Por Katty Salerno
Félix Allueva presentará este mes una nueva edición de su libro Rock Venezuela 1959-2019. Junto con el Festival Nuevas Bandas, son las dos obras, pero no las únicas, por la que es más conocido este gestor cultural que encontró en la música, especialmente en el rock, el sentido de su vida. Y bueno, también en la paternidad. A ambos momentos llegó tarde, como confió en esta entrevista exclusiva con Curadas.com. Pero, como dice el refrán, nunca es tarde cuando la dicha llega.
—¿Qué estás haciendo en este momento?
—Muchas cosas. Tengo ese problema, que me meto en muchas cosas.
—Pero el rock es el centro que nuclea todas esas cosas que haces…
—Así es. Siempre digo que soy básicamente un gestor cultural prestado al mundo del punk y del rock, a la onda musical contemporánea.
»Hablemos de este momento, septiembre de 2023. Acabamos de terminar el Festival Nuevas Bandas, que es el evento central de la Fundación Nuevas Bandas, que presido. Ahora estamos trabajando en Zona Nuevas Bandas, una actividad que pone a girar a muchas de las agrupaciones que participaron en el Festival en locales, centros culturales, etcétera. Ya la programación la tenemos armada y arrancamos en octubre con eso. Todos los sábados habrá alguna actividad con bandas, grupos, solistas en distintos sitios de Caracas y vamos a ver si logramos extenderlo al interior del país. En eso estoy ahorita.
»También está mi parte académica. Doy clases en varios institutos de educación superior y me centro básicamente en dos áreas. Una, la producción de eventos musicales. Y dos, la historia del rock. Ahí me dedico a relatar cómo ha sido la evolución de estos sesenta años de este género musical.
»Además de eso tengo la parte de investigación. Este mes vamos a presentar una reedición de mi libro Rock Venezuela 1959-2019. La primera edición salió en 2019 y ahora hicimos una revisión completa, actualizada, agregamos información, corregimos cosas que ya no nos gustaban y estamos lanzando la segunda edición este mes. Y acompañando esto, quiero hacer un seminario sobre la historia del rock en Venezuela, que, como tal, será muy concentrado, muy rápido. Son cinco sesiones donde abordaremos cada una de las décadas del rock venezolano. Esto comenzará al final de este mes.
»Esto, hasta donde recuerdo, porque hay otras cosas más, pero no las recuerdo todas en este momento.
—Te graduaste en Trabajo Social en la universidad. ¿Por qué escogiste esta carrera si lo que te apasionaba era la música?
—Todo está entrelazado. Yo nací y crecí en Caracas, en una zona muy popular e históricamente importante como lo es La Pastora. Y, además, en la parte más alta, en La Puerta de Caracas, el antiguo Camino de los Españoles por donde se venía antes de La Guaira a Caracas. Yo soy específicamente del sector conocido como El Polvorín. Mi extracción es eminentemente humilde. Y viví esa cosa maravillosa que sucedía hace décadas en este país, que era la posibilidad del ascenso social. O sea, podías nacer en un barrio, pero si ponías un poco de tu parte, te disciplinabas y estudiabas, podías avanzar dentro de la estructura social. Yo creo que soy un buen ejemplo de eso.
»Nací en un barrio y pude estudiar en un colegio y en un liceo públicos, que, dicho sea de paso, eran muy buenos. Cuando llega el momento en que tengo que decidir qué voy a estudiar en la universidad se presenta una situación que creo que han vivido también muchísimas personas, que es enfrentarte a la presión familiar, la tradición, la situación económica, el contexto sociocultural. La familia me empujaba a estudiar algo que diera dinero rápido, porque ese era un momento en que tenías que graduarte para trabajar y ayudar a la familia.
—¿A qué se dedicaban tus padres?
—Mi mamá siempre estuvo dedicada a la casa; mi papá trabajaba en el campo artesanal, como digo yo, porque era encuadernador, trabajaba en el área de la manufactura de libros. En esa época muchas cosas se hacían a mano, por eso digo que él era un artesano.
»Como te venía diciendo, la necesidad de comenzar a trabajar de manera inmediata apenas terminara los estudios me llevó a hacer el bachillerato comercial, que se estudiaba en esa época, del que uno egresaba con conocimientos de contabilidad y administración y con un buen manejo de las máquinas de escribir. Por eso a los diecisiete años ya estaba trabajando, lo cual está bien.
»Pero en el fondo sabía que eso no era lo que me gustaba, que eso no tenía nada que ver conmigo. Mi juventud fue muy muy musical. Ya desde entonces me encantaba escuchar la radio, me encantaba la música, saber de la historia de la música y su contexto sociocultural. Todo eso estaba latente en lo más profundo de mi subconsciente, pero la vida me llevó a graduarme en ese ámbito. Y cuando me toca la universidad, decido por Trabajo Social, porque me sentía comprometido con la sociedad. Obtuve mi licenciatura, inmediatamente hice un posgrado en Psicología y empecé a dar clases en la Universidad Central de Venezuela, donde me acababa de graduar. Recuerdo que fue en Metodología de la Investigación. Así empecé mi camino como docente.
»Luego empecé a vincularme con todo lo que eran las políticas sociales del Estado y trabajé con varios organismos oficiales. Todo esto estaba muy conectado con mi posición política. Yo fui militante de izquierda, como le correspondía a un estudiante de la UCV en esos años (risas). Tuve unos cuantos años de dura y disciplinada militancia, porque además era de los radicales, muy disciplinado y muy comprometido. Pero luego lo fui soltando poco a poco, cuando entendí que la vida tenía otra dimensión. Pero el compromiso social se mantiene.
—¿En qué momento se vincula todo esto con tu pasión por el rock que ha permanecido prácticamente a lo largo de toda tu vida adulta?
—Hubo un momento de quiebre. Tuve una experiencia en una institución que fue realmente muy dura y de la que no voy a hablar. Pero me hizo ver lo complicado que era la gestión social, el desarrollo de políticas sociales. Fue muy fuerte, por eso tuve que tomar distancia. Decido cambiar de área e irme a trabajar en otro ámbito, el cultural. Trabajé con la Galería de Arte Nacional, con la Comisión de Cultura de lo que entonces era el Distrito Sucre (hoy municipios Sucre, Chacao, Baruta y El Hatillo) y con el Conac.
»Así llegué al Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg). Allí me encargaba de todo lo que era promoción y difusión cultural, gerenciar la sala, los conciertos, el teatro, todo eso. Ahí empecé a vincularme con lo que yo realmente quería y que guardaba muy adentro de mí, que era la música. Como te dije, lo que me gustaba realmente era la música. Pero también, desde la perspectiva sociológica, algo estaba ocurriendo. Eran los 80 y empezaron a aparecer en la ciudad unos grafitis que mucha gente no entendía de qué se trataban. Eran jóvenes que se estaban manifestando a través de los grafitis, pero también a través de la música. Cuando me puse a investigar, ya en un plano social, me encontré con grupos como Sentimiento Muerto, Zapato 3, Desorden Público y unos cuantos más.
»Eso fue amor a primera vista. Me vinculo a todo ese movimiento porque me gustaba lo que están haciendo. Había una buena combinación de arte, política, compromiso social, activismo. Era perfecto para mí, porque funcionó como un puente entre lo que yo venía haciendo y lo que realmente quería hacer, que era vincularme a la música y a la producción de eventos. Ahí nace ese vínculo. A partir de allí es que comienzo con la idea de generar una especie de plataforma donde todo ese movimiento musical pudiese expresarse. No había nacido aún la Fundación Nuevas Bandas, pero ahí había un incipiente inicio de lo que podía ser. Allí me conecto yo más fuertemente con el rock, pero ahí también comienza otra historia.
—Continúa contando, por favor. —Cuando llego al ámbito del rock y empiezo a organizar estos conciertos, el primer nombre que le dimos a esa actividad fue Los Insurgentes. Lo hacíamos en el Teatro Cadafe, en El Marqués. Presentábamos cinco o seis agrupaciones durante una semana. Fue superinteresante. Siendo yo un señor ya más o menos maduro, empiezo a entrar en contacto con estos chamos de entre quince y veintiún años. Y es un nuevo mundo, una nueva dimensión y una nueva música. Yo venía afectado por una música más correspondiente a la época de la psicodelia, del hard rock, del metal. Pero estos grupos venezolanos venían con otra idea, con otra propuesta que me puso a reflexionar sobre lo que estaba pasando. Entonces me empiezo a meter más y más en el rock y detecto que estos muchachos no tienen una referencia histórica, creen que están inventando el agua caliente.
»Me doy cuenta de que ahí hay una gran deficiencia que es el desconocimiento de la historia, de la historia musical y de la historia en general. Y me doy a la tarea de buscar gente que pueda trabajar eesa investigación sobre el rock venezolano y difundirla. Y encuentro gente muy interesante, como Alfredo Churión, Gregorio Montiel Cupello y algunos más que tenían esa información. Pero nadie se atrevía a avanzar, a darle una sistematización a esa información y a difundirla. Había mucha información, pero no estaba organizada.
»En ese momento tenía una novia que me dijo: “Félix, eres tú. Te toca investigar y publicar y difundir”. Y le dije que no, que lo mío era producir, que yo no era escritor. Bueno, tanto fue que terminé investigando y con el tiempo produciendo algún tipo de publicación sobre la historia del rock en Venezuela. Después me enamoré de esa historia y empecé a profundizar en ella, a sistematizar esa investigación. Un día me llaman de la Escuela de Arte de la UCV y me proponen dar clases sobre Historia del Rock. Y como ya tenía el soporte académico, acepté. Eso me vincula de nuevo con la Universidad pero ya desde otra perspectiva y eso me pareció maravilloso.
Eso evolucionó con los años y se ha convertido en una cátedra que ahora dicto en varias universidades, dentro y fuera del país, porque también me invitan de afuera para hablar de este tema, y es hoy una parte estructural de mi vida. Así fue cuando nació, en 1991, el Festival Nuevas Bandas, que ya cumplió las tres décadas.
—Desde que nació, en Estados Unidos, en la década de los cincuenta, el rock siempre ha sido asociado con cambios sociales y culturales. ¿Qué impacto ha tenido este género musical en Venezuela?
—El rock nace en Venezuela en el año 59, hasta donde hemos podido investigar, y se ha ido adaptando al país, en primer lugar. Desde que su nacimiento aquí, el rock ha intentado buscar una identidad propia, una identidad venezolana, y eso lo podemos ver desde el inicio en el 59 hasta el día de hoy, donde distintos grupos y artistas tratan de adaptar al rock universal elementos locales, ya sea en la música propiamente dicho, ya sea en la letra, ya sea en la vestimenta, ya sea en el mensaje.
Entonces es una larga historia de generar una música propia, con características propias. Y también se refleja en lo político, porque en cada una de estas décadas la sociedad venezolana ha tenido adelantos, atrasos, luchas, contradicciones lógicas de la sociedad y el rock, de una u otra manera, a veces con más potencia, a veces con menos, ha reflejado eso que está sucediendo en la sociedad venezolana. Entonces, sí, si es aplicable la visión universal al caso específico venezolano.

—Y en tu vida personal, ¿qué impacto ha tenido el rock?
—Yo creo que el rock en particular y la música en general me han salvado la vida. Primero, me dio un sentido de vida y eso es fundamental. O sea, tener una especie de direccionalidad, un punto hacia donde dirigirte. El rock me permitió ver la ruta para desarrollarme profesionalmente, incluso dar aportes a una sociedad con la cual me siento comprometido. El rock me permitió ese espacio, ese microuniverso, lo cual es importantísimo, porque mi vida, mi acción profesional, está muy conectado con eso.
Mi día a día es la música, absolutamente. Yo no hago más que escuchar, difundir, promover, investigar sobre la música. Es mi sentido de vida, independientemente de que uno tenga otros ámbitos, porque también soy padre, soy novio, amante, como lo que quieras llamar, tengo mi familia global, tengo mis amigos, pero la música es como el foco central a través del cual voy girando. Entonces, la música y el rock específicamente me han salvado la vida, me han permitido desarrollarme y ser lo que soy.
—Pero no eres músico, ¿cierto? ¿O sí tienes alguna habilidad musical?
—Negativo, negativo (risas). Al principio, porque la presión familiar no me permitía eso. Como te conté, por mi entorno social, en mi adolescencia yo tuve que estudiar para ponerme a trabajar, por lo que no podía estar “perdiendo el tiempo”, así, entre comillas, con eso de la música. Mi mamá me decía: “¿Y qué vas a hacer con la música?”.
»Entonces, quizá debido a esa presión, me limitaba a escuchar música en la radio. Esa era mi pasión juvenil. Así me formé, escuchando a Iván Loscher, Alfredo Escalante, Plácido Garrido, toda esa generación de los 70. Ellos fueron mis profesores, de una u otra manera.
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»Ya de adulto intenté estudiar música, pero fue muy complicado. Estaba sacando dos carreras al mismo tiempo en la universidad. Estudiaba Trabajo Social y Filosofía. Filosofía cursé hasta tercer año. Además, trabajaba, estaba casado y era militante de una organización política. Hacía todo eso al mismo tiempo cuando se me ocurrió ponerme a estudiar música también. Hoy no sé cómo lograba hacer tantas cosas, pero lo hacía. La juventud es una maravilla, es una gracia de Dios.

»Pero no funcioné con la música. No, no, no. Era un sistema muy rígido, muy cuadrado, muy académico y no pude con eso. Me pareció muy complicado, que no iba a dar la talla y salí frustrado. Me di cuenta de que no servía para ejecutar música, quizá sí para apreciarla y promoverla y difundirla. Creo que todo eso se fue conformando en mi cerebro y llegué a donde estoy ahorita.
—¿Y sí bailas?
—¡Tampoco! Soy terrible, terrible, terrible. Toda mi familia es salsera, salsera dura. Quien no baile en esa casa, es un hereje. Yo soy un hereje. Soy el único que no es salsero en mi casa. Me encanta la salsa, sobre todo la originaria, pero no doy pie con bola en eso de bailar, me parece complicadísimo. Mi hija, que tiene quince años, aprendió de manera autónoma a bailar salsa, porque yo no se lo enseñé, lo trae en la sangre. En estos días me puse a bailar salsa con ella y más o menos pude darle un poquito. La naturaleza no me permitió bailar, pero sí me permitió hablar bastante. Entonces, cuando iba a las fiestas y las muchachas no estaban bailando, me valía de mi buena conversación para poder conseguir novias (risas).
—¿Esa es tu hija menor?
—Yo he llegado tarde a las cosas más importantes de mi vida. Llegué tardíamente a lo que realmente me gusta, que es la música. Ahí llego a los treinta años, que fue cuando empecé a trabajar en lo que me gusta. Y durante cincuenta años me negué a ser padre. No me interesaba la paternidad, para nada. Mi hija me llega ya con cincuenta y tantos años de edad y ha sido la mejor experiencia de mi vida. Ahora se la recomiendo a todos mis amigos que no quieren tener hijos. “Ustedes no saben lo que se están perdiendo”, les digo. Ser padre es como estar en otra dimensión y ahí me siento muy bien, cómodo, además de realizado.
»Y durante una buena parte de esa experiencia me ha tocado ser padre soltero. Yo crié solo a mi hija desde que ella tenía cinco años. He sido papá y mamá veinticuatro por veinticuatro. No tenía alternativa. Posiblemente una de las experiencias más fuertes de todo eso ha sido el grupo de WhatsApp de las madres del colegio. ¡Eso es terrible! (Risas).
—¿Y las mamás no eran solidarias contigo?
—En 2017 publiqué un libro titulado Andrea en el cielo con diamantes en el que canalicé lo que he viví después de pasar por un divorcio y quedarme solo con mi hija. Tener que ser papá y mamá y lo que eso implica: cocinar, llevarla al colegio, ir a las reuniones de padres del colegio, aunque quienes asisten son las las madres, comprarle la ropa, sin entrar en detalles de lo que vino cuando la niña se hizo adolescente. Entonces, eso que tú me estás preguntando, que si las otras mamás ayudan, está respondido en ese libro. Ahí cuento cómo algunas sí ayudaron, pero otras no. Es muy largo el cuento, pero superinteresante y de mucho crecimiento personal, yo he aprendido muchísimo. Ser un padre rockero, a una edad avanzada, en un país destruido… eso es una bomba.
Con todo y eso decidí quedarme en el país. Me pude haber ido. He recibido ofertas para hacer cosas en España, para profundizar en el área de la música iberoamericana. Y decidí quedarme porque creo que hay muchas cosas que hacer en el país. Ya no sé si mejoramos o empeoramos, no lo tengo claro, pero mi compromiso con el país lo trato de mantener, no solamente con mi acción profesional en el campo de la música, sino intentando desarrollar otros proyectos que estén más conectados, más fusionados con lo social. Hablarte de las cosas que hemos hecho en materia de desarrollo sociocultural en el ámbito de los barrios y de otros sectores sociales del país sería como para otra entrevista. Como te decía al principio, me la paso metido en muchas cosas…