Por Katty Salerno
Gerardo Vera forma parte del selecto grupo de personas del mundo mundial que han competido en unos juegos olímpicos. Considerada la más importante competencia deportiva del planeta, las olimpiadas reúnen exclusivamente a los mejores atletas de cada país.
Setenta y seis años después de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas, Grecia, en 1896, a Gerardo Vera le tocó defender los colores patrios. Fue en 1972 en Múnich, Alemania, cuando participó en las competencias de natación en 200, 400 y 1500 metros libres y ocupó los puestos 11.º, 3.º y 5.º, respectivamente, de las pruebas. A su regreso al país fue elegido Atleta del Año, un reconocimiento que aún atesora. «Ahí competían deportistas profesionales, tipo César Tovar, gente que ganaba dinero, mucho dinero. Entonces, que hayan elegido a un amateur como yo, para mí tiene un gran valor», contó.
La suya fue una carrera corta pero de gran significación en el ámbito deportivo. La empezó por razones de salud siendo apenas un niño y la culminó, siendo aún muy joven, también por razones de salud. ¡Vaya coincidencia! Sin embargo, se siente muy satisfecho de lo logrado. «Mi carrera como nadador marcó mi vida», nos dijo en esta entrevista exclusiva con Curadas.com el también médico veterinario.
¿Cómo te iniciaste en la natación?
Eso fue como a los cuatro años, estaba chiquitico. Soy el menor de nueve hermanos, una familia muy grande. Yo sufría de ataques de asma, por lo que el médico le indicó a mi mamá que debía practicar natación pues me ayudaría a curar el asma y a mejorar mi capacidad respiratoria.
Así empecé a ir al Club Paraíso, que ahora es la sede del Hogar Canario-Venezolano. Allí había un profesor de natación que tenía muy buena reputación, José Gregorio “Goyo” Tavio, que fue quien me enseñó a nadar y con quien entrené toda mi vida. Allí aprendí a nadar y allí me quedé entrenando. Yo estudiaba en el colegio San Agustín de El Paraíso, pero al terminar segundo año me cambiaron al colegio San Ignacio, en Chacao, donde me gradué.
¿Cuándo y cómo surgió la idea de nadar con una meta atlética, más allá de los motivos de salud que te impulsaron al principio?
Al muy poco tiempo. En esa época el Club Paraíso participaba en competencias con bastante frecuencia. En una competencia de 25 metros libres en mi categoría, que en esa época era infantil A, participé y gané. Eso me entusiasmó a seguir entrenando y a seguir compitiendo. Después, en 1965, participé en el Campeonato de Natación Centroamericano y del Caribe que ese año se celebró en Cali, Colombia. Mi entrenador vio que yo tenía potencial y me inscribió en los chequeos para ese campeonato y clasifiqué. Fui como parte del relevo en 50 libre de mi categoría y ganamos medalla de oro. Eso marcó una pauta muy importante en mi vida porque me demostró que tenía capacidad para competir internacionalmente, lo que me entusiasmó mucho más.
A partir de ahí seguí avanzando en mi carrera como atleta. Participé en casi todas las competencias de natación que se hacían en el país. Campeonatos municipales, distritales, estadales y nacionales. En Venezuela, los campeonatos nacionales tenían una prioridad muy grande en ese entonces. Recuerdo que en los Juegos Deportivos Nacionales que se hicieron en Maracay, no recuerdo con exactitud si fue en 1967 o 1968, gané diez medallas de oro. Eso marcó otro punto muy importante en mi carrera atlética.
De ahí en adelante seguí participando en competencias nacionales e internacionales, pero el foco se centró en las internacionales. Venezuela competía en los campeonatos centroamericanos y suramericanos. Teníamos esa ventaja, que teníamos dos zonas muy importantes. En los centroamericanos los contrincantes a derrotar eran los de México y Puerto Rico. En los suramericanos, era la gente de Brasil y Argentina, que tenían equipos muy fuertes, eran los competidores mejor preparados.
El sueño de todo atleta de alta competencia es ir a unos juegos olímpicos. El solo hecho de clasificar ya es un hito importantísimo en la carrera de cualquier deportista porque allí concurren solo los mejores de cada país. ¿Cómo llegaste a ese nivel de competencia?
Mi entrenador, que ya conocía mi potencial, me dijo un día que yo tenía chance de clasificar para unos juegos olímpicos y me preguntó si estaba dispuesto a intentarlo. Imagínate, clasificar ya era un reto muy grande, como dices, sin hablar de competir. Yo tenía apenas dieciséis años.
Luego habló con mis padres para saber si estaban de acuerdo. Eso fue un hecho muy significativo en nuestra familia porque mi abuelo materno era alemán, nacido en un pueblito muy cerca de Múnich. Entonces, el hecho de que yo tuviera la oportunidad de ir a unos juegos olímpicos y, para más, en Múnich, cerca de donde había nacido mi abuelo, fue algo muy importante para todos nosotros; fue una manera muy valiosa de reconectarnos con las raíces de mi familia materna. Por eso ese hecho produjo una gran emoción, una doble emoción en nuestra familia.
Recuerdo con exactitud el día que Goyo fue a mi casa a hablar con mis padres. Fue el 23 de diciembre de 1971. Y cuando terminó de conversar con ellos, me dijo: «Te espero mañana a las cinco de la mañana en la piscina».
¡Entrenar un 24 de diciembre a las cinco de la mañana!
¡Esa misma fue mi reacción! (Risas).
—Pero Goyo, mañana es 24 de diciembre— le dije.
—¿Qué te acabo de decir? ¡Tú vas a hacer lo que yo te diga y punto! — me respondió.
Mi mamá intervino, me mandó a callar y le dijo al entrenador que no se preocupara. Ese 24 de diciembre estaba yo a las cinco de la mañana entrenando junto con los otros compañeros del equipo. Así lo hicimos todos los días a partir de ese momento, fines de semana incluidos. A las cinco de la mañana y a las seis de la tarde, siete días a la semana.
Fueron entrenamientos extenuantes. Nadábamos quince mil y diecinueve mil metros diarios. Pero nos permitieron clasificar y participar en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, que se realizaron entre agosto y septiembre.
Hace poco se cumplieron treinta años del atentado contra el equipo olímpico israelí que participó en Múnich 72. ¿Estabas allí cuando ocurrieron los hechos?
Sí. Eso ocurrió casualmente en la noche del día que terminaron las competencias de natación (5 de septiembre). Es tradicional que, al terminar una competencia, se haga una fiesta para todos los atletas de esa disciplina, de manera que allí estábamos reunidos nadadores de todas partes del mundo.
La fiesta la hicieron en un sitio que quedaba muy cerca de la villa olímpica. Pero en un momento dado nos dijeron que no estuviéramos saliendo y entrando de la villa olímpica; que nos quedáramos dentro del local donde se estaba celebrando la fiesta. No querían que hubiera atletas dando vueltas por los alrededores. A muchos nos pareció extraño que nos dieran esa instrucción y empezamos a preguntar que cuál era la razón. Resulta que para ese momento ya había ocurrido el secuestro y asesinato de la delegación olímpica israelí. Así fue como nos enteramos de lo que estaba sucediendo.
¿Qué sintieron los que estaban en la fiesta?
Un miedo terrible. Imagínate, estábamos celebrando el final de las competencias en natación, compartiendo con nadadores de todo el mundo. Algo que para uno es una experiencia muy grande, como lo es estar en una reunión donde tienes muchos amigos nadadores que son iguales a ti, de todo el mundo, y de pronto te enteras de esa terrible noticia. Muchos pensamos que hasta pudimos haber muerto también de haber estado en la villa olímpica. ¡Fue terrible!
Y ya que hablas de conocer a otros atletas, ¿tuviste ocasión de compartir con Mark Spitz, que ese año se convirtió en leyenda?
Con él ya había compartido antes. En julio de ese año, antes de los juegos olímpicos, el IND nos envió para que nos fogueáramos en unas competencias en California, Estados Unidos, en un club que está en un pueblo que se llama Santa Clara. Esa es como la cuna de los nadadores olímpicos. El que quería hacer algo en natación, tenía que pasar por el Santa Clara Swim Club. Ahí entrenaba Mark Spitz.
Fuimos los cuatro nadadores que clasificamos a Múnich 72 y Goyo, nuestro entrenador. Allí tuvimos oportunidad de enfrentar a nadadores de talla mundial con los que nunca nos habíamos medido. Ahí pude ver en varias oportunidades a Mark Spitz. Recuerdo una entrevista que le hicieron y que a mí me impactó mucho. Él estaba enfocado en ganar siete medallas de oro desde las olimpiadas anteriores, las de México 68. Ya había prometido ganarlas, pero no lo logró en esa ocasión. En esa entrevista, un periodista le preguntó cómo lo lograría esta vez, ya que no había podido hacerlo en México. «Porque yo soy el mejor. Punto», fue su tajante respuesta. A mí me impacto mucho eso que dijo Mark Spitz.
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¿La preparación mental o psicológica es tan importante como la física?
Yo diría que la preparación psicológica y la física son igual de importantes. Porque un atleta puede estar muy bien preparado físicamente, pero si mentalmente no estás convencido de que puedes competir y de que puedes ganar; de que vas a hacer tus tiempos y de que vas a mejorar tu marca, estás perdido.
¿Por qué no fuiste a Montreal 76?
Asistí a los chequeos para verificar las marcas. Esos chequeos se hicieron un fin de semana en la piscina olímpica de la UCV y clasifiqué para los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. El lunes, cuando fui a la práctica, le comenté al entrenador que me dolía mucho el costado derecho. Él pensó que era consecuencia de las competencias de los días anteriores, que habían sido extenuantes. Consideró que era cansancio y nada más.
Pero cuando terminé el entrenamiento de ese día el dolor era demasiado fuerte, casi no podía ni hablar. Mi mamá me llevó al médico y cuando me hicieron los exámenes de sangre el resultado arrojó que era hepatitis. Me ordenaron reposo total. Estuve dos meses en cama. Por ese motivo no pude ir a esas olimpiadas.
Paralelamente a tu carrera como nadador, ¿qué otras cosas has hecho?
En esa competencia a la que fuimos en California conocí a un entrenador que me propuso entrenar con él. Apenas llegué de Múnich, como ya había terminado mi bachillerato, me fui un año a Estados Unidos a entrenar gracias a una beca que me dieron. Estuve allá desde septiembre de 1972 hasta julio de 1973.
Seguí entrenando, pero después de lo de Montreal me desanimé mucho. Haber entrenado tan fuerte para unos juegos olímpicos y no haber podido ir a causa de la hepatitis me causó una desilusión muy grande. Me fui alejando de la piscina hasta que oficialicé mi retiro ese mismo año. No competí más.
En 1977 comencé mis estudios en la Escuela de Veterinaria en Maracay, entusiasmado por un hermano mayor que estaba cursando la carrera, y me gradué en 1982. Estoy muy satisfecho con el desempeño profesional que logré, tanto en el ámbito nacional como el internacional, con la empresa Pfizer, de donde me retiré en 2016.
Pero siempre he seguido vinculado a la natación. Ahora soy nadador master, categoría en la que participamos los que tenemos más de 25 años en adelante. Sigo nadando, sigo entrenando, tratando de mantenerme en forma siempre.
¿Crees que tu vida habría sido diferente si no hubieras sido nadador?
¡Totalmente! Habría sido un estudiante más, un veterinario más. Mi carrera como nadador marcó mi vida, definitivamente. Ya como médico veterinario, muchas puertas se me abrieron gracias a mi carrera como nadador. La gente me conocía más como nadador que como médico veterinario.
Con toda la experiencia que has acumulado, ¿cuál es, en tu opinión, la razón por la que Venezuela no logra mejores posiciones en competencias olímpicas?
Antes había mucho más apoyo por parte del Estado para preparar a los atletas. Los deportistas podían ir a otros países a foguearse, a exponerse a competidores de otras zonas, para así mejorar su calidad. Salir a competir a otros países y exponerte constantemente en competencias internacionales tiene un valor incalculable en la formación de un atleta, en cualquier disciplina. Puedes escuchar hablar de otros atletas o leer acerca de ellos en un periódico o una revista, pero hasta que no te les enfrentas, no sabes que son reales ni sabes cuánto puedes dar para vencerlos.


