Mascotas en vez de hijos: ¿Moda o conducta millennial?

Hoy en día no extraña tanto el que se prefiera la compañía en casa de un animal en lugar de procrear. Veamos por qué acontece tal estado.

¿Mascotas en vez de hijos?

La mujer tomó tiernamente a la criatura de la cuna. La estrechó contra su pecho prodigándole caricias,

Con todo el amor que puede brindar una madre le dio el tetero.

Cuando el pequeño terminó su biberón, fue acostado de nuevo no sin antes recibir un amoroso beso.

Las líneas anteriores no detallan el cuidado de un bebé. Nos referimos, curiosamente, a una mascota.

Mascotas en vez de hijos: Propensión generacional

Y es que en la actualidad abundan las personas o las parejas que han decidido sustituir la crianza de un hijo por atender con desmesura a un animal.

En general, se trata de individuos pertenecientes a la denominada «generación Y» o «millennials», como popularmente se les conoce.

Tal gente rehúsa tener descendencia y prefiere la opción de relacionarse con un animal de compañía como si se tratase de un vástago propio.

La especie animal – por lo común, un perro o un gato – viene a tomar el lugar central del núcleo familiar.

Esta decisión, en el caso específico de los millennials, obedece más que a una mera decisión de libre albedrío.

Mascotas en vez de hijos: Razones en manada

Los sujetos – hombre, mujer o pareja – esgrimen diversas razones para manifestar dicha actitud.

Como es peculiar en ellos, manifiestan estar conscientes de la incidencia de la sobrepoblación en el deteruioro del planeta.

Entonces, al no optar por la reproducción buscan contribuir con la adaptabilidad al futuro entorno.

Están convencidos de que el mundo será cada vez más hostil para los niños. Por ello, quieren evitar traer criaturas a esta existencia que califican como negativa.

Además, lo que es muy importante como motivo, las personas que prefieren mascotas que hijos no están dispuestas a asumir las responsabilidades financieras que conlleva concebirlos.

Al mismo tiempo, las nuevas generaciones son más propensas a respetar los derechos de los animales en el sentido de que son seres que también sienten.

Y cabe igualmente afirmar que reina un creciente tendencia a acusar decepción de los semejantes, volcándose entonces los afectos hacia las mascotas.

Mascotas en vez de hijos: ¿Cuestión de pragmatismo?

Expertos en salud alegan que es menos costoso y problemático, que tiene menos raíces de compromiso, estar al lado de un «peludo» que de un hijo.

Dicen que tiene efectos de tipo emocional: el humano lo que hace es representar a través de las conductas y el cuidado y, sobre todo, de la respuesta de la mascota: Se resuelven, manifiestan, situaciones de carácter psicológico.

Entre los millennials se emplean las contracciones «perrhijo», en referencia a perros; o «gathijos, cuando se trata de gatos; para definir el trato en cuestión.

Las situaciones más extremas no aluden estrictamente a un vínculo bondadoso en exceso con el animal, sino a una humanización de la mascota.

Es decir, que se les brinda el trato que correspondería a un semejante.

Estamos hablando no únicamente de vestir a la mascota o pasearla en cochecito; hay ejemplos radicales mostrando la presencia de los animales en eventos sociales como bautizos o matrimonios.

Inclusive, el lavado de dientes, darle la comida en el hocico o hacerles la «manicure» – ignoro el término relativo a las patas del animal -, son acciones frecuentes.

Efectos contraproducentes

Lo que obvian los «padres» son las afecciones fisiológicas que pueden experimentar los animales al ser considerados como «hijos».

Humanizar a las mascotas implica, aunque ese no sea la intención de los adoptantes, hacerlas sumamente dependientes del cuidado, incapacitándolas.

Es factible que la conducta humana produzca en el animal estragos por ansiedad de separación, cambios en el metabolismo y horarios de alimentación.

Asimismo, comportamientos poco sanos como agresividad y mayor propensión a enfermedades o a la obesidad, cosa que sucede principalmente con los mininos cuando se les sobrealimenta.

Eso se debe a que las necesidades innatas de las mascotas no son las de las personas, en especial, las de los párvulos.

Incurrir en un apegado ilimitado a los animales dándoles el rol de hijos puede desencadenar un trastorno clínico llamado petofilia.

Esta se verifica cuando la vida de la persona se desarrolla en torno a la mascota.

El sujeto tiene a aislarse de sus congéneres para dedicarse en cuerpo y alma a su perro, a su gato o cualquier otro animal que tenga en casa.

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En resumen, la alternativa moderna de preferir la compañía de una mascota a la de un ser humano será siempre respetable en la medida que no se personifique su papel.

Los humanos deben estar conscientes de que los animales son, en definitiva, animales; que merecen aprecio, respeto y consideración, eso sí, pero no desvirtuar el vínculo pretendiendo que funjan como hijos o niños.

Tomado de Impacto Mundo, Muy Interesante, Diario Occidente, Siglo Nuevo.

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