Prostitución infantil: cruel retrato de Sierra Leona.
Sierra Leona es una nación africana que quedó devastada por una guerra civil de once años.
En la capital del país, Freetown, se ambienta el documental «Love» (2018), del director español Raúl de la Fuente, que narra el drama de las menores de edad que se prostituyen para sobrevivir.
Y cómo una misión de los sacerdotes salesianos ayuda a estas jovencitas caídas en desgracia a dejar tal yugo y salir adelante decentemente.
Todo en medio de un hábitat de miseria material y espiritual, que ha arrostrado la colonización y descolonización, la epidemia de ébola de 2014-2015 y frecuentes desastres naturales, entre otras calamidades.
Prostitución infantil: Aminata y el padre Jorge
En las peores barriadas, denominadas «slums», se centra la historia de la pieza audiovisual. Habla de Aminata, de 17 años de edad, la chica eje de la terrible narrativa reflejada junto con otras muchachas.
«Hay hombres buenos y hombres malos. Los buenos te ayudan. Pero los malos pueden destrozarte la vida», dice ella.
Gracias a Dios consiguió la la labor altruista de su salvador, el presbítero de origen argentino Jorge Crisafulli, alma de la misión «Don Bosco Fambul » – fambul significa «familia» -.
Su trabajo pastoral de un cuarto de siglo en África también lo ha llevado a Nigeria, Liberia y Ghana.
«Don Bosco hace esto, Don Bosco hace aquello», es la manera de este cura de referirse a los logros de su cruzada evangelizadora.
Prostitución infantil: «Girl Shelter Plus» en «Don Bosco Fambul»
La ayuda a las chiquillas que son sometidas a la explotación sexual se denomina «Girl Shelter Plus», y a ella se abocan desde 2016 una veintena de trabajadores sociales con especial devoción.
La instalación de los religiosos se ha convertido en el hogar para unas 150 muchachas, destacando que la edad en que se prostituyen oscila entre los 9 y los 17 años.
Pueden llegar a practicar sexo por 20 céntimos de euro.
El padre Jorge cuenta que cuando se topó por primera vez con las muchachas en las calles de Freetown invitó a siete de ellas a que fueran para la ONG.
“No saben ustedes. a lo que se están enfrentando aquí, las situaciones de peligro en las que están».
Prostitución infantil: Ayuda del cielo y la tierra
«¿Por qué no vienen ustedes a nuestra casa, las llevo al hospital, les hacemos un chequeo médico y si tienen alguna enfermedad les pagamos el tratamiento?”, les manifestó.
Primero, les puso un plato de arroz que devoraron y luego les regaló hasta ositos de peluche.
«Estábamos haciendo muchísimas cosas por los menores, pero nos habíamos olvidado de las más vulnerables entre los vulnerables: las niñas. Ellas sufren todo tipo de violencia, sexual, emocional, física».
Desde entonces diariamente sale en su autobús, el “Don Bosco on wheels”, donde los benefactores les ofrecen hacerles in situ los test del VIH, la hepatitis B, la malaria y el de embarazo.
Si acceden a irse con ellos, las llevan al hospital, donde les hacen un chequeo más específico.
Se detectan, entonces, muchas otras infecciones de transmisión sexual como la gonorrea, la sífilis o la hepatitis C, además de la tuberculosis.
Y es que un alto porcentaje de africanos tiene la creencia de que sostener sexo con una niña puede curar el SIDA.
Cifras terribles
Por eso muchos de los clientes de las jovencitas no usan preservativo.
Eso hace que los datos que se manejan en Don Bosco Fambul sean descorazonadores: el 100 % de las chicas padece de alguna enfermedad de transmisión sexual y el 12 % son seropositivas.
Nuestra protagonista, Aminata Jalloh, ofrece su testimonio.
«Vivo en la calle desde los 13 años. Mi madre murió y a mi padre nunca lo conocí. No tengo a nadie que me cuide, Mi abuela es muy pobre».
«Vendo mi cuerpo para poder comer y mandar algo de dinero a mi abuela».
Sus compañeras en el oficio se identifican: Evon, 15 años; Isata Sanur, de la misma edad; Mama Suma, 17 años; Fatmata Kamara y Hawanatu Stevens, ambas quinceañeras también; entre otras.
El padre Jorge está consciente de la dedicación que debe imprimirle a su oficio si quiere rescatarlas.
«Son niñas, piensan como niñas, sienten como niñas, obran como niñas aunque estén haciendo el trabajo de una prostituta adulta».
«Cuando comienzas a escuchar los abusos que sufren uno se da cuenta de que todo aquello es inhumano», señala el sacerdote.
Todo un submundo
La vicerrectora de la sede de ayuda, Mabinty Kawa informa que mientras las chicas duermen en la casa del proxeneta, un sujeto apodado «Daddy», «les caen ratas del techo. Ellas las toman y las arrojan por las ventanas».
Por su parte, Hawanatu cuenta que una vez en la escuela la insultaron. «Me llamaron prostituta», agregando que sale a trabajar todas las noches «para ayudarme en los estudios».
Patrick John Kamara, asistente superior de la policía, señala que frecuentemente realizan redadas y las chicas que recogen son trasladadas a la Unidad de Apoyo Familiar.
Allí proceden con ellas según ordena la ley, notifica el funcionario.
Sin embargo, una de las jóvenes dice que los agentes, en lugar de protegerlas, las violan en la parte trasera de la comisaría y que no les pagan nada.
«Aquí en Sierra Leona se respeta más aun perro que a una niña», indica contundentemente Crisafulli.
Dios aprieta pero no ahorca
Cuenta el caso de Musu, de 16 años, a quien encontró sollozando debajo de una mesa. Cuando la recogieron del suelo se dieron cuenta de que protegía a su bebé de 3 semanas.
La criatura, que estaba deshidratada, tenía tuberculosis y dio positiva al examen de VIH.
“Estando con ellas uno se da cuenta de que no importa por lo que hayas pasado: mientras haya vida y capacidad de soñar, se puede salir adelante».
El padre Jorge no se cansa de denunciar la horrible realidad de la prostitución infantil.
“No es solo una lacra de Sierra Leona”, sino que está muy ligada al primer mundo, a la inmigración ilegal y a las mafias», subraya el misionero.
En Don Bosco Fambul las posibilidades se abren. Allí las muchachas pueden aprender a leer y a escribir, a tener una profesión que consiga que abandonen las calles.
Con Aminata la tarea fue «tenaz». «Se nos escapaba continuamente de las manos. Venía un día a la casa y al siguiente se marchaba».
«No soportaba que nadie la estuviese mirando y diciéndole que era hora de comer, de dormir».
Pero al final lo conseguimos, narra el padre Jorge. Hoy ella atiende un par de negocios: una peluquería y un pequeño mercado.
Todo gracias al esfuerzo tesonero de los salesianos.
Tomado de El País.
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