¿Qué cuenta la leyenda del Silbón? ¿Por qué mató a su padre? ¿Qué pasa si escuchas su silbido?
En los Llanos de Venezuela y Colombia existe la leyenda del Silbón. Se trata de un terrorífico personaje que se pasea sin descanso. Está maldito para toda la eternidad y acarrea un saco lleno de huesos humanos. Lo sigue un perro llamado «Tudeco».
Se cuenta que el Silbón, en vida, fue un joven maleducado, terco y extremadamente mimado por sus padres, que había nacido y vivido en Guanarito.
joven caprichoso, en lugar de ayudar a sus solícitos progenitores en los trabajos del día a día en el rancho, se pasaba la vida de cantina en cantina, ahogando su vanidad en alcohol. En su pueblo lo conocían como el Silbón porque era lo único que sabía hacer. Se marchó de casa para llevar una vida desenfrenada y, llevado por la violencia, mató a varias personas y terminó dando con sus huesos en la cárcel. Aunque no tardó en salir, no se sabe cómo.
El caso es que regresó al hogar de sus padres, donde lo recibieron con gran alegría. Un día al joven se le antojó comer carne de venado, y le pidió a su progenitor que cazara uno para él. Unos dicen que padre e hijo se fueron juntos de caza; otros, que mientras el progenitor hacía el trabajo, el joven prefirió marcharse a la cantina.

Como el padre, pese a su destreza como cazador, no fue capaz de conseguir ninguna pieza, el hijo, al encontrarse con él en el camino de vuelta a casa, contrariado y llevado por la ira y el exceso de alcohol que corría en ese momento por sus venas, lo mató. Además, con su cuchillo de caza, le extrajo las vísceras para llevárselas a su madre y que se las sancochara, para que se las cocinara.
Al ver el aspecto extraño de aquella asadura, ella empezó a preguntarle, hasta que el joven confesó su crimen:
“Son de ese fracasado que era mi padre. Como no pudo conseguirme las asaduras de venado que le pedí, decidí tomar las suyas”. La mujer, rota de dolor y angustia por la atrocidad que acababa de cometer su hijo, empezó a gritar pidiendo auxilio.
Fue entonces cuando acudió el padre del difunto y, ayudado por otros hombres, hizo amarrar a su nieto a un árbol y la emprendió a latigazos con él. Además lo torturaron vertiendo en las heridas sal y ají picante –guindilla– para que su dolor fuera aún más punzante. Cuando el joven ya estaba medio muerto, lo dejó en libertad y lo maldijo con las siguientes palabras:
“Maldito eres y maldito serás por el resto de la eternidad hasta que Dios tenga piedad de tu alma”.
Condenó al fratricida a que, cuando muriera, vagara por los Llanos cargado con un saco viejo y harapiento en el que debía llevar los huesos de su padre, que las alimañas ya se habían encargado de limpiar, y a que, mientras vagara eternamente, siguiera lanzando sus sombríos silbidos, un sonido terrorífico que se asemeja a la escala musical (silbido: Do, re, mi, fa, sol, la, si). De ahí que se le conozca con el nombre de: el Silbón. Además, a través de su maldición, el abuelo hizo que un perro llamado Tureco, que llevaba amarrado y muerto de hambre desde hacía días, se encargara de la misión de perseguir a su nieto hasta el fin de los tiempos, mordiéndole los talones.
Desde la maldición de su abuelo, el Silbón se pasea por llanos venezolanos. Su leyenda también es muy conocida en los llanos orientales colombianos. A quien se le pone por delante, si son personas infieles o borrachos, provoca que les surja una fiebre que los deja tullidos para toda la vida, si es que no los mata.
A los borrachos, además, les extrae el alcohol que han tomado a través de sus ombligos para bebérselo él –le encanta el aguardiente– y así intenta aplacar el dolor y la soledad que siente en su eterno vagar, sin encontrar la paz ni el descanso.
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