La búsqueda de antivirales contra el coronavirus (SARS-CoV-2) ha destacado que si se mantiene el esfuerzo investigador actual -sin precedentes históricos- en la búsqueda de fármacos de amplio espectro contra los virus, será posible frenar nuevas pandemias en el futuro
Aunque su desarrollo no es sencillo, los nuevos antivirales para tratar la COVID-19 están mostrando resultados prometedores para frenar la expansión de la enfermedad y salvar vidas.
Años antes del surgimiento de la pandemia de COVID-19, los virólogos ya habían iniciado la búsqueda de fármacos (llamados antivirales) que pudieran proteger a las personas contra los coronavirus emergentes.
El camino ha sido lento y los fracasos, frecuentes; pero con la autorización en Gran Bretaña del nuevo fármaco de Merck (el molnupiravir) y una inyección de dinero en la investigación y desarrollo de antivirales, las perspectivas de estos tratamientos se presentan mucho más halagüeñas.

A diferencia de las vacunas, que pueden prevenir la infección, los antivirales actúan como segunda línea de defensa; ralentizando y eventualmente, deteniendo la progresión de una enfermedad cuando se producen infecciones. También son importantes cuando no se dispone de vacunas eficaces contra las enfermedades víricas; como es el caso del VIH, la hepatitis C y el herpes.
Por desgracia, el desarrollo de antivirales es una tarea costosa y difícil. Esto es especialmente cierto en el caso de las enfermedades respiratorias agudas, para las que las posibilidades y oportunidades de tratamiento son más cortas. En el caso del SARS-CoV-2, el coronavirus que ha desencadenado la devastadora pandemia de COVID-19, los investigadores han recurrido a la reutilización de viejos fármacos; o compuestos que se estaban probando contra otras enfermedades.
«Es lo típico», dice Katherine Seley-Radtke, química medicinal de la Universidad de Maryland, en el condado de Baltimore (Estados Unidos). «Cada vez que surge un nuevo virus o reaparece uno antiguo, se tira de lo que hay en el armario para ver qué funciona».
Hasta ahora, el remdesivir es el único fármaco antivírico aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos para tratar la COVID-19. Debe administrarse mediante una inyección mientras el paciente está en el hospital, aunque no hay consenso sobre su capacidad para tratar la COVID-19.
Los expertos creen que los antivirales orales como el de Merck están llamados a ser las herramientas más prometedoras para trabajar junto a las vacunas en la lucha contra la pandemia. Siempre que sean asequibles, los antivirales podrían ser especialmente importantes entre las personas que permanecen sin vacunar; por elección o por acceso limitado y restricciones económicas.
«A la gente no le importa tomar pastillas», dice Seley-Radtke. «Se puede hacer acopio de ellas. No se necesitan condiciones específicas para almacenarlas. Puedes enviarlas a todo el mundo».
En junio de 2021, el presidente Joe Biden anunció una inversión de más de 1000 millones de dólares para avanzar en el desarrollo de antivirales para la COVID-19. Como parte del mismo plan, también prometió una financiación adicional de 1200 millones de dólares para descubrir nuevos compuestos que puedan tratar el SARS-CoV-2; así como otros virus emergentes con potencial pandémico.
«Por fin, el Gobierno y las agencias de financiación se lo están tomando en serio», dice Seley-Radtke sobre el desarrollo de antivirales. «No podemos seguir sentados y esperar a que se produzca la próxima pandemia. Tenemos que ser proactivos. Tenemos que estar preparados».
Cómo funcionan los antivirales
A diferencia de las bacterias, los virus no pueden reproducirse por sí mismos. Dependen de la maquinaria de su célula huésped para replicarse. Esto significa que un virus debe introducirse en una célula viva y secuestrar su maquinaria para hacer miles de copias de sí mismo. Estas «crías» se escapan y pasan a infectar las células huésped cercanas, propagando la enfermedad dentro del cuerpo y, en última instancia, a nuevos portadores.
Los fármacos antivirales suelen actuar impidiendo que el virus se adhiera a la célula huésped o entre en ella; u obstruyendo su replicación una vez que está dentro.
El fármaco remdesivir, por ejemplo, imita uno de los componentes genéticos esenciales para que el SARS-CoV-2 se replique; entonces se incorpora al genoma viral, deteniendo su replicación. El antiviral experimental molnupiravir, desarrollado por el laboratorio Ridgeback Biotherapeutics LP y Merck & Co., realiza un mimetismo similar e induce errores durante la replicación viral.
«Entonces se llega a un punto en el que hay tantos errores que el virus es incapaz de replicarse», afirma el virólogo de cuidados intensivos William Fischer, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (Estados Unidos).
El antiviral experimental PF-07321332 de Pfizer también ataca la replicación del virus, pero lo hace frustrando unas enzimas llamadas proteasas. El SARS-CoV-2 y otros virus, como el VIH, utilizan estas enzimas para dividir grandes proteínas en fragmentos más pequeños; que luego se combinan con el material genético viral para formar nuevas copias del virus.
Muchos expertos creen que atacar la maquinaria secuestrada de la célula humana puede ser muy eficaz; pero la preocupación es que tales antivirales puedan dañar células que de otro modo estarían sanas, causando una serie de efectos secundarios no previstos. Dirigirse únicamente a las proteínas víricas tampoco es una solución permanente. «Si se intenta desarrollar un antiviral contra una proteína vírica concreta, el virus sufre una presión evolutiva muy rápida para mutar y desarrollar resistencia»; afirma Tia Tummino, farmacóloga de la Universidad de California en San Francisco (Estados Unidos).
Una estrategia más eficaz es utilizar varios de estos fármacos antivirales en combinaciones de dos a cuatro para atacar simultáneamente diferentes proteínas virales y etapas de la vida; que es la práctica habitual para combatir el VIH o tratar las infecciones de hepatitis C. «Eso dificulta la huida del virus», afirma Tummino.
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