La interesante historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso

Catalina de Erauso ha llegado a nuestros días, conocida como la Monja Alférez, una mujer que pasó de novicia a soldado, vestida como hombre, de ahí que se considere el “primer travestido en América”

Pendenciera, ludópata y asesina, Catalina de Erauso buscó fortuna en América como hombre donde vivió peripecias dignas de una novela de intriga y misterio.

Novicia convertida en militar, asesina confesa de al menos diez hombres, pendenciera, ludópata, virgen, lesbiana y trasmutada en hombre. Catalina de Erauso es uno de esos personajes novelescos que sólo el Barroco y el Siglo de Oro español pueden ayudar a contextualizar. La mayor parte de lo que conocemos de su vida se debe a una autobiografía que bien pudiera ser un memorial al rey Felipe IV dictado para acompañar la solicitud de una pensión vitalicia.

Catalina de Erauso, 1592 – 1635. La Monja Alferez.

El relato, lleno de hechos verídicos salpicados de situaciones y coincidencias tan forzadas como increíbles, alcanzó fama. Se hicieron al menos dos ediciones de sus memorias; y, en 1629, el dramaturgo Juan Pérez de Montalbán, discípulo predilecto de Lope de Vega, compuso y representó en la corte La monja Alférez, obra teatral que marcó definitivamente al personaje.

Contradictoria hasta en la fecha de su nacimiento, en sus memorias asegura que nació en San Sebastián en 1585, pero su partida de bautismo de la parroquia donostiarra de San Vicente indica el 10 de febrero de 1592. Hija del capitán Miguel de Erauso, Catalina era la menor de seis hermanos. A los cuatro años fue internada junto a sus tres hermanas en el convento de las dominicas de San Sebastián el Antiguo. Inadaptada y rebelde, la trasladaron al convento de San Bartolomé, de normas y clausura más estrictas. Oprimida y vejada por una de las religiosas, Catalina huyó del monasterio con 15 años sin haber llegado a profesar.

En la piel de un hombre

Su escapada duró varios días, andando «sin haber comido más que hierbas que topaba por el camino», hasta que llegó a Vitoria, donde entró a trabajar en casa de un médico, pariente lejano, que no supo reconocerla con los ropajes de hombre, pues Catalina había decidido vivir y vestir como un hombre. Tres meses después huyó de la casa con el dinero que había robado a su pariente y se estableció en Valladolid, donde se convirtió en paje del secretario del rey Juan de Idiáquez y se hizo llamar Francisco de Loyola.

En sus memorias relata que se encontró allí con su padre, que no la reconoció. Catalina escapó hacia Bilbao. En la capital vasca apedreó a unos muchachos que se burlaron de ella e hirió gravemente a uno de ellos que fue encarcelada un mes. Luego pasó a Estella, en Navarra, donde se empleó como paje de un hidalgo. Dos años más tarde volvió a San Sebastián y un día oyó misa junto a su madre, que «no me conoció», asegura en las memorias.

Cuadro «Combate de mujeres», de José Ribera.
El cuadro Combate de mujeres, de José Ribera, muestra una escena asociada tradicionalmente a hombres protagonizada por mujeres: dos luchadoras pelean a muerte delante de un público formado por militares y civiles romanos. Museo del Prado, Madrid.
Foto: Album

En busca de nuevos horizontes, Catalina se enroló en la flota que partía hacia América. Cuando al año siguiente los galeones regresaban a España cargados con el oro y la plata americana, Catalina robó quinientos pesos del camarote del capitán de su nave y se escondió en el puerto de Nombre de Dios hasta que los navíos estuvieron bien lejos.

Siempre viviendo como Francisco, se trasladó a Perú, donde entró a trabajar como ayudante de un comerciante español al que sirvió con lealtad y diligencia, por lo que al poco tiempo estaba al frente de uno de los almacenes del empresario en la ciudad de Saña. Pero su carácter bravucón la metió en una riña que concluyó con un caballero muerto, otro herido y ella en la cárcel. Su amo la sacó de prisión con el ánimo de casarla con su propia amante, pero al negarse a ello Catalina, el comerciante la trasladó a su negocio de Trujillo. Al cabo de un par de meses apareció con dos amigos el caballero al que Catalina había herido en Saña. Una nueva trifulca acabó con otro hombre atravesado por el estoque de la donostiarra y ella refugiada «a sagrado» en una iglesia.

Al servicio de su hermano

Para que escapara del cargo de homicidio y de numerosas deudas de juego, su amo logró enviarla a Lima a trabajar en una tienda de un amigo suyo. En Lima, según cuenta ella misma, tuvo relaciones con la sobrina de su jefe, lo que a la postre le costó el despido. Sin dinero ni trabajo, se alistó en uno de los enganches que reclutaban soldados para enfrentarse con los indios mapuches en el sur de Chile.

Dispuesta a «andar y ver mundo», desembarcó en Concepción bajo la identidad de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, junto con otros miles de soldados. Allí vuelve a darse otra de esas fascinantes coincidencias que hacen sospechar que las memorias de Catalina, tal y como han llegado a nosotros, puedan tener partes de alguno o algunos autores apócrifos que hubieran ido coloreando los escritos originales con ánimo novelesco. Sólo así se entiende que el soldado Alonso se encontrara con su hermano Miguel, a la sazón secretario del gobernador de Chile. Sin confesarle la vinculación familiar, se hicieron buenos amigos y Alonso se incorporó al séquito personal de Miguel, «comiendo a su mesa casi tres años» sin ser reconocido. Cuando Miguel se enteró de que su sirviente cortejaba a una amante suya lo despachó a correazos al fuerte de Paicabí, un duro correccional en el frente araucano.

Ascendida a alférez

Cuatro años estuvo Catalina batallando ferozmente contra los mapuches. El soldado Díaz mostró su valor en varias acciones, la más legendaria de las cuales fue el rescate de las banderas del batallón robadas por los nativos, por lo que su propio hermano Miguel solicitó que se le diera el cargo de capitán. Pero –según refiere Catalina– sólo fue ascendida a alférez de compañía porque había ahorcado a un líder mapuche, Quispiguaucha, en vez de entregarlo vivo para ser interrogado.

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