Diego Vallenilla está próximo a publicar un nuevo proyecto fotográfico. Se trata de una serie documental de historias de personas que ha conocido en sus recorridos por Venezuela y que, en su opinión, merecen ser contadas y escuchadas. Pero cuando le decimos que el propósito de esta entrevista es precisamente ese, conocer su historia, casi no lo puede creer. «Me parece que mi historia no es gran cosa», dice con extrema sencillez, a pesar del gran talento que ha mostrado como fotógrafo y por lo cual ya es un referente dentro y fuera del país.
La vida ha sido gentil con Diego Vallenilla. Nació y creció en Caracas, en el seno de una familia acomodada y de profundo arraigo en Venezuela. Lleva el mismo nombre que el de un antepasado, el militar y político Diego Vallenilla, nacido en Cumaná, estado Sucre, quien participó en la guerra de Independencia y fue uno de los firmantes de la Constitución de 1819, junto al Libertador Simón Bolívar.
Estudió en el colegio Cumbres y cursó la carrera de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello. Al graduarse, ejerció la abogacía durante quince años en Deloitte, la empresa de servicios profesionales más grande del mundo, fundada en 1845 en Londres; y en la firma D’Empaire Reyna, uno de los más prestigiosos escritorios jurídicos de Caracas.
Le iba realmente bien. Sin embargo, después de pensarlo por un largo tiempo, un día dejó su prometedora y bien remunerada carrera de abogado para dedicarse a la fotografía. Cambió el flux y la corbata y el trabajo en oficina de 9 a 5 de lunes a viernes por el bluyín y la franela y una camioneta, decidido a registrar con su cámara y desde su óptica el país y su gente.
Como fotógrafo también le ha ido fantástico. Sin proponérselo, saltó a la fama en 2020, cuando uno de sus proyectos fotográficos, titulado “Qué quisieras”, llamó la atención de la British Broadcasting Corporation (BBC), el servicio público de radio y televisión del Reino Unido. En plena pandemia por el coronavirus, Diego Vallenilla salió a la calle con su cámara a preguntarle a la gente qué era lo que más deseaba en un momento como ese, en el que todos en el mundo permanecíamos encerrados en nuestras casas temerosos por la enfermedad y la incertidumbre.
Cuando uno le pregunta a Diego Vallenilla por sus orígenes, por su familia, no destaca nada de lo que hemos dicho aquí. Le importa más hablar de otras cosas.
—Nací en un hogar feliz. Tengo tres hermanas y soy el último de los cuatro. Siempre he tenido mucha conexión con Venezuela. Todo este arraigo con el país se lo debo a mis papás y a los viajes que hacíamos con mucha frecuencia. Tengo un afecto y una conexión muy especial, por ejemplo, con el estado Sucre, con Mochima, porque allí pasé mis vacaciones durante muchísimos años de la infancia y parte de la adolescencia. Eran esas vacaciones típicas de los venezolanos, con un gentío en la casa, donde siempre había que ponerle más agua a la sopa por aquello de que donde comen dos comen cuatro. Era la casa de todos, la de mis amigos y la de los amigos de mis amigos. Yo creo que eso marcó mucho mi personalidad.
—¿Hubo alguna razón en particular para escoger la carrera de Derecho?
—En esa época no había muchas opciones, o eso creía uno, al momento de entrar a la universidad. Uno pensaba que había que escoger entre ser abogado, médico, ingeniero, arquitecto u odontólogo. Qué bueno que eso ha cambiado con el tiempo. Entré a Derecho no porque tuviera muy claro que quería ser abogado: a mí lo que me gustaba, en realidad, era la política. Yo quería ser político porque siempre me importó el tema social, servir a los demás, y pensaba que el Derecho me daba suficiente bagaje para incorporarme a la política. Creía, en general, que el Derecho te daba una formación importante para la política o para cualquier otra cosa que quisieras hacer. Al final terminó siendo otra cosa, porque la vida me fue llevando por otro rumbo, o, mejor dicho, la situación de Venezuela me fue llevando por otro rumbo.
—Sigue latente en ti ese interés por lo social, lo vemos en tus fotos. Y aún estás a tiempo de incursionar en la política…
—¡Uf, pero cómo cambiaron las cosas en el país! ¡Qué rudo se puso el ejercicio de la política en Venezuela!
—¿Llegaste a ejercer el Derecho? —Sí. Ejercí durante casi quince años. Estuve diez años en Deloitte y después me fui con mi jefe al escritorio D’Empaire Reyna Abogados, un importante bufete de abogados.
—Has contado que tu primera cámara la tuviste siendo niño, que fue un regalo de Navidad que le pediste a tu papá. No es un regalo que piden los niños habitualmente. ¿Por qué te entusiasmó la fotografía?
—Eso fue como a los diez, doce años. Pero te mentiría si te dijera que es que yo quería ser fotógrafo desde chiquito. No fue así. Pero sí me gustaba la idea de hacer la foto, de ir a revelarla. A esa edad me gustaba imprimir las fotos, recortarlas y pegarlas en un álbum que tenía. Era como un photoshop manual. Definitivamente ese sí es un punto que me dice que sí tengo el interés desde hace mucho tiempo. Creo que porque desde muy chamo he sido muy visual. A mí me gusta mucho la imagen. La estética me agrada, creo que pudo haber sido algo de eso.
—¿Cómo fue el tránsito del Derecho a la fotografía? Debe haber sido un gran dilema para ti, me imagino, tener que decidir entre un trabajo estable y una actividad que solo habías ejercido como pasatiempo.
—¡Dejar un quince y último muy bueno y garantizado! Sí, esto fue un gran dilema para mí, sin duda. Un dilema en el que estuve además por muchos años. No fue algo que ocurrió de un día para otro. Yo sentía que quería estar del otro lado de la oficina: quería estar en la calle, viajando, pero para eso necesitaba tiempo, porque con el horario de la oficina nada más me quedaban libres los fines de semana. Entonces estaba muy limitado por ese lado.
»También sentía que la creatividad, que es importante para cualquier ocupación, no la estaba desarrollando al máximo con el ejercicio del Derecho. Sentía que me estaba perdiendo algo muy chévere que estaba en la calle. Entonces fui armando el plan poco a poco y, sin tenerlo totalmente seguro, me atreví y di el paso. Aún no sé si esto es definitivo, no sé si definitivamente al final va a ser la fotografía. Todavía no lo sé, la verdad.
—¿Qué te empujó a dar el paso?
—Algo muy importante: el no querer quedarme con la duda, con el qué habría pasado si… Eso me dio mucha tranquilidad.
»La aparición de la red social Instagram, por ahí en 2010, tuvo mucho que ver en mi proceso porque me reconectó con la fotografía. Instagram nació principalmente para fotógrafos, y eso me animó a volver a la fotografía porque mientras estuve estudiando la carrera de Derecho la verdad es que no volví a agarrar una cámara. Hasta ese momento había hecho cursos en el Roberto Mata Taller de Fotografía, pero coincidió con la llegada de las redes mi deseo de hacer más cosas de manera activa en la fotografía.
—Y con el proyecto “Qué quisieras” que hiciste durante la pandemia diste el salto a la fama…
—Sí, se puede decir que fue así. Eso fue muy bello y una sorpresa enorme, porque de verdad que no tenía ninguna pretensión con ese proyecto. De repente se hizo viral y un día, sin siquiera imaginarlo, recibí un mensaje de la BBC donde me decían que querían publicar mi proyecto. ¿Te imaginas? Y a partir de ahí también lo publicaron en CNN, Univisión, Telemundo, La Voz de América… Me empezaron a llamar para entrevistas en programas de radio y televisión de Argentina, Colombia, Ecuador… Fotógrafos de otras partes me pidieron permiso para replicar este proyecto en sus países…
»Este hecho fue como un antes y un después en mi carrera como fotógrafo porque me dio una gran proyección, especialmente en las redes sociales. Lo de las redes ha sido muy interesante porque me permitieron conseguir algo sin querer queriendo. Para mí ha sido muy raro todo esto porque me puso del otro lado de la cámara, me puso al frente, cuando uno como fotógrafo está acostumbrado es a estar detrás de la cámara, no a ser el protagonista. Entonces me ha parecido como rara esta nueva etapa de ponerme en frente de la cámara. Pero lo he disfrutado, la verdad es que lo he disfrutado mucho.
—¿En qué proyecto estás trabajando en este momento?
—Sigo viajando por toda Venezuela, algo que hago con mucha frecuencia. En lo que va de este año he estado en Guanare y Acarigua (Portuguesa); en Puerto Cabello (Carabobo); en Santa Elena de Uairén (Bolívar). Y esto lo he combinado con la parte social, que me gusta tanto. Por ejemplo, en Santa Elena estuve con una fundación y visitamos escuelas de Fe y Alegría; es algo que me permite tener una lectura muy de cerca de lo que está ocurriendo en el sur del país, que es tan fuerte. También estuve en Paria (Sucre) y ahorita estoy llegando de Chuao, donde he estado documentando el tema del cacao.
»También tengo otros proyectos andando. Uno de ellos saldrá publicado muy pronto, posiblemente este mismo mes. Es un trabajo documental en el que llevo trabajando unos tres años sobre historias de personas; personas que he encontrado en el camino que tienen historias que contar y que yo creo que vale la pena escuchar. Voy a comenzar con una entrega de siete personajes. Es una serie con una duración de tres minutos cada una que incluye video y fotografías. Es la primera vez que combino fotografía y video. Yo he hecho videos, pero han sido como muy caseros. Para este proyecto he estado trabajando con una productora audiovisual.
—¿Qué tipo de fotografía te gusta hacer?
—Me gusta la fotografía documental. Hago también de otro tipo, para vivir, para poder pagar las facturas. He hecho hasta fotografías de bodas y bautizos, lo que me permite hacer la fotografía documental que es la que verdaderamente me gusta (risas).
—Has dicho que admiras el trabajo del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, considerado el padre del fotoperiodismo o la fotografía documental. ¿Qué has tomado de él como inspiración o enseñanza?
—He intentado tomar de él la composición. Él es un maestro componiendo. Cuando me enfrento a la fotografía documental tengo muy clara la imagen de él en todo esto de la composición. Poder captar el instante, el momento. Es algo que trato de tomar de él, que era el gran maestro en esto.
—¿Qué miras cuando miras a través del lente de tu cámara?
—De un tiempo para acá tomé la decisión de hacer fotos alegres, esperanzadoras, optimistas. Eso es lo que trato de buscar. Hay muchas historias muy rudas de documentar en Venezuela y hay fotógrafos que lo están haciendo muy bien. Pero yo ahorita no estoy en esa nota, la verdad. Trato de buscar historias inspiradoras, historias que conecten y que conmuevan. He tratado de mostrar el lado bueno dentro de todo esto que nos ha tocado vivir en Venezuela, incluyendo la diáspora.
»Hay gente a la que le cuesta ver cosas buenas en Venezuela, que no quiere verlas, sobre todo la que se ha ido. Nunca falta un comentario de alguien en las redes diciéndome que yo estoy ocultando la realidad, pero les respondo que todo lo bueno que yo documento es real, es verdadero. No estoy inventando nada. Es una realidad tan grande como lo malo que también está ocurriendo y que otros fotógrafos están registrando. Yo estoy documentando el otro lado, lo bonito, lo bueno, lo que a mí me da esperanza y ganas de seguir viviendo aquí.
—¿Cómo sabes cuando tienes “la foto”?
—¡No sé si alguna vez podré decir eso! (Risas). Es que soy muy fastidioso con el tema de la luz. Voy una, dos, tres, cinco, seis veces y siempre queda dentro de mí alguito que me dice que ha podido ser mejor. Si no hubieras estado aquí, si de repente la hubieras tomado en la mañana y no en la tarde… Siempre me queda la duda de que pudo haber sido mejor. Hay muchísimas fotos que uno las tiene en la cabeza, pero no las logra.
—¿Ser fotógrafo te ha cambiado como ser humano, como persona?
—Oye sí, la verdad es que sí. Los fotógrafos tenemos un ojo especial para ver las cosas. Nos damos cuenta de cosas que quizá pasan desapercibidas para el resto de las personas. Creo que tenemos o desarrollamos una sensibilidad especial que considero que es importante. En mi caso personal, la fotografía ha sido una excusa para conocer muchas historias, como estas que he documentado, que me han cambiado. Sí, la fotografía me ha hecho ser un poquito mejor persona.
—¿Eres de los que piensa que todo es según del color del cristal con que se mira?
—Diría más bien que uno decide dónde quiere poner el ojo, el foco. Por ejemplo, la semana pasada me fui caminando desde Los Palos Grandes hasta Plaza Caracas, en El Silencio. Y en el camino vi cosas muy muy feas. El bulevar de Sabana Grande lo vi inmundo. Vi gente en situación de calle pidiendo dinero, los buhoneros regresando. Pero también vi iglesias y la fuente monumental de Ernest Maragall en el Parque Los Caobos, que es una belleza. Creo que esto es un buen ejemplo de lo que uno quiere ver y de lo que uno quiere mostrar. Habrá fotógrafos que hagan ese mismo recorrido para mostrar la miseria, el lado feo, que existe, no lo niego. Pero yo lo hago con otra intención y con otra mirada, y también es válida.
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—¿Qué esperas lograr como fotógrafo?
—Yo no soy una persona muy organizada, la verdad (risas). Nunca me he planteado la idea de que hay que tener un propósito de vida. No soy un tipo que se trace metas a largo plazo. Más bien soy de metas cortas, ¿no? Por ejemplo, con este proyecto de contar la historia de estas siete personas y pensar que de repente si yo no las hubiese contado no las contaría nadie más, para mí ya es un logro, y un logro de una gran belleza, además. Me parece una belleza pensar que tal vez la historia de una mujer de San Juan de los Morros no sería conocida, se perdería, si yo no la hubiese registrado. Haber conocido su historia y haber servido de ventana para que su historia sea conocida, ya me parece un logro.
—¿Entonces ha valido la pena haber dejado un empleo estable como el que tenías para dedicarte a la fotografía?
—Fue una decisión muy difícil de tomar en lo económico, y más en este país, esa de dejar una carrera segura por algo tan inseguro como es la fotografía. Pero la verdad es que ha valido la pena porque me ha dado satisfacciones muy muy grandes. He conocido gente increíble. He tenido la oportunidad de viajar más por Venezuela. Y ya no tengo la dude de qué hubiese pasado si…
»En este viaje que hice recientemente a Santa Elena, por ejemplo, me di cuenta de que estoy haciendo lo que a mí me gusta. ¡Gracias, Dios mío, porque estoy haciendo lo que me gusta! Y te pongo como ejemplo ese viaje porque ahí tenía todo lo que me gusta, lo que me interesa. Tenía lo social, tenía la parte de Venezuela, tenía el contacto con la gente, con la realidad. Y estando ahí, como me pasó en Paria y como me pasó en Chuao, como me pasó en Portuguesa, me di cuenta de que aquí es donde quiero estar, de que es esto lo que quiero hacer.
—¿No ha habido momentos difíciles, duros, que te hayan hecho cuestionar la decisión que tomaste?
—Sí, claro. Estuve casi quince años trabajando en el área corporativa y eso te da una estructura. Y pasan cosas raras, porque uno se fastidia de la rutina, que era algo de lo que yo quería escapar. Pero hoy entiendo que esa rutina te ordena, te organiza mucho la vida. Entonces sí, puedo extrañar eso de la vida corporativa y, en lo económico, el quince y ultimo y uno que otro bono, lo que te da una gran tranquilidad. La parte ruda de esto que estoy haciendo es que, además de ocuparme de la parte creativa y profesional, que también lo hacía antes, ahora también debo ocuparme de buscar el dinero. ¡Gracias a Dios que no me ha faltado!
»Yo sé que mucha gente se puede identificar con mi historia porque, creo, la mayoría de las personas no hace lo que les gusta, o no pueden dedicarse o no pueden monetizar a través de lo que más les apasiona. La mayoría debe cumplir un horario en una oficina haciendo cosas que no le gustan y aguantando a un jefe que detestan y entonces mi historia les puede resultar inspiradora. Pero hay algo que debo subrayar: yo he podido hacerlo porque estoy solo, no estoy casado ni tengo hijos. Si tuviera uno o dos chamos cuya educación, alimentación y vivienda dependieran de mí, de repente esta decisión la hubiese pensado mucho mejor.
»Quisiera tener más que contar de mí. Me parece que mi historia no es gran cosa. Pero, bueno, si hay alguito que llegue a otros, bien. Ojalá que mi historia pueda ayudar y animar a alguien que tal vez no sea feliz con lo que está haciendo, para que se atreva a dar el paso, aunque sea para probar. Yo creo que al menos hay que intentarlo, creo que eso es importantísimo. Hay momentos, como cuando estoy haciendo esos viajes por Venezuela, en que me digo “No puede ser que yo esté haciendo lo que me gusta y que además me estén pagando por esto”, (risas).
»El plan ha ido saliendo chévere. Como te dije, aún no sé si al final termine siendo definitivamente la fotografía. Pero lo que estoy haciendo hoy me encanta, me hace muy feliz. Con esto ya habrá valido la pena.


