Rafael «Pollo» Brito: «Me muero por dar un concierto en Venezuela»

Por Katty Salerno

Rafael «Pollo» Brito está viviendo un buen momento. Tiene una nueva esposa, Carmen Cecilia Romero, que es también su manager; la familia creció —ahora tiene nueve hijos, si incluimos a sus perritos Max y a Maya, y hace un mes le nació su primer nieto— y vive en una cómoda casa en Doral, Miami, Estados Unidos, país al que emigró exactamente en octubre de 2017.

En lo profesional, su voz inconfundible la escuchamos interpretando, en guaraní, el tema Viajera del Río que aparece en el disco «Ayvu», del grupo paraguayo Tierra Adentro, el cual está nominado, en la categoría mejor álbum folclórico, al Premio Grammy Latino de este año. También grabó el tema Tiempo a dúo con la vocalista colombiana Alemor. Esta pieza está incluida en el disco «Beautiful Humans Vo l», de la mencionada artista, nominado en la categoría mejor álbum vocal pop para el Grammy.

Un ambiente que le resulta familiar al Pollo Brito después de haber obtenido en 2014 el máximo galardón de la música latina, junto con C4 Trío, por mejor grabación para el disco «De repente». Y al año siguiente, fue nominado de nuevo, esta vez en la categoría mejor álbum tropical tradicional, por el disco «Homenaje a Tito Rodríguez».

Muy pronto lanzará un nuevo vídeo, sobre el que no quiso adelantar detalles; ya tiene contratos para conciertos durante la etapa navideña más otras actividades relacionadas con una empresa de producción que también maneja. «Creo que vamos muy bien, estamos tranquilos», nos dijo, sonriente, en esta entrevista exclusiva con Curadas.com que realizamos vía Zoom desde su casa en Doral, considerada la pequeña Caracas de Estados Unidos.

Lejos quedaron los duros días del comienzo, cuando el joven oboísta recién egresado del Conservatorio Superior de Música Simón Bolívar, recién casado y con hijos pequeños debía tener dos y tres empleos al mismo tiempo para mantener a la familia. O, incluso, trabajar en las madrugadas repartiendo periódicos recién salidos de las imprentas con tal de que sus hijos no se quedaran sin su Niño Jesús.

La vida del hoy músico, cantante, arreglista y cuatrista venezolano comenzó a cambiar a partir de 2005, con el lanzamiento de su primer disco, «Una casita bella para ti», que incluyó sus versiones de cinco clásicos del folclore venezolano, entre ellos el tema que dio título al álbum, y cinco temas inéditos. Canciones todas que el público que le sigue aún disfruta y baila al compás de un sonido que mezcla con un estilo único el folclore venezolano y la alegría de la salsa y la gaita zuliana.

—¿Te sientes cómodo en Miami, te adaptaste?

—Bueno, claro, uno se adapta. Pero mi unión con Venezuela sigue siendo muy cercana. Yo no me despego de mi tierra. No me despego del venezolano, de los amigos, de la familia. Aquí más bien soy como una persona diferente en el sentido de que si salgo, es porque voy a trabajar; de resto, me la paso bastante tiempo en mi casa.

»Hay mucha gente que dice que no extraña a Venezuela, pero yo extraño mucho es al venezolano. Lo de nosotros es lo mejor y siempre lo vamos a decir con mucho orgullo. Montañas y playas hay en muchos sitios; pero venezolanos, no; y es muy triste cuando uno no tiene a los venezolanos cerca. Si yo estuviera en Venezuela esta entrevista no la haríamos por Zoom, la haríamos en persona, tomándonos un café.

—¿Cómo te está yendo?

—A mí me pasó algo muy curioso durante la pandemia de la covid y fue que empezamos a trabajar, a pesar de que el mundo entero estaba parado por la cuarentena. Yo dije que no me iba a quedar encerrado en mi casa, deprimido, y buscamos la manera de hacer algo. Eso nos abrió un mercado diferente. Carmen, que es mi manager y mi esposa, agarró las riendas porque yo no sé venderme y si me vendo, me vendo muy caro (risas). Fue una cosa fortuita, pero lo cierto es que nos empezó a ir muy bien.

Este año, más bien, fue un poco raro porque tuvimos como que la osadía de estar unos meses tranquilos, dedicándonos a la familia, al ejercicio, a la comida sana. Pero ya yo me estaba volviendo loco (risas). Aunque no fue como en la pandemia, que a veces me deprimía. Tú sabes que los artistas nos deprimimos mucho. Yo escucho La cabra mocha y me deprimo (risas).

»Ya estamos comenzando a ponernos los patines otra vez. Tenemos un video en puertas que saldrá este primero de noviembre; ya tenemos programados unos cuantos conciertos, creo que unos diez, y por supuesto van a salir otros más de aquí a diciembre. He hecho muchos conciertos de boleros junto a Renesito Avich, que es un virtuoso del tres cubano, y nos ha ido muy bien. Ahora también tenemos una empresa que se encarga de organizar eventos públicos. Creo que vamos muy bien, estamos tranquilos.

»A veces me entra la desesperación por no poder hacer más cosas, pero ya pronto voy a tener mi green-card, estoy haciendo los trámites. No es que no pueda entrar a Venezuela, es que quiero evitar cualquier problema al momento de volver a entrar a Estados Unidos. Pero una vez que tenga mis documentos lo primero que voy a hacer es ir a Venezuela. ¡No sabes cómo me muero por dar un concierto en Venezuela! Aunque lo primero que voy a hacer después de estos seis años lejos no es dar un concierto. Primero me voy a agarrar unos días para visitar a toda la gente que no veo desde hace tanto tiempo.

—Dicen que eres rebelde. ¿Dirías que esa es una característica que define tu personalidad?

—Yo diría que más bien soy como un boxeador, que si le hacen una finta enseguida se cuadra. Digo que soy rebelde porque nunca me agarran en la primera. Por ejemplo, si me proponen hacer un disco, me planto y empiezo a preguntar quiénes son los músicos, quiénes se van a ocupar de los arreglos, y por ahí me voy, porque una producción es como un hijo para uno y hay que cuidarla para que todo salga bien. 

»Mucha gente me dice que soy “mechacorta”, que en el español venezolano significa molestarse muy rápido. Entonces sí, tal vez soy rebelde en el sentido de que siempre he querido hacer de lo que soy, lo que yo quiero. Yo sé que eso suena un poquito enredado. Siempre he tenido muy claro lo que quiero hacer.

»Entonces, cuando vienen personas como Carmen y me dicen no, no hagas esto así, sino asao, yo me pongo remolón, hasta que me convencen y digo que sí… o que no.

—Pero también has contado que la primera vez que te casaste lo hiciste por rebeldía. Eso es un poco contradictorio, porque casarse es una de las cosas más convencionales que hay en el mundo.

—Soy una persona que, si me retan, compito. Cuando me casé la primera vez tenía veinte años. Eso fue hace treinta y dos años. Se dice rápido, pero son bastantes años. En ese momento las cosas eran complicadas. El suegro mío no estaba muy de acuerdo con ese matrimonio, pero ella estaba embarazada y no nos importó lo que los demás dijeran, así que nos casamos. Entonces, de alguna manera, había una rebeldía latente.

—De niño no querías ser ni músico ni cantante. ¿Con qué soñabas entonces?

—¡Con ser bombero, como cualquier muchacho en esa época! (Risas)

»A los siete años lo que hacía era romper los instrumentos, no le paraba a nada de eso. Gracias mi papá fue que empecé a estudiar música. Bueno, yo y mis hermanos también, todos empezamos a estudiar música. Pero yo me lo tomé bastante en serio. No veía la hora de terminar las clases en el colegio para irme a tocar con la estudiantina San José Obrero, en Los Teques. Ahí estaba con mi padrino, en paz descanse, Sabino Parra. Después, en el liceo, me metí en un grupo de parranda con un profesor que daba clases de Educación Física, Jesús Araque, y a partir de allí vino toda una catajarra de cosas vinculadas con la música.

»Ya estaba estudiando oboe con la Orquesta Sinfónica Juvenil, núcleo Los Teques, y a la vez estaba en la estudiantina y en un grupo que se llamaba Nazarenos de la Gaita. Me metía en cualquier cosa que tuviera que ver con la música porque quería que todo fuera música. De hecho, cuando estaba en cuarto año mi papá me jaló las orejas para que terminara el bachillerato porque a mí no me interesaba más nada, sino ser músico.

»Para mí esto no es un hobby ni un plus, nada por el estilo. Yo creo que la gente que toma la música como un hobby y después se da cuenta de que tiene talento para ello, se arrepiente de no haber estudiado música.

—¿Terminaste tus estudios, finalmente?

—Claro que sí. Me gradué en Electricidad en el Roque Pinto, que era una escuela técnica. Y me gradué como oboísta en el conservatorio Simón Bolívar e hice mis tres años de teoría y solfeo en la fundación Simón Bolívar.

—¿Y con quién aprendiste a tocar el cuatro?

—Con mi padrino, en la estudiantina de San José Obrero. Y después, con todo el que me pudiera enseñar, porque me convertí en una “lala” que se la pasaba preguntando a todo el que supiera tocar un cuatro que cómo se hacía esto o cómo se hacía lo otro. Era un muchachito muy fastidioso.

—Tengo entendido que fue en la Orquesta Sinfónica Juvenil donde te pusieron el apodo de Pollo.

—Fue una profesora, que en paz descanse también, que después fue como mi comadre, Raquel González. Yo siempre he hablado con este tono de voz ronca o grave y era, además, muy flaco. Esos salones de clase tenían los techos muy altos y muy buena acústica y a mí me gustaba hablar, porque la voz se escuchaba como la de un locutor. Un día llegué tarde a una clase y al entrar di las buenas tardes, poniendo mi voz de locutor, y ella respondió diciéndome: “Buenas tardes, Pollo Ronco”, y todos soltaron la risa. Yo le había puesto sobrenombre a todo el mundo, pero yo no tenía uno. Y empezaron a llamarme Pollo Ronco, lo que me molestaba mucho y hasta me peleaba con quien lo hacía.

»Una vez estábamos en un ensayo con un director invitado, llamado Antoine, y él preguntó el nombre del primer oboísta de la orquesta, que era yo, para darme unas indicaciones, y el concertino de la orquesta le respondió: “Dígale Pollo”. Y cuando él me dice “Pollo, por favor, La” con su acento francés, todo el mundo soltó la carcajada. Yo me puso rojo, pero decidí quedarme tranquilo, porque preferí que me llamaran Pollo y no Pollo Ronco. Así que me quedé Pollo.

—Te graduaste, te casaste, te hiciste padre y empezaste a trabajar porque había una familia que mantener. Fuiste empleado administrativo en la Policía de Miranda y hasta repartidor de periódicos en un momento en que la situación se puso muy difícil. ¿Alguna de estas situaciones te hizo pensar en la posibilidad de tirar la toalla y desistir en tu carrera musical?

—Yo tengo un gran amigo que se llama René Bartoli que es parte también de mi vida, porque es mi compadre. Él fue quien me ayudó para que entrara a en la Policía de Miranda. Yo trabajaba allí calculando las prestaciones sociales de los empleados, imagínate. Mi vida en ese momento era levantarme a las siete de la mañana para ir a trabajar de 8 a 12 y de 2 a 5. Me escapaba cuando faltaban diez para las cinco para irme a tocar con la Sinfónica, pero acá no decía que estaba trabajando con la Policía porque en la orquesta también me pagaban, y yo necesitaba ambos sueldos.

Estaba con la Orquesta hasta las ocho de la noche y de ahí me iba a los ensayos con los grupos gaiteros, con los que tocaba los fines de semana.   Así era mi vida en ese momento. Cuando mis hijos empezaron a crecer fue que comencé a llevármelos conmigo para pasar algo de tiempo con ellos. Mi vida era todos los días de esa manera.

»Sí, por supuesto que hay momentos en que quieres tirar la toalla. El 15 de diciembre de 1999, el mismo día que ocurrió la Tragedia de Vargas, yo llegué a Caracas. En ese entonces vivía en Maracaibo. Por supuesto, debido a lo del deslave, me quedé sin trabajo porque el país estaba paralizado. Mi mayor temor era que mis hijos no tuvieran su Niño Jesús.

Entonces le pedí dinero prestado a mi papá y también le pedí que me prestara su carro para trabajar de taxista. Pero en realidad estaba repartiendo periódicos. Un hermano por parte de papá que era supervisor en El Nacional me ayudó en eso. Salía a la una de la madrugada a buscar los periódicos para repartirlos, a pesar de que para ese momento yo ya era un poco conocido, porque a veces me contrataban como cuatrista en Televen y en Venevisión para acompañar a algunos intérpretes.

A veces, cuando lanzaba las pacas de periódico, se me salían las lágrimas y le preguntaba a Dios que qué estaba haciendo yo. Le pedía para que las cosas en el país se normalizaran para que yo pudiera empezar a tocar otra vez. Y resultó que uno de esos días me llamó Saúl Vera para que lo acompañara en un concierto. En ese momento, lo que yo ganaba en un concierto era igual a lo que ganaba en un mes como repartidor de periódicos. Gracias a Saúl Vera salí de ese momento tan difícil.

»Hoy en día uno tiene su esposa, su casa y aun así uno se deprime porque no puede ir a Venezuela, porque mañana quiero ver a mi mamá y no puedo. Tres de mis hijos están en España y tampoco los puedo ver porque no puedo ir para allá, al menos no en este momento.

—Es indiscutible que todo ese esfuerzo ha valido la pena. Hoy eres una referencia en este país. Supiste encontrar tu voz y tu esencia, como cantante y en un sentido metafórico. No soy experta en música, pero cuando te oigo, te reconozco de inmediato. Me pasó en estos días al escucharte cantar en guaraní; no sabía en qué idioma estabas cantando, pero sabía que eras tú porque tienes un estilo único e inconfundible. ¿Cómo llamas a eso que has logrado: talento, suerte, magia, un regalo de Dios…?

—Por supuesto que, en primer lugar, es obra de Dios y de la Virgen. Yo soy mariano y creyente de Dios y siempre le echo la culpa de todo esto a ellos dos. Pero yo creo, como dices tú, que hay una magia que uno a veces no se explica. Y también que he estado muchos años sin parar. Creo que el éxito de verdad se logra de esa manera. Sin ánimos de compararme, es como el caso de Oscar D´León, que no para nunca. Yo siempre le digo a Carmen que quiero dar un concierto todas las semanas, como sea y donde sea, porque eso es lo que a uno lo mantiene vivo. Trato todos los días de hacer cosas para que la gente lo recuerde a uno.

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»En estos días justamente estaba pensando sobre eso, porque me acordé de una anécdota de Juan Gabriel, que fue a una disquera porque quería grabar un disco y le preguntaron que qué canción buena tenía y él les respondió que todas eran buenas. Juan Gabriel, Celia Cruz. Tony Bennett fue gente que no paró nunca de grabar y por eso su música va a vivir por siempre. A veces uno se pone con tonterías y dice que no va a grabar esto o lo otro porque hay que esperar el momento preciso para hacerlo. Y no sabes qué puede pasar, porque uno está prestado en este mundo. Si tuviera la certeza de cómo es la cosa de la vida eterna, me moriría mañana mismo (risas).

»Yo creo que de eso se trata. Lo dijo una vez Astolfo Romero, ese gran gaitero zuliano: qué sabroso es ser recordado. Creo que es muy bonito eso de ser recordado.

—¿Cuál es tu finalidad o propósito como músico?

—El músico siempre tiene que demostrar su talento y demostrar afinidad con el público. Yo no sé cómo explicar lo que ocurre cuando una persona dice “epa, muchachos” y la gente se ríe y aplaude, pero es indudable que eso quiere decir que hay una afinidad grande entre esa persona y su público. El agradecimiento que siento con la gente que me sigue es total. Eso que me acabas de decir, que me escuchaste cantando en guaraní y supiste que era yo, para mí es una satisfacción muy grande. El deber del músico es hacerle llegar sentimientos a la gente, sea alegría, nostalgia o despecho.

«El día que a uno le toque irse, quisiera dejar una gran biblioteca musical, que la gente use como una referencia. Si alguien no ha escuchado nunca el tema Cuando no sé de ti, de Chelique Sarabia, vaya y lo busque en esa biblioteca y encuentre la versión que el Pollo hizo de esa canción.

—Estás próximo a cumplir cincuenta y dos años. Yo creo que Carmen le ha hecho mucho bien a tu vida, sin desmeritar a tus otras parejas, pero pareciera que esta vez como que entraste por el carril. ¿Estoy en lo cierto o sigues siendo un rebelde?

—Yo creo que llegué al llegadero y llegué al llegadero bonito. Carmen es mi esposa y la amo, respeto y admiro muchísimo, y también es una persona que se desvive porque el trabajo de nosotros quede muy bien. Algunas veces ella ve las cosas de una manera diferente a como las veo yo, pero eso es algo que los artistas necesitamos, el balance, porque si el manager va a hacer siempre lo que dice el artista, entonces ¿para qué tienes un manager?

«Por supuesto, uno va sacando la cuenta de todo lo vivido y, como dices tú, sin desmeritar a las otras parejas que he tenido, porque son las madres de mis hijos, pero pienso que todo lo que te ha pasado es necesario para tú poder llegar a donde quieres llegar. Entonces, creo que sí, que llegué al llegadero. Y más que creerlo, lo aseguro, porque así lo siento.

 —¿Cómo están tus hijos?

—Mis hijos están hermosos. Además, estás hablando con una persona que ya es abuelo también. Hace un mes nació mi primer nieto, nació el veintiuno de septiembre. Yo no lo he hecho vox populi porque como padre de seis hijos ya he pasado por ahí muchas veces y me gusta esperar un poco hasta estar seguro de que los bebés están bien y saludables, no es porque me vayan a decir viejo ni nada de eso.

»Yo soy el padre del mundo, no de la patria, porque tengo dos hijos en Tenerife, una en Madrid, uno en Nueva York, una en Venezuela y uno aquí en Miami. La hija de Carmen, que por supuesto también es hija mía, es la única que está aquí con nosotros. Entonces, son siete hijos. Además, tengo dos perritos, uno que se llama Max y la otra Maya, o sea, ya son nueve hijos.

»Nunca en mi vida pensé que iba a estar lejos de mis hijos, nunca. Pero me tocó, como a muchos otros padres venezolanos, y eso me da como más fuerza porque uno de los sueños míos es ese, que cuando yo quiera ver a uno de mis hijos pueda hacerlo y ya. Mis hijos son una pieza fundamental para mi felicidad. Ellos son increíbles, además, todos son una belleza.

—¿Y se llevan bien?

—Sí, sí, todos se llevan bien. Hay unos más rebeldes que otros, pero como yo sé cómo es la cosa, porque son como yo, los dejo tranquilos. Los hijos son como unos papagayos, los sueltas un poquito y dejas que vuelen y vean como está el viento y después lo jalas otra vez hacia ti. Igual cuando se les parte una varita al papagayo, el que lo arregla es uno.

»Pero soy un venezolano de esos tristones porque tengo mucho rato que no voy a Venezuela. De verdad que quiero hacer este recorrido del que te hablé. Yo sé que es muy fácil llegar a Venezuela y empezar a dar conciertos, pero yo no lo quiero hacer así. Lo voy a hacer al revés. Quiero llegar y disfrutar a mi mamá, a mi papá, a mis hermanos, a mis tías, a los primos, a los amigos… Ver primero a toda la gente que quiero y después dar los conciertos…

—Claro, siempre va a ser tu manera, nunca a la manera de los demás… —¡Por lo de la rebeldía! (Risas). Pero no creas, no soy tan así. Soy especialista en decir primero que no, pero después termino diciendo que sí…

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