Como un recuerdo que se levanta desde el cerro El Ávila – o Warairarepano, en términos revolucionarios -, el hotel Humboldt recuerda una Venezuela opulenta que ya no existe, un vestigio de más de 60 años cuando el país gozaba de la bonanza petrolera.
Erigido en 1956 durante la gestión dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, la estructura, desde la cual se tiene la más espectacular de las vistas de Caracas, a más de 2 mil metros de elevación orográfica, tiene 60 metros de altura con 14 plantas y 70 habitaciones.
Luego de un ascenso en teleférico que se extiende por 20 minutos., al visitante lo aguarda un vehículo «buggy», que lo trasladará por lo alto de la montaña hasta una soberbia construcción de cristal y aluminio,
Revisando la historia, con la caída del perezjimenismo la obra se vino a menos y cayó en el abandono hasta que Hugo Chávez, en los albores del siglo XXI se dio a la tarea de resucitarla cual ave fénix, tarea que ha continuado Nicolás Maduro.
Pero muchos, dadas sus onerosas tarifas, ven el hotel como el símbolo del auge de una clase de nuevos ricos en el país, sobre todo de aquellos que mantienen lazos con el Ejecutivo.
El Humboldt es, asimismo, emblema de una economía de contrastes: una noche en el hotel cuesta alrededor de 300 dólares, cifra utópica para una nación cuya inmensa mayoría devenga mensualmente 2 dólares, y cuya población pobre, de acuerdo con estudios académicos, alcanza el 60 %.
Un gerente de la edificación alega con toda franqueza que los hoteles de 5 estrellas, en cualquier lugar del mundo, no están al alcance de cualquiera, y en Venezuela no podía ser diferente.
Lo cierto es que desde allá arríba, con toda su majestad arquitectónica y su paradójica operatividad, el Humboldt se muestra como un ícono de la Venezuela que pudo ser y no fue.
Curaduría Pedro Beomon. / Tomado de BBC News.
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