita la aprobación regulatoria antes de ser vendido. Sin embargo, un ultraligero no puede volar por ciudades ni otras zonas de mucha actividad.

Mientras trabaja para garantizar que el vehículo es seguro, Opener hace la mayor parte de sus pruebas sin que nadie conduzca la aeronave. No obstante, la idea es que una persona se siente en la cabina y pilotee sola la aeronave sobre zonas rurales. Los compradores pueden aprender a volar por medio de simulaciones de realidad virtual y la aeronave incluirá servicios de autopiloto como un botón para “regresar a casa” que aterrice el avión a voluntad.
La aeronave tiene suficiente espacio para una persona de 1,98 metros y puede volar unos 40 kilómetros sin recargar la batería. Los pocos empleados de Opener que lo han volado describen una sensación emocionante, como conducir un Tesla por el cielo, una analogía que no pasará por alto el cliente potencial de la empresa.
Leng considera que todo esto es un paso hacia el futuro brillante que concibieron los Supersónicos, la caricatura clásica en la que los autos voladores eran una cosa de todos los días. “Siempre he soñado en que podríamos tener una libertad tridimensional sin restricciones, como un pájaro; que podemos despegar y simplemente volar”, comentó.
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