Las plantas de iboga que salen de contrabando de Gabón proporcionan la mayor parte de la ibogaína del mundo, ahora se abre la puerta a poner en marcha una nueva industria de comercio justo
Aloïse Amougha recuerda claramente la noche de hace 30 años en que un espíritu le visitó y cambió su vida. «Tienes que plantar iboga», le ordenó. «Y con esa ibogaína, tienes que curar el mundo».
Esta visión le llegó a Amougha mientras estaba sumida en los estertores místicos de una ceremonia de iniciación bwiti, un ritual tradicional que practican unas 50 comunidades étnicas de Gabón. Los iniciados comen o beben Tabernanthe iboga, un arbusto cuyas raíces contienen un potente compuesto psicoactivo llamado ibogaína. Llamada así por la palabra tsogho «curar», la iboga crece en varios países centroafricanos. Pero sus lazos culturales más fuertes se encuentran en Gabón, donde se calcula que un 5% de los 2,3 millones de ciudadanos del país practican el bwiti, y todavía son más los que utilizan la iboga en un contexto informal.

Fotografía de Jorge Fernández, Getty Images
La iboga crea un estado onírico de vigilia en el que las personas pueden encontrarse con sus antepasados o verse a sí mismas en vidas pasadas. Se les pueden mostrar verdades fundamentales sobre quiénes son o, como en el caso de Amougha, pueden recibir la visita de espíritus.
Amougha dice que su espíritu no le especificó cuántas semillas de iboga debía plantar ni le explicó por qué debía hacerlo. Amougha confiaba en que la respuesta acabaría revelándose. Así que él y su mujer, Jacqueline, empezaron a plantar iboga y ya no pararon. Tres décadas después, una auténtica selva de más de 4000 árboles rodea su modesta casa en el noreste de Gabón.
Regularización de la iboga y la ibogaína
En febrero, Lee White, ministro de Medio Ambiente de Gabón, emitió una autorización que marcaba la iboga de la pareja como la primera que se exportaba legalmente desde Gabón, así como el primer material psicoactivo que se comercializaba en virtud del Protocolo de Nagoya, un acuerdo complementario del Convenio sobre la Diversidad Biológica que entró en vigor en 2014. El protocolo pretende evitar la explotación cultural y natural estableciendo la participación en los beneficios de las personas y los lugares de los que proceden los recursos genéticos.
El 9 de marzo de 2023, algo más de un kilo de iboga de la pareja se enviará a Terragnosis, una empresa canadiense creada para obtener y distribuir iboga comercializada de acuerdo con el protocolo.
En Canadá, se someterá a un análisis químico y se procesará para obtener alcaloides puros que se enviarán a Ambio Life Sciences, un grupo de instalaciones clínicas de México que sirve de piloto para el nuevo programa de comercio legal. Allí, los terapeutas utilizarán el extracto de iboga para tratar a una clientela principalmente estadounidense con trastornos por consumo de sustancias y traumas.

Si todo va bien, ésta será la primera de muchas cosechas que conformarán una nueva industria de comercio justo de iboga basada en principios de equidad, reciprocidad y sostenibilidad. «Al mismo tiempo que los adictos se curan en Occidente, ayudan a las comunidades de Gabón», afirma Yann Guignon, fundador y codirector francés de Blessings of the Forest, una organización sin ánimo de lucro que lidera el comercio justo de iboga.
«Yo y mi mujer, Jacqueline, esperamos que este árbol aporte lo mejor al mundo», añade Amougha sobre el envío piloto.
La cara oscura de la moda de la ibogaína
La ibogaína se busca cada vez más fuera de Gabón para tratar el trastorno de estrés postraumático, especialmente entre los veteranos de combate. Mientras tanto, los científicos siguen intentando comprender cómo ayuda la ibogaína a las personas con trastornos por consumo de sustancias a romper su adicción y saltarse el doloroso proceso de abstinencia. Si la ibogaína previene las recaídas, «puede resultar verdaderamente transformadora para la medicina de la adicción», afirma Deborah Mash, profesora emérita de la Universidad de Miami y directora ejecutiva de DemeRx, una empresa que trabaja para que la FDA apruebe la ibogaína.
Pero detrás de las historias de vidas cambiadas y salvadas se esconde una verdad incómoda: la mayor parte de la iboga y la ibogaína utilizadas por las clínicas de todo el mundo proceden de plantas cazadas furtivamente en los bosques de Gabón y sacadas de contrabando de Camerún.
«Sabemos que la iboga sale de Gabón para venderse en Internet», afirma Natacha Nssi Bengone, subdirectora general del Ministerio de Aguas y Bosques, Mar y Medio Ambiente de Gabón. «Esto se hace sin el acuerdo de Gabón».
Según Max Ondo, jefe del departamento social de Conservation Justice, un grupo sin ánimo de lucro centrado en acabar con el comercio ilegal de fauna salvaje en Gabón, los cameruneses son los principales traficantes de iboga. Compran un árbol de iboga por «algo así como 16 dólares [unos 15 euros]», dice Ondo, y de vuelta en Camerún, venden las raíces «por más [dinero] en línea a europeos o estadounidenses».
Aunque la ibogaína «salva vidas», afirma Kirran Ahmad, investigador clínico psicodélico del Imperial College de Londres (Reino Unido) y encargado de garantizar el beneficio mutuo entre Gabón y Occidente en Blessings of the Forest, lo que suele faltar en la experiencia occidental de la droga es la «narración de lo que ocurre en Gabón». Gabón es de donde se extraían los esclavos, y para mí, este es otro proceso extractivo que está ocurriendo con la iboga».
El nuevo programa de comercio justo de iboga pretende abordar este problema ofreciendo una alternativa legal y sostenible. Sin embargo, la iniciativa no está exenta de críticas, y aún está por ver si los profesionales y los dispensarios de otros países apoyarán el programa eligiendo iboga de comercio justo en lugar de seguir comprando por Internet un producto más barato, probablemente procedente de la caza furtiva. Lo que pende de un hilo, según Denis Massande, presidente de la Asociación para el Desarrollo de la Cultura de los Pueblos Pigmeos de Gabón, son los derechos de las comunidades indígenas de Gabón y el futuro de una pieza clave del patrimonio cultural y ecológico.
«Nunca nos hemos negado a compartir la iboga con otras personas», afirma Massande. «Pero ahora que este comercio de iboga se conoce en todo el mundo, si no se establece una regulación, la iboga desaparecerá».
La farmacopea de la naturaleza
Las pruebas arqueológicas procedentes de restos de carbón vegetal descubiertos en una cueva de Gabón indican que los indígenas de la zona llevan consumiendo iboga desde hace al menos 2000 años. La leyenda cuenta que, en algún momento, los pigmeos babongo descubrieron los efectos psicoactivos de la iboga tras observar a los animales que consumían la planta. Los pigmeos compartieron lo que aprendieron con los bantúes, que hoy constituyen la mayoría de la población de Gabón.
En Occidente, farmacólogos franceses y suizos aislaron la ibogaína de las raíces de iboga en 1901, y pronto las farmacias de Francia empezaron a comercializar comprimidos de ibogaína para el tratamiento de diversas enfermedades y para ayudar a realizar «esfuerzos físicos o mentales superiores a los normales en individuos sanos». En la década de 1960, un puñado de psiquiatras de Chile y EE.UU. empezaron a utilizar la ibogaína como agente terapéutico, y la capacidad de la droga para anular la adicción salió a la luz poco después, cuando el estadounidense Howard Lotsof descubrió que le aliviaba el deseo de consumir heroína, sin ningún síntoma de abstinencia.
Estados Unidos prohibió todo uso y prácticamente todo estudio de la ibogaína en 1970 en virtud de la recién creada Ley de Sustancias Controladas, y varios otros países tienen prohibiciones, especialmente en Europa.
En Sudáfrica, Nueva Zelanda y el estado brasileño de São Paulo, la ibogaína es un medicamento sujeto a prescripción médica; en la mayoría de los demás lugares, se encuentra en una zona gris legal: no está explícitamente aprobada para uso médico, pero tampoco está expresamente prohibida.
El mosaico de legislaciones mundiales ha provocado una explosión del turismo médico relacionado con la ibogaína, con entre 80 y 100 proveedores de iboga (principalmente en México, Brasil, Costa Rica, Colombia y Sudáfrica) que atienden sobre todo a norteamericanos y europeos que suelen pagar entre 5 000 y 15 000 euros por una sola sesión terapéutica. La demanda está creciendo y «no paran de aparecer nuevos dispensarios», afirma Juliana Mulligan, fundadora de Inner Vision Ibogaine, con sede en Nueva York (Estados Unidos), que ofrece servicios de asesoramiento a las personas que se someten al tratamiento con ibogaína y a los dispensarios.
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