Decir malas palabras es, casi siempre, una reacción emocional a algo. Cuando estamos frustrados, sorprendidos o enfadados, maldecir responde a una necesidad de liberar sentimientos. Varios experimentos han demostrado que decir palabrotas aumenta la capacidad del cuerpo de soportar el dolor
Los términos lenguaje soez, crudo, grosero, procaz y «lenguaje malsonante», hacen alusión al conjunto de formas lingüísticas (palabras o expresiones denominadas malas palabras; palabras gruesas, libres, mayores, pesadas, picantes, sucias o simplemente palabrotas); que la comunidad lingüística, o parte de ella, considera inapropiadas, obscenas, indecentes, deshonestas, injuriosas u ofensivas. A quien emplea un lenguaje soez se le considera malhablado, desbocado o bruto.
Estos conceptos suelen identificarse con los de ordinariez, vulgaridad («cualidad de vulgar») y vulgarismo («dicho o frase especialmente usada por el vulgo»), y a este último se le identifica con lo soez («bajo, lo indigno, lo vil») y lo zafio o grosero («carente de educación o de delicadeza», «de mal gusto», «de escasa calidad o sin refinar», «que carece de precisión o exactitud»), aunque no deben confundirse con la totalidad del registro lingüístico vulgar, coloquial o familiar ni tampoco con las llamadas lenguas vulgares.

Todo lo anterior es lenguaje soez; y no está directamente relacionado con convenciones culturales y solo puede definirse dentro del nivel émico de las ciencias sociales.
Se considera «soez» cuando se hacen manifestaciones lingüísticas de mal gusto, groseras, o con el propósito de ofender al prójimo.
Es propio del lenguaje soez referirse a lo que socialmente se considera sagrado (religión, raza, origen familiar o nacional) o tabú (escatología, determinadas partes del cuerpo, sexo, sicalipsis, humor negro) liberando la tensión emocional con expresiones excesivas o hiperbólicas (blasfemia, maldición, reniego, juramento, voto) o dirigiéndose a un destinatario concreto en forma de improperio, insulto, desprecio, ridiculización, estigmatización o descripción personal exacerbada.
También existe el lenguaje no verbal soez (gestos soeces) e incluso un lenguaje icónico soez (emoticonos).
Maldecir puede aumentar tu habilidad para resistir el dolor, según un estudio.
Las groserías nos ayudan a sobrellevar el estrés, a resistir mejor el dolor y pueden ser indicativas de que una persona es más honesta.
¿Te ha pasado que te golpeas el dedo del pie y sin querer lanzas una palabrota? Probablemente no lo pensaste mucho, pero quizá reaccionaste de la manera correcta.
Cuando somos niños, se nos enseña que maldecir; incluso cuando tenemos dolor, es inapropiado, que demuestra un vocabulario pobre o es en cierta forma señal de pertenencia a una clase inferior; sin embargo, las groserías tienen un fin fisiológico, emocional y social, y son efectivas solamente porque son inapropiadas.

“La paradoja es que el mismo acto de represión del lenguaje es lo que crea esos mismos tabúes en la siguiente generación”; así dijo Benjamin Bergen, autor de What the F: What Swearing Reveals About Our Language, Our Brains and Ourselves. Lo llama la “paradoja de la vulgaridad”.
“La razón por la que un niño piensa que las groserías son malas palabras es porque, conforme va creciendo, se le dice que es una mala palabra, así que las vulgaridades o groserías, son una concepción social que se perpetúa a lo largo del tiempo”, dijo Bergen, profesor de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California en San Diego. “Es algo malo que se crea a sí mismo”.
La paradoja es que las palabras malsonantes solo son poderosas porque les otorgamos ese poder. Si no se les censurara, todas las palabras que se designan como groserías serían solo términos comunes y corrientes.
En «The Stuff of Thought» (La materia del pensamiento), Steven Pinker, científico cognitivo y profesor de Harvard, enumeró algunas nuevas funciones de las groserías. Hay palabrotas enfáticas, por ejemplo, cuando se quiere resaltar algo, y palabrotas usadas como disfemismos para expresar opiniones de manera provocativa.
Sin embargo, decir palabras soeces tiene beneficios más allá de hacer más colorido el lenguaje. También puede ser catártico.

Un estudio descubrió que decir malas palabras puede aumentar la habilidad para soportar el dolor. Así que cuando te golpeas el dedo del pie y sueltas una grosería, hacerlo puede ayudarte a tolerar mejor el malestar
En su experimento, Richard Stephens, profesor de Psicología de la Universidad Keele, les pidió a varias personas que le dieran una lista de palabras; incluidas groserías, que dirían si se pegaran en el dedo con un martillo.
Después les pidió que hicieran una lista de palabras neutrales para describir una silla (por ejemplo, “de madera”).
A continuación, les pidió que sumergieran una mano en agua helada tanto tiempo como aguantaran mientras repetían una palabra de alguna de las listas: una grosería o una palabra neutral.
Los participantes que repitieron una grosería pudieron mantener la mano sumergida en el agua helada por casi 50 por ciento más tiempo que aquellos que repitieron una palabra neutral.
No solo eso, decir groserías también hizo que los participantes no sintieran el dolor tan intensamente. Los investigadores concluyeron que decir groserías tiene el efecto de reducir la sensibilidad al dolor. ¿Quién diría que unas cuantas letras podrían ser tan calmantes?
“Para aliviar el dolor, las malas palabras parecen desencadenar la respuesta natural de ‘lucha o huida’; así como un incremento de adrenalina y de los latidos del corazón”, dijo Stephens en un correo electrónico. “Esto lleva a una analgesia inducida por estrés; es decir, a ser más tolerante al dolor”.
La paradoja es que las palabras malsonantes solo son poderosas porque les otorgamos ese poder
Otro estudio realizado por Stephens, actualmente en revisión para su publicación, probó el efecto que tiene sobre la fuerza de alguien el decir groserías. Los investigadores les pidieron a los participantes que dijeran groserías y palabras neutrales mientras pedaleaban contra una resistencia en una bicicleta estática o apretaban un dinamómetro con la mano, y después apuntaron los resultados. En ambos casos, decir groserías mejoraba el rendimiento.
Aunque decir malas palabras es en gran parte inocuo, según escribió Bergen en su libro, las injurias o insultos son la excepción. Hay claros beneficios cuando se usan groserías; pero cuando van dirigidas a un grupo demográfico, pueden promover prejuicios, escribió Bergen.
¿Quién #%*$ inventó las groserías? –
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