Conoce la historia de Freya Stark, la dama del desierto

Freya Stark cuenta con una de las carreras más exitosas en la literatura de viajes de las que se tiene constancia, compuesta por más de 25 libros. Fue la primera mujer occidental en pisar muchos de los lugares prohibidos de Oriente Medio y sus viajes fueron célebres por la valentía a la hora de internarse en territorios peligrosos. Hoy te contamos la fabulosa historia de esta exploradora

Desde que en su infancia cayera en su manos un ejemplar de «Las mil y una noches», el clásico de la literatura árabe, Freya Stark supo que tenía que dedicar su vida a recorrer esos parajes cargados de exotismo. Su condición de mujer no le facilitó las cosas, pero su valentía y su constancia la llevaron finalmente a viajar por lugares donde ningún hombre occidental había estado antes.

Freya recorrió los países árabes con verdadero afán de exploradora y valiente aventurera

La historia está llena de mujeres excepcionales cuyos logros han conseguido cambiar el mundo y la visión que este tenía de ellas. Freya Stark fue, sin duda, una de ellas. Convertida en una de las mayores exploradoras del siglo XX, Starck tuvo que lidiar con numerosas dificultades por el mero hecho de ser mujer, aunque ello no le impidió ser la primera en llegar a los rincones más recónditos del planeta, lugares que incluso ningún hombre se había atrevido a visitar.

Una infancia dolorosa

Nacida en París en 1893, la vida nómada de Freya Starck empezó muy pronto. Pasó su infancia a caballo entre Italia (de donde era su madre) e Inglaterra (de donde era originario su padre), lugares a los que viajó con sus padres y con su hermana Vera. Como regalo en su noveno cumpleaños, Freya recibió un ejemplar de Las mil y una noches y desde aquel momento se enamoró por completo del misterioso y exótico Oriente.

Freya había nacido prematuramente, lo que le acarreó graves problemas de salud durante su infancia y juventud. Así, los largos períodos en los que se vio obligada a permanecer en cama, convaleciente, la joven de alma inquieta aprovechó para devorar con pasión todos los libros que caían en sus manos.

Freya (a la derecha) con su hermana Vera. Su infancia itinerante las ayudó a estar muy unidas

A los trece años, un terrible accidente marcaría un punto de inflexión en la vida de Freya Stark. Durante una visita a una de las fábricas textiles de su padrastro (sus padres se acabaron separando y su madre volvió a casarse), la niña sufrió un aparatoso accidente con una máquina de coser industrial. Su larga melena color castaño se enredó en una enorme rueda de acero que en ese momento estaba en movimiento.

Freya fue lanzada por los aires, y su padrastro, para salvarla, y sin esperar a que algún operario detuviera la máquina, le arrancó el cabello de la rueda, lo que provocó que Freya perdiera parte del cuero cabelludo, de la oreja, el párpado y piel de la sien derecha. Tras la larga y delicada operación a la cual fue sometida (sin anestesia), y en la que se le extrajo piel de los muslos para injertársela en las zonas más gravemente dañadas de su cabeza, empezaría para la joven una larga y lenta recuperación que le dejaría unas cicatrices indelebles que la obligarían a llevar sombrero toda su vida.

El sueño de Oriente

A pesar de haber pasado por ciertos apuros económicos, Freya logró matricularse en el Bedford College de Londres en 1913, así como en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, donde recibió sus primeras lecciones de persa y de árabe. Desgraciadamente para Freya la escuela cerró debido al estallido de la Primera Guerra Mundial y la joven tuvo que regresar a Italia con su familia, donde sirvió como enfermera voluntaria en la unidad de ambulancias de la Cruz Roja Británica. En aquella época se enamoró del médico Quirino Ruata, o Guido, como le gustaba llamarlo. Pero cuando estaban a punto de casarse, Guido rompió repentinamente su compromiso, lo cual representó un duro golpe para ella. Los años siguientes continuaron siendo muy complicados para Freya, hasta que por fin atisbó la luz al final del túnel.

En 1920, se trasladó a San Remo para asistir a unas clases de árabe impartidas por un monje que había vivido en Beirut. Así, cuando tuvo la oportunidad, en noviembre de 1927, Freya decidió embarcar en el carguero Abazzia con destino al Líbano. Pero antes de emprender el viaje, sufrió una grave úlcera gástrica por la que tuvo que ser operada de urgencia.

Aunque la salud de Freya era muy débil, eso no le impidió hacer las maletas y poner rumbo hacia las tierras que hasta ese momento solo había visitado en su imaginación: «Es tan maravilloso estar lejos, realmente lejos y descubrir cada mañana una nueva tierra», exclamó entusiasmada. A su llegada a Beirut, lo primero que hizo fue perfeccionar su árabe y familiarizarse con unas tradiciones que con el tiempo asumiría como propias. Gran admiradora de T. E. Lawrence(el famoso Lawrence de Arabia), Freya no había perdido detalle de las correrías del coronel británico a lomos de su camello, atravesando el árido desierto; también admiraba al explorador Richard Burton, que disfrazado de peregrino afgano había llegado hasta La Meca y Medina, en Arabia.

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