Este articulo es un editorial de El Chigüire Bipolar publicado el día 28/12/2021 dónde analizan la realidad que viven los venezolanos dentro del país.
“No hay peor ciego que el que no quiere ver” dijo Olga Tañón en la imagen de Facebook de donde saqué la frase y por duro que parezca, la Mujer de Fuego tiene toda la razón. Ya pasaron dos décadas y el chavismo parece haber logrado su tan deseado triunfo total. A pesar de los mil intentos para lograr un cambio político, ellos siguen ahí, presentes y atornillados al poder.
Poco importaron las toneladas de evidencias de prácticas autócratas, las decenas de elecciones, el otro par de “elecciones”, las cientos de protestas, las varias mesas de negociación y los infinitos llamados contundentes por parte de organismos internacionales que no sirvieron para mostrarle la salida al chavismo, pues ellos siguen ganando y siguen gobernando.
Paradójicamente, mientras el chavismo se muestra con la confianza de quien usa la violencia para mandar, la vida en Venezuela se siente más ligera para una parte de la población. Ya son demasiados los productos que salieron de la extinción para regresar a los anaqueles y ahora si alguien del exterior trae de regalo una chuchería extranjera, será recibida con una sonrisa educada y algo de indiferencia. Pero que el país que hace dos años tenía más santamarías bajando que subiendo, hoy pareciera ser el equivalente moderno de una isla pirata donde sus dueños ruedan en Ferraris es algo que puede dejar a cualquier experto rascándose la cabeza.
Resolver se convirtió en el único tema del día. Buscar qué comer y conseguir más dinero se hizo la aventura diaria, sin importar lo que esté pasando en la política.
Después de años de chavismo, llegó 2016, 2017 y 2019. Todos sinónimos de tiempos duros, de hambre, despedidas, violencia, represión, sanciones económicas y decepciones políticas que nos dejaron a todos agotados. Y al igual que un mal recuerdo, nadie quiere volver a ellos.
Resolver se convirtió en el único tema del día. Buscar qué comer y conseguir más dinero se hizo la aventura diaria, sin importar lo que esté pasando en la política. Por eso una parte de los venezolanos dejaron de prestarle atención a las promesas de un bando, a las amenazas del otro y así empezaron a resolver ellos mismos sus problemas.
De la nada, llegó el apagón de 2019 —el Blip veneco— y junto a él también vino la dolarización. Una decisión del colectivo y permitida por el gobierno que cambió al país por completo o al menos a una burbuja en algunas ciudades. El dinero real volvió a las calles libremente y la economía parecía florecer otra vez en lo que algunos llaman la pax-bodeguera a pesar de que los sueldos privados apenas promedian los $75.
Empresas privadas invirtieron de nuevo en Venezuela, algunas compañías posaron sus ojos en nuestro país y el miedo a las sanciones hizo que los enchufados invirtieran su capital sucio en miles de bodegones y locales de hamburguesas porque ya no podían gastarlo en Disneyland.
Una sensación contradictoria para algunos, pues tener un país funcional es lo que queremos la mayoría y ya parece importar poco de dónde venga esta normalidad. Así pasamos de escrachar funcionarios en restaurantes a compartir un café con Lacava en el mismo lugar sin pensarlo mucho. Cualquier cosa que nos recuerde los tiempos de conflicto político quedó atrás.
A mucha gente le cuesta dormir en las noches si no tiene algún tipo de sonido al fondo. Pueden ser las aspas de un ventilador girando, el silbido de un aire acondicionado o en el caso de Venezuela, la gente se duerme cuando escucha a un político hablando.
No importan las promesas, no importan las amenazas, lo que importa es el buen dormir y para conseguirlo tuvimos que ignorarlos. Ya casi nadie habla ni del chavismo ni de la oposición. Si estás conversando con alguien y quieres que la conversación siga fluyendo lo mejor es no hablar de política. Es mejor tocar temas realmente importantes como el último baile de TikTok que aprendiste o la veracidad de un Starbucks que no es un Starbucks.
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