La procedencia de la herradura de caballo como amuleto se remonta a la Antigua Grecia. Los griegos creían que servía para ahuyentar a los malos espíritus y las enfermedades. Sin embargo, se volvió popular hasta el Siglo X gracias al arzobispo inglés San Dustán, quien es famoso por sus hazañas victoriosas contra el mal
Uno de los amuletos más populares para la suerte en todo el mundo es la herradura de caballo. A este objeto se le atribuye el poder de proteger a su dueño de la negatividad, la mala suerte y, en algunas culturas, se cree que mantiene lejos la influencia de las brujas.

Historia de la herradura de la suerte
Bien es sabido que el Diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo, y que le gusta tentar a los hombres santos con diferentes pruebas con las que descarrilarlos y sembrar el desconcierto en su ánimo.
La arraigada costumbre de colocar una herradura en la puerta como protección, tiene su origen en una antigua leyenda de un santo que al Diablo le salió protestón y rebelde. Vamos allá.
El herrero San Dunstán
El protagonista de hoy es San Dunstán, un señor del que probablemente no habían oído hablar jamás pero que fue un personaje muy importante en su tiempo y lugar.
De familia noble, le tocó vivir en la turbulenta Inglaterra del siglo X, y llegó a ser ministro y consejero real además de una figura muy notable de su momento, alcanzando el rango de arzobispo de Canterbury.
Antes de todo eso, nuestro Dunstán era abad en el monasterio de Glastonbury, y estando en la fragua en la que pasaba sus ratos de ocio fabricando objetos de lo más variopinto, entró el Diablo encarnado en bella muchacha que intentó seducirlo. Al no lograr su objetivo, el Diablo recobró su aspecto acostumbrado a lo que Dunstán reaccionó cogiendo unas tenazas al rojo vivo y lo atrapó por la nariz.

Hay otra versión alternativa según la cual el aspecto del Diablo era el de un anciano que le pidió que le forjara un cáliz. Mientras Dunstán estaba confeccionándolo, el aspecto del anciano iba mutando en niño y mujer alternativamente.
Escojan la que más les guste porque las tenazas acaban igualmente en las narices del Diablo.
Los gritos de dolor del Diablo se escucharon en decenas de kilómetros a la redonda, acercándose muchos vecinos que fueron testigos de la hazaña, y en cuanto el santo lo soltó, huyó despavorido de la fragua. No en vano es el patrón de los orfebres y se le representa con unas tenazas en las manos.
Pero el cartero y el Diablo siempre llaman dos veces y al poco tiempo se presentó otra vez en la fragua, esta vez caracterizado en viajero y acompañado de un caballo, pidiendo al santo si podía herrar al animal.

Dunstán observó que el viajero tenía pezuñas en vez de pies y le clavó a traición y con saña la herradura al Diablo que, aullando de dolor una vez más, le imploró al santo que se la quitara. Éste sólo accedió bajo juramento de que jamás entraría en una casa en la que hubiese colgada una herradura.
Para variar, cosas de las leyendas medievales, hay otra versión del mismo hecho: Quien entró a pedir ser herrado era una criatura mitad hombre, mitad caballo y aquí el santo le dice que ha de encadenarle a la pared para poder trabajar correctamente. El final viene a ser el mismo.
Y, dicen, que hasta el día de hoy, ha cumplido su promesa.
La popularización de la herradura
Dunstán se encargó de distribuir las primeras herraduras entre sus vecinos para que las colocaran en sus puertas y se popularizaron rápidamente ya que en el siglo X las casas sufrían muchos ataques de animales salvajes debido a la proximidad de los bosques, y muchas personas las colocaron en la creencia de que era el mismísimo Diablo quien les enviaba las bestias para atacarles.
Por otra parte, la fama de buena suerte de las herraduras proviene de esa misma época en la que si un caballero (el caballo, se entiende) perdía una y la encontraba alguien, ese alguien -que solía ser un pobre de solemnidad- tenía derecho a recibir una moneda de su dueño si se la rearmaba.
De ahí derivó en que el hecho de encontrarse una en el camino daba buena suerte, y si se colgaba en el propio hogar la buena fortuna alcanzaba a toda la familia.
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