Yukency Sapucki pregona a los cuatro vientos que «la belleza tiene diferentes formas». Una conclusión muy similar a la que llegó la conocida escritora y ensayista Úrsula K. Le Guin, quien, con otras palabras, expresó la misma idea: «Hay muchas maneras de ser perfecta».
El camino que recorrió la exreina de belleza venezolana para llegar a esta certeza fue muy diferente al de la intelectual estadounidense. Luego de representar en 1986 a Amazonas en el certamen de Miss Venezuela, Yukency Sapucki se labró una carrera como modelo profesional que la llevó a viajar por medio mundo. Pero en 2012 su vida dio un vuelco al ser diagnosticada con alopecia areata universal. Esta enfermedad autoinmune provoca la pérdida total del cabello en todo el cuerpo, no solamente en la cabeza. No es una enfermedad incapacitante ni dolorosa, pero puede causar profundos daños en la psique y la autoestima de quienes la padecen, al punto de conducirlos en algunos casos a la postración, como si de un cáncer se tratara.
Yukency Sapucki reinó en las pasarelas y en la industria de la publicidad al modelar para marcas como Levi´s y Kosiuko, Selemar o Tropicana, y como imagen de la línea aérea Aeropostal. Hoy sigue siendo un modelo a seguir como instructora de pasarela y fundadora de la Fundación Alopecia Areata de Venezuela (Fundareata), con la que busca crear conciencia sobre esta enfermedad y hacer entender que la idea de belleza y perfección no es únicamente la que tratan de imponer la industria publicitaria, el cine y la televisión. Y quien mejor que ella, que ha estado a ambos lados, para asegurarlo.
—Representaste a Amazonas en el Miss Venezuela, ¿naciste allí?
—Nací en Caracas, pero en esa época mi fisonomía era muy parecida a la de las indígenas de Amazonas. El color de mi piel, mi cabello negro, muy liso, largo… Por eso, a un periodista se le ocurrió la idea de presentarme a algunas personas asegurándoles que yo era una auténtica descendiente de la etnia piaroa y me pidió que le siguiera la corriente. Hasta me hice unas fotos con plumaje y maquillaje a la usanza indígena. Fue una mentirita blanca, pero ayudó a darme a conocer en ese medio. Chepa Candela hablaba mucho de mí en su columna, hacía bromas diciendo que yo ni siquiera hablaba español.
Cuando Osmel Sousa me conoció me dijo de inmediato que yo sería Miss Amazonas. De hecho, la representante de ese estado (que aún era territorio federal) era Catherine Fulop, pero la cambiaron para Departamento Vargas y me dieron a mí la banda de Amazonas.
—Pero tu apariencia no tiene relación con tu apellido…
—No. Mi papá es austriaco, aunque creció en Ucrania, de donde son mis abuelos paternos. Mi mamá sí es caraqueña, y es más clara que yo. Crecí en un ambiente muy ucraniano… La comida, la cultura en general en nuestra casa era muy ucraniana.
—¿Cuándo y por qué llegaron tus abuelos a Venezuela?
—Llegaron después de la II Guerra Mundial, con mi papá pequeño, huyendo de todo aquel horror. Mi abuelo me contó que estaban en un campo de concentración del que solo escapaban los hombres. Entonces mi abuela decidió disfrazarse de hombre para escaparse también porque pensó que si mi abuelo se venía solo a América nunca más lo volvería a ver.
»Lograron subir a un barco que venía a Venezuela y cuando llegaron a La Guaira mi abuela no quiso desembarcar. Campesina al fin, lo único que sabía era trabajar la tierra y cuando vio la tierra blanca de la costa venezolana, tan diferente a la fértil tierra negra que ella conocía, creyó que no era buena para cultivarla y que morirían de hambre. ¡Fue la última en bajar del barco!
»Vivieron en el centro de Caracas hasta que se mudaron a Altavista, en Catia, donde aún existe una comunidad de ucranianos. Hay una calle que se llama Ucrania y varias iglesias ortodoxas. La familia de mi mamá también vivía en Altavista, allí se conocieron ella y mi papá. Con el tiempo mis abuelos compraron una casa en El Junquito, que es donde yo vivo hoy. Se las compré antes de que murieran. Siempre le tuve mucho cariño a esta casa porque de niña venía a pasar vacaciones, y después mis padres se mudaron a la parte de arriba. Mi abuelo siempre recordaba que yo me venía caminando descalza, con los zapatos en la mano, pisando la tierra, para estar con ellos.
—¿De niña soñabas con ser Miss Venezuela?
—Tenía cierta simpatía por el modelaje, pero no soñaba con ser miss ni nada de eso. En esa época, como pasaba en casi todas las familias venezolanas, nos reuníamos en la casa para ver el certamen. El país se paralizaba cuando se hacía el concurso de Miss Venezuela. Un tío mío me decía siempre que debía participar en el concurso, pero yo no le hacía caso. Estaba dedicada a mis estudios de bachillerato y a los deportes; jugaba voleibol y practicaba y daba clases de natación. Pero mi tío seguía insistiendo con su idea hasta que un día me convenció y decidí probar mi suerte. Total, lo peor que podía pasar era que Osmel me dijera que no. Ese hecho cambió mi vida».
Pasar por el Miss Venezuela le abrió las puertas a Yukency Sapucki para una carrera en el modelaje que la llevó a Estados Unidos, España, Alemania, Trinidad, Aruba, Jamaica, México, Puerto Rico, República Dominicana, entre otros países, como prototipo de la mujer venezolana. Hasta llegó a ser Miss Turismo Mundial, como imagen que fue de la línea aérea Aeropostal. Aunque, vaya contradicción, dentro del país las oportunidades se las brindaban más que todo era a las modelos rubias.
«En esa época quienes hacían comerciales en Venezuela eran las rubias. Las morenas no existíamos. A mí me llamaban las agencias solo cuando necesitaban hacer comerciales para el exterior. Como era muy buena en la pasarela, sí me llamaban con bastante frecuencia para modelar en desfiles. Era una época de muchísima actividad, casi todos los días teníamos algo para hacer. Se hacían muchos showrooms: Sudamtex, Selemar, Tropicana… Hice campañas para marcas como Levi´s y Kosiuko. Ganábamos muy buen dinero, a veces más que un médico o un ingeniero».
Pero la realidad del país cambió en 1998 con la llegada a la presidencia de Hugo Chávez. Ante el rumbo que estaban tomando las cosas, muchos venezolanos comenzaron a buscar oportunidades en otros lugares.
«Cuando ocurrió el paro nacional (diciembre 2002-febrero 2003) se presentó una oferta para ir a trabajar en República Dominicana en una revista musical de gran nivel, Caribe Caliente, un espectáculo digno de Las Vegas, que iban a montar en Punta Cana. Contrataron a unos veinte venezolanos, entre modelos y bailarines del Teresa Carreño y del grupo de Anita Vivas. Como nunca me ha dado miedo tomar riesgos, acepté. Mi intención era irme por tres meses y terminé quedándome diez años.
»Como parte del elenco de la revista musical, en una ocasión me tocó presentar un concierto de Rubby Pérez, a quien yo había conocido en Puerto Rico porque estaba de novio con una venezolana amiga mía. En ese encuentro, Rubby me pidió que participara en un casting que iban a hacer para un videoclip de su tema Tonto corazón, que iban a lanzar. Ese fue uno de mis últimos trabajos como modelo.
—¿Por qué, qué sucedió?
—Ocurrió un huracán que causó muchas muertes y muchos destrozos en Dominicana. Cerraron la revista y nos despidieron a todos. Recuerdo que nos costó mucho llegar al aeropuerto. Hubo un trecho que tuvimos que hacer caminando, con las maletas sobre la cabeza, porque se había caído un puente y no había paso para vehículos. Cuando llegamos a Venezuela el hombre que nos había contratado se declaró en quiebra para no pagarnos lo que nos debía. Así que me quedé en el aire, sin trabajo y sin dinero.
»A las dos semanas me hicieron una oferta para ir a México y sin pensarlo mucho me fui. Luego regresé a Dominicana, pero pasó algo terrible: la pareja que tenía terminó conmigo. Nunca había pasado por eso. Yo era la que siempre terminaba con mis parejas. Nunca nadie me había dicho en mi cara que no quería estar más conmigo. Hasta habíamos planeado venirnos juntos a Margarita y montar un negocio ¡y de un día para otro todo se termina! A raíz de eso también me botaron del trabajo, porque me la pasaba llorando. Hoy estoy plenamente segura de que ese dolor fue lo que detonó la alopecia areata universal que padezco. Fue un choque emocional tremendo.
»Ahí empecé a vivir una vida como migrante que no conocía. Estaba acostumbrada a viajar con todos los gastos pagados y a dormir en buenos hoteles. Pero, al estar desempleada, tuve que mudarme con una amiga que me brindó espacio en su casa, que era muy pequeña, y dormir en un sofá. Mi realidad se volvió completamente distinta y empecé como a autocastigarme. Me di cuenta de que ya tenía cuarenta años y que todo se estaba poniendo muy difícil. No se me notaba la edad, pero ya no era una jovencita.
»En vista de lo ocurrido, decidí irme bien lejos de Punta Cana. Me fui a Cabarete, una ciudad que queda al norte de Dominicana, a pesar de que no tenía casa ni empleo allí. Una amiga me puso en contacto con un amigo de ella, quien se portó muy bien. Sin conocerme, me recibió, me prestó su casa y él se mudó con su novia, y me ayudó a encontrar trabajo en un restaurante.
»La gente me reconocía por el videoclip que había hecho con Rubby Pérez, que es muy famoso en su país. Pero como siempre he sido guerrera, no me importó tomar ese trabajo y hacer cosas que nunca había hecho en mi vida. Mi tarea era anotar el pedido de los comensales y luego, al terminar, cobrarles la cuenta. Pero iba tanta gente, que terminé haciendo de todo: anotaba, cobraba, les llevaba los platos, servía tragos… Terminaba realmente cansada.
»Me vine unos días a Venezuela a visitar a mi familia y debía regresar a Dominicana un 21 de diciembre. Lo recuerdo muy bien porque es el día del Espíritu de la Navidad. No sé por qué, creí que caía un miércoles. Así que me fui a Maiquetía y cuando llegué me dijeron que ese día no había vuelo para Dominicana, sino el día anterior, el martes. ¡Perdí el vuelo! Tuve que conseguir cupo en otro, lo cual fue muy difícil porque era temporada alta. Cuando llegué a Cabarete me despidieron del restaurante porque el encargado no creyó lo que me había pasado, sino que me había retrasado por estar bonchando.
»Antes de venirme de vacaciones a Venezuela ya había notado que el cabello se me estaba cayendo. Había zonas en mi cabeza en forma de círculo que se quedaban sin cabello, y al tiempo volvía a crecer. Pero después de que se terminó la relación, la caída del cabello comenzó de una forma acelerada. Sabemos que es normal que a uno se le caiga el cabello, pero notaba que lo que se me caía a mí iba mucho más allá de lo normal. Dejaba mi cabello en el cepillo al peinarme, en la almohada al dormir, en la ducha al bañarme, en el piso al caminar, en la ropa… Una vez estaba hablando con un señor en la playa y noté cómo la brisa hacía que mi cabello se le pegara a él en su ropa. Él no se dio cuenta, pero yo sí.
»Estaba aterrada. Varias veces lloré en el restaurante. Mi jefe me preguntaba que qué me pasaba y yo le respondía que nada, que lloraba porque tenía ganas de llorar. Hasta que un día le dije: ´Lo que me pasa es que me estoy quedando sin cabello´. La gente no lo notaba porque yo tenía muchísimo cabello, una mata de pelo, como decimos en Venezuela; lo que tenía en la parte de arriba me cubría toda la cabeza, porque además lo tenía muy largo. Me negaba a verme la nuca en un espejo porque me daba pánico, terror, enfrentarlo. Pero me tocaba y sentía el cuero cabelludo completamente liso.
»Yo hablaba mucho por Skype con una amiga, Carolina López, actriz de RCTV. Fue un apoyo muy grande para mí en todo este proceso. Ella encontró en Internet el testimonio de una muchacha que había sufrido de alopecia areata y se había rasurado completamente la cabeza, aunque después le volvió a crecer. Carolina me dijo que tal vez eso mismo era lo que me estaba sucediendo a mí. Entonces empecé a darle vueltas a la idea de rasurarme la cabeza, en la creencia de que mi cabello se fortalecería y volvería a crecer. Llevaba tiempo pensándolo, pero la decisión la tomé luego de ir un día a casa de un amigo y notar que había dejado toda la piscina llena de cabellos míos. ¡¡¡Me quería morir de la vergüenza!!! ¡¡¡Dios mío, ya no aguanto más!!!, dije. Aún lloro al recordar ese momento…
»También había comentado lo que me estaba pasando a una gran amiga dominicana, Francine, quien me dijo que cuando decidiera cortarme el cabello ella también lo haría, para apoyarme. Cuando le dije que el día había llegado, me agarró y me llevó a la peluquería. Entro y buscó el ´abejón´ (así llaman a la máquina de afeitar en Dominicana). Yo me tapé los ojos con las manos porque no quise ver cuando me rapaba la cabeza. Cuando terminó, no podía abrir los ojos. Empecé a gritar y a gritar. Una señora que estaba en la peluquería con una niña la sacó inmediatamente del salón para que no presenciara lo que estaba ocurriendo.
»Cuando abrí los ojos fue un choque muy fuerte. Francine, con unos lagrimones enormes, me dijo ´ahora te toca a ti cortármelo´. Pero yo no podía. Le dije que no lo hiciera, que se lo cortara solo un poquito, que ese gesto sería suficiente para mí como señal de apoyo.
»Me tomó de la mano para salir de la peluquería porque yo estaba paralizada. Sentía que frente a mí se había levantado un muro que no podía atravesar. La gente en la peluquería me animaba, me decía que me veía bellísima con mi corte, que no llorara. Me decían que me parecía a Rihanna. Cuando finalmente logré salir me encontré con una amiga que pasaba en una moto y gritó: “Quééé beeellaaa”.
»Ese apoyo me ayudó mucho ese día. Mi estado de ánimo fue mejorando, llegaron otros amigos y seguimos echando broma un buen rato. Pero cuando llegué a casa volví a decaer. Por un lado, me sentía aliviada porque ya no iba a ver mi cabello por todas partes. Por el otro, me preguntaba cómo iba a hacer para levantarme al día siguiente y salir a la calle. ¿Qué me va a decir la gente?, pensaba. Decidí no salir al día siguiente. ¿Y pasado mañana, también te vas a quedar en casa?, me pregunté. Entonces me armé de valor y salí al día siguiente. Quería verme muy femenina, para hacer contraste con mi cabeza rapada. Busqué unas argollas grandotas que tenía, unos lentes de sol bellísimos, unos pantalones que me quedaban espectaculares y me fui a un restaurante cerca de la playa donde siempre nos reuníamos los amigos.
»Cuando caminaba hacia el restaurante noté que algunas personas me hablaban en francés, pero no les hice mucho caso porque yo iba con mi crisis interior. Al llegar al local comenté a mis amigos que no sabía qué pasaba, pero que todo el mundo andaba hablando en francés. Una amiga me respondió que había llegado una modelo francesa muy famosa y que tal vez la gente me estaba confundiendo con ella. Todos nos echamos a reír.
»Momentos como ese me ayudaron a ir recobrando poco a poco la confianza en mí misma. Pero fue un proceso sumamente duro. Me sentía muy fea, lloraba muchísimo. Me encerré en cuatro paredes durante varios meses. No salía, no iba a la playa, no hacía ejercicios, yo, que toda la vida había sido deportista. Era muy difícil llegar a un sitio y que todo el mundo volteara a mirarte. Que la gente te señalara, que hicieran comentarios a veces hirientes, que los niños se acercaran y te preguntaran que por qué no tienes pelo. Uno entra en depresión, aunque no esté consciente de ello. Pero hoy en día abrazo mi condición con orgullo.
—Es una enfermedad que no causa dolor físico, sino de otro tipo. ¿Cómo se sana ese dolor?
—Trabajando en nosotros mismos para hacernos fuertes. Para que cuando alguien te señale o haga un comentario desagradable, eso te resbale. El bullying pierde fuerza si no lo tomas en cuenta. Si, por el contrario, te quedas pegado con eso que te dijeron, vas a sufrir. Por eso me reí con el chiste que hizo Chris Rock en la ceremonia de los Oscar de 2022 y que provocó que Will Smith subiera al escenario y le diera una trompada. Me reí porque yo lo vi de otra manera, gracias al trabajo que he hecho superar el trauma. Pero eso no quiere decir que no entienda lo que pudo haber sentido en ese momento Jada Pinkett Smith, porque esa escena la vieron millones de personas. No es nada fácil enfrentar una situación como esa.
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»Por eso nació en 2013 la Fundación Alopecia Areata de Venezuela, Fundareata, para brindar apoyo a las personas que sufren esta enfermedad y para crear conciencia en quienes no la padecen, a fin de que aprendan a ser empáticas con quienes sí.
»No es una enfermedad incapacitante ni causa dolor, pero es muy difícil aceptarte sin cabello. A pesar de todo el camino que he recorrido, hay días en que no estoy de buen ánimo, en que me siento con el feo subido, como decimos aquí. Yo no me veo mucho en el espejo, solo de vez en cuando. Hay momentos en que me quiebro, sobre todo cuando me acuerdo de los momentos en que veía mis cabellos encima de todo mi cuerpo. Eso es algo que todavía no he podido superar. Pero sigo trabajando en ello.
»El primer monstruo que debemos enfrentar somos nosotros mismos. Aprender a vivir con la alopecia y querernos. Dejar de buscar la aprobación de los demás, aunque esto es algo que hacemos todos con mucha frecuencia, incluso los que no sufren de alopecia. Si vamos a una cita o a una fiesta, nos vestimos y arreglamos y le preguntamos a las amigas que cómo nos vemos. ¿Por qué? Lo importante es que nos gustemos a nosotros y nos sintamos bien con eso.
»Hay mucho desconocimiento sobre esta enfermedad y esa es otra de las tareas de la Fundareata, brindar información. Yo misma, cuando empezó a caérseme el cabello, no sabía a quién recurrir. Suponía que algo malo me debía estar pasando, pero pensaba que si me presentaba en una sala de emergencia y decía que estaba ahí porque el cabello se me estaba cayendo iban a decirme que estaba loca. Fue Carolina, la amiga de quien ya te hablé, quien me dijo que debía ir a un dermatólogo y hasta me ubicó un centro dermatológico en Puerto Plata, República Dominicana, para que me viera un especialista. Eso fue en 2012, cuando me diagnosticaron alopecia areata universal. Pero eso fue un año después de haber empezado a notar los síntomas. No sé si mi situación sería hoy diferente de haber ido al médico inmediatamente».
Trabajando con las uñas porque no tienen fondos —la primera cuenta de Fundareata la cerró el banco porque no tenía movimiento— la fundación de Yukency Sapucki ha organizado ya dos desfiles: el primero en 2022 en la plaza Alfredo Sadel, en Baruta; y el segundo en 2023 en la Plaza Francia (Altamira), en Chacao; cuyos modelos fueron personas con diferentes tipos de necesidades especiales: con prótesis, con vitíligo, con quemaduras, con alopecia…
—Para mí, esta es la idea de un desfile inclusivo, no uno que solo dé oportunidad a una persona con alguna condición. Todos los que participamos en este desfile tenemos algo en común: una historia de superación que contar. El solo hecho de atreverse a desfilar frente a un público ya es un gran paso. Hubo una muchacha que sufre de alopecia y que se atrevió a desfilar sin la peluca que siempre ha usado. Nadie la había visto nunca sin la peluca. La familia la reconoció cuando desfiló por el vestido, no podían creer que era ella. Esto ya es algo maravilloso.
»La belleza tiene diferentes formas. No es solo lo que nos dicen la publicidad, el cine o la televisión. No es únicamente tener medidas 90-60-90 o cabellos y pieles perfectas. Existe un mundo muchísimo más amplio donde una gordita tiene un novio que la adora y un quemado tiene a una esposa amorosa. Todos tenemos algo especial que ofrecer o que dar. Y yo lo puedo decir con certeza, porque he estado de los dos lados.
»Este año quiero hacer un conversatorio para que ellos cuenten la experiencia que vivieron al participar por primera vez en su vida en un desfile, para que nos hablen también de sus tristezas y de cómo las superan día a día, para que sirvan de inspiración a otros. Pero tenemos que conseguir los recursos. Muchos vienen del interior del país y debemos pagarles aunque sea el alojamiento. En la Fundación queremos dar a conocer la condición especial con que viven muchísimas personas y que, sin embargo, le echan pichón a la vida.
—¿Tienes cifras de personas en Venezuela que sufran esta enfermedad?
—Hemos tratado de conseguir estadísticas, pero ha sido difícil. Según estimaciones, al menos 5 % de la población en el país podría sufrir de alopecia, incluyendo niños. En su mayoría son hombres, pero es difícil de precisar porque las mujeres tienden más a ocultar la enfermedad porque usan pelucas. Además, en el caso de los hombres la gente la suele confundir con la calvicie, que es muy común en este género, aunque son diferentes. Los hombres que sufren de alopecia no tienen cejas ni pestañas, por ejemplo. Los calvos, sí.
»Nos hemos encontrado con personas con alopecia areato universal que han recobrado el cabello por temporadas, pero luego lo vuelven a perder. Una de las chicas que estuvo en nuestras primeras sesiones de fotos de personas con alopecia areata, y a quien llamé para que participara en el desfile, me dijo que ha recobrado su cabello y que lo tiene larguísimo. Y lo único que hizo fue mudarse de Venezuela a Estados Unidos, donde ya lleva año y medio. No ha tomado nada ni se ha hecho tratamiento alguno, solo está viviendo sin estrés.
»El folículo capilar nunca muere, por eso el cabello puede volver a crecer. La alopecia areata es una enfermedad autoinmune, lo que quiere decir que nuestro sistema inmunitario, por error, ataca órganos o partes sanas de nuestro cuerpo. Es una enfermedad que puede aparecer en cualquier momento. Hay niños que han sido diagnosticados a los ocho meses. A mí me lo diagnosticaron a los cuarenta y cinco años. Hace dos años mis pestañas comenzaron a crecer un poquitico y me salió como una especie de alfombra en la cabeza que estaba empezando a ponerse un poquito más fuerte. Pero lo perdí con el estrés que me generó la organización del desfile del año pasado. Lo que había logrado en diez años se me fue en veinte días.
—Luego de ser diagnosticada con la enfermedad, ¿has vuelto a trabajar como modelo?
—He hecho desfiles, más que todo, pero no una campaña para una marca, por ejemplo. En 2019 fui a Dominicana para una campaña para Sambil, pero porque era contra el cáncer y necesitaban a alguien sin cabello. Todavía no hay verdadera empatía ni inclusión en la industria publicitaria.