Era la mañana del funeral del emperador Showa, y el país entero estaba en duelo nacional. Fue la última vez que alguien lo vio con vida
Naoyuki Kanno había desaparecido el 24 de febrero. Según su padre, salió de casa diciendo que iría a hacer unos trámites.
Era pleno invierno en Fukushima, la nieve cubría los techos del pequeño poblado de Miyakoji, un asentamiento montañoso escondido en el distrito de Tamura. Era el 28 de febrero, un martes helado en el que la rutina de la comunidad se mantenía presos en marcha.
Una joven maestra de 23 años regresaba a su dormitorio tras un día de trabajo en la escuela primaria local, el edificio donde vivía no tenía mayores comodidades ni era especialmente moderno, las habitaciones no eran amplias, el sistema de plomería tenía más de 30 años y los baños consistían en letrinas de tipo japonés, una plancha de cerámica incrustada en el piso con un hueco que conectaba directamente a un tanque séptico subterráneo. Así que, nadie podía esperar que fuera precisamente allí donde todo comenzara.

La maestra entró en el baño y por precaución y desconfianza en las viejas instalaciones, antes miró al interior en el fondo oscuro del pozo, vio algo inusual, un zapato de hombre negro de cuero, lo que en un principio podía parecer una broma de mal gusto se transformaría en horror minutos después.
La mujer decidió sorprender a los bromistas y salió del edificio rodeándolo entre la nieve hasta llegar a la etapa exterior de los retretes, una vez allí la abrió y deseó nunca haberlo hecho. Por este motivo, lo que vio la hizo gritar con tal fuerza que otros docentes corrieron en su auxilio, desde el fondo se observaban dos piernas humanas inertes pálidas y poco sumergidas en desechos. La policía local fue alertada de inmediato.
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