Antes de la famosa ENCARTA, los libros en papel eran la fuente por excelencia de la educación. Para muchos, evocan horas de lecturas, subrayados, marcas en las páginas y hasta el peso en los morrales cuando en un mismo día tocaba el de Álgebra e Historia Universal. Pero sin duda, todos coincidimos que eran el mejor recurso de apoyo al aprendizaje.
Estas inolvidables portadas y los nombres de sus autores, están plasmadas en nuestras generaciones, pues muchos llegamos a heredar estos textos como una preciada reliquia a ser cuidada para los que venían después.
Cuando no teníamos alguno de estos libros en casa, los encontrábamos debajo del elevado de Fuerzas Armadas o en los pasillos de la UCV, económicos y de segunda mano, pero con la misma calidad y contenido.
En ocasiones, los libros de las materias no eran los únicos que debíamos tener en el morral, pues para Castellano se pedían reconocidas obras como Cien años de soledad, Doña Bárbara, La Ilíada, Casas muertas, entre otros.
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Aunque no era del bachillerato, es preciso contar que la historia de la lectura en nuestras generaciones pasadas comenzó con estos inolvidables libros; Mi Jardín o Angelito.
¿Te suenan aquellos autores, Clemen Mazzarela, Aureo Yépez Castillo, Candido Millán, Serafín Mazparrote, Peña Hurtado, Mirna Godoy? ¿Qué otros se te vienen a la mente? ¿Conservarán las futuras generaciones recuerdos como estos del bachillerato?
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