Luis Pino: «El cuatro es parte de mi vida»

Hay una historia detrás de cada persona.
Sigmund Freud
Por Katty Salerno

Luis Pino es de los que predica que la música «no es el arte de combinar los sonidos, sino de combinar los horarios». Fue la explicación de la que se valió por no habernos podido atender un par de veces, pese a haberlo agendado. Pero a la tercera sí llegó, retrasado, pero llegó.  

La adaptación del concepto tradicional de música («el arte de bien combinar los sonidos y el tiempo») fue una ocurrencia del guitarrista argentino Horacio Malvicino, quien por años tocó junto al conocido bandoneonista y compositor Astor Piazzolla, para explicar jocosamente el trajinar de todos los que se ganan la vida como músicos.

Luis Pino, músico, cuatrista de corazón e hijo de Luisa Pino, no es la excepción. Cultor del cuatro y de la música tradicional venezolana, está celebrando tres décadas de vida artística y por ello Curadas.com quiso rendirle este sencillo homenaje en reconocimiento a su trayectoria.

—¿Siempre andas complicado con los horarios?

—¡Toda la vida! Ya sabes lo que dicen: la música no es el arte de combinar los sonidos, sino de combinar los horarios.

—Ustedes los músicos, ciertamente, tienen unos horarios muy distintos al resto de los mortales…

—Otro problema mío es que vivo en Guarenas. Eso me obliga a quedarme en Caracas muchas veces, cuando termino tarde una presentación. Entonces me la paso en eso, subiendo y bajando, más los trasnochos. Todo eso convive mezclado. También hay que ir atendiendo las cosas que van surgiendo, que si una reunión o un proyecto y debes sentarte a prepararlo, o te encuentras con los amigos, que es también algo muy importante en mi vida. Todo esto gravita y convive dentro de ese universo de la música. Y me toca a mi solito llevarlo todo adelante.

—¿Cómo fue tu nacimiento en ese universo de la música del que hablas?

—La vida musical mía nace a los cuatro o cinco años, por ahí. En mi casa había muchos instrumentos… una charrasca, un tamborcito, unas maracas, un cuatro… y yo los tocaba todos. Lo último que agarré fue el cuatro y no lo solté más nunca.

»Mi mamá fue la que me enseñó a tocarlo. Ella viene de una familia con mucha tradición musical. Su mamá, mi abuela Luisa Rafaela, cantaba en la radio en Barquisimeto en los años treinta, cuando la música se hacía en vivo en la radio. De ahí viene toda una tradición musical en mi casa. Mi mamá nació en el cuarenta y siete y en ese país que a ella le tocó era casi que obligatorio tomar clases de música. Ella estudió en la Francisco Pimentel, donde fue compañera de Raúl Delgado Estévez (el fundador del Orfeón Universitario).

Eran amigos, tocaban cuatro juntos, iban a las parrandas navideñas y las misas de gallo a cantar aguinaldos. Tienen muchas historias bonitas de su juventud. Todo eso le permitió a mi mamá conocer bastante bien el repertorio de la música tradicional venezolana. Aunque era yo muy pequeño, recuerdo que agarraba el cuatro y ella me explicaba cómo se tocaba. Me enseñó los primeros acordes, algunas tonalidades. Ahí comenzó mi historia maravillosa con el cuatro.

»Cuando entré al preescolar me tocó una profesora, María Ángela Romero, con quien aún mantengo contacto, que era músico. Tocaba piano y cuatro y era una de las que dirigía el coro. Entonces, digamos, tenía ese espacio musical tanto en mi casa como en el colegio. Era imposible no involucrarme con la música, además de que me gustaba, siempre me gustó. Era muy flojo para los estudios, pero me encantaba un cuatro.

»Mi mamá y Raúl Delgado Estévez, aunque fueron amigos de niños y adolescentes, no mantuvieron el contacto. Hasta que un día, en 1994, fui a un concierto en homenaje a la siempre grande Morella Muñoz (mezzosoprano, intérprete de música popular y clásica), producido por Miguel Ángel Bosch, para recabar fondos para ella, que estaba enferma. Le entregué a Raúl una carta que le había enviado mi mamá y allí reanudaron la amistad. Fue él quien me presentó, un año después, al maestro Cheo Hurtado, quien ha sido muy importante en mi carrera como músico, como cuatrista, como productor y también en lo personal, pues lo considero como mi padre.

—¿Cuál fue la primera canción que aprendiste a tocar en el cuatro?

—Había varias, pero recuerdo especialmente Las brumas del mar. El tema por excelencia con el que uno comienza a tocar cuatro es Compadre Pancho, pero mi mamá era más de valses antes que de merengues u otros géneros. Además, era un tema emblemático para nosotros porque era de los valses que cantaba mi abuela en la radio.

»De niño también cantaba, me gustaba mucho cantar. Después del proceso de desarrollo y del cambio de voz, desistí. Pero era y sigo siendo amante del repertorio del maestro Simón Díaz y eso también hizo como un punto y aparte. Yo tenía un cuadernito donde anotaba las letras de sus canciones para aprendérmelas. Bueno, copiaba lo que entendía y después tuve que corregir muchas (risas), porque la lírica de la música tradicional venezolana a veces es complicada.

—¿Eres barquisimetano, como tu mamá y tu abuela?

—Nací en la parroquia El Recreo, en Caracas. Pero como a los diez años nos mudamos a Coro, por razones laborales de mi mamá. En Coro viví cinco años y fue el lugar, el escenario, donde comencé mi formación musical, donde ofrecí mi primer concierto, que fue con la Estudiantina Juvenil Falcón, en noviembre de 1993. Con la estudiantina hice cursos de nivelación, porque yo ya sabía tocar el cuatro, pero me faltaba complementar la parte teórica.

—¿Cómo fue el aprendizaje con el maestro Cheo Hurtado?

—Con Cheo tengo una relación muy especial. Lo conocí en 1995, cuando yo tenía catorce años.  La primera audición que tuve con él fue durante una visita que hizo a Coro con el grupo Gurrufío para dar un concierto, que fue la primera vez que los escuché tocar. Quedamos en vernos al día siguiente en el hotel donde él estaba hospedado y fui con mi mamá. Cheo me escuchó recostado en su cama y yo, supernervioso, toqué El pájaro chogüi. Me dijo que sí, que definitivamente tocaba, y le dio su número de teléfono a mi mamá para coordinar las clases con él.

»Para ese momento nos habíamos mudado a Maracaibo, por lo que mi mamá me firmaba un permiso para viajar solo, me subía a un autobús a las once de la noche y amanecía en Caracas, llegaba a casa de una tía que vivía en La Hoyada. Todo eso para poder asistir a las clases de cuatro que a veces no se daban, debido a que Cheo tenía muchos compromisos.

»Pero así fui aprendiendo. En Caracas empecé a conocer a gente que ya tocaba, que hacía música, a otros referentes de la música tradicional venezolana; a gente del maravilloso mundo cultural de la ciudad, del Teresa Carreño, del Ateneo. Empecé a curtirme y a compartir de una manera mucho más profunda con todo el movimiento cultural caraqueño. »Eso fue como hasta 1998 o 1999, cuando decidí venirme a vivir a Caracas con mi mamá, siempre muy pegado con mi mamá, y comienzo formalmente mis estudios de música. La parte académica no la terminé porque empecé a trabajar. Empecé a tocar muy joven. A los diecisiete años ya estaba tocando por ahí, trabajando, haciendo cosas y conociendo a mucha gente, gente que ha sido determinante en mi formación y carrera como músico tradicional.

—¿Alguna enseñanza clave que te haya dejado Cheo Hurtado?

—Esa es una linda pregunta. Por supuesto, Cheo nos enseñó a tocar a mí y a un montón de alumnos más. De hecho, él es el promotor de ese gran programa llamado La siembra del cuatro.

»Yo tuve la suerte de que Cheo se sentara conmigo a explicarme cada detalle importante y necesario para tocar bien un cuatro. Pero creo que la gran lección que deja Cheo a sus alumnos es la de la libertad al momento de tocar. La música tradicional venezolana es muy espontánea y en ella ocurre un fenómeno: nada se toca siempre igual. Uno aprende y puede tocar eso que aprendió de la misma manera. Pero si conoces bien el instrumento, si lo dominas bien, vas a tener una libertad enorme para improvisar.

Es esa la libertad que encuentras, por ejemplo, en la música llanera, en el polo oriental o en un golpe tuyero. Entonces, conocer bien el instrumento para poder tocar con libertad creo que es la lección más importante que aprendí de Cheo. El músico tradicional venezolano tiene que estar preparado para tocar lo que sea, donde sea, con quien sea y en cualquier circunstancia.

—¿Qué sientes cuando tocas el cuatro?

—¡Uf, muchas cosas! Tocar el cuatro es parte de mi vida. Es como el amor, como el abrazo materno, como El Ávila. Es como esa valoración permanente y entrañable de lo que eres y del país de donde eres. Yo veo un cuatro y me brota el amor del pecho, esté donde esté. Para mí el cuatro representa todo eso. Toda la gente que he conocido, todos los viajes, los amores, los grandes retos profesionales, han sido a partir del cuatro.

»El cuatro representa un espacio muy importante de mi vida. Verlo, tocarlo, escucharlo, tenerlo en las manos, disfrutar de la madera, ver cómo lo hacen, la artesanía que está implícita en la creación de un cuatro… Tiene que ver con todo en mi vida, absolutamente todo.

—¿Crees que nacemos con un destino marcado? Por lo que nos has contado hasta ahora, pareciera que ser músico y cuatrista era lo tuyo y que todo se fue dando para que no escaparas de este destino.

—No creo que todo esté escrito, pero sí creo que la vida o Dios o como quieras llamarlo te pone en sintonía con algo y a partir de ahí tú empiezas a dibujar ese destino. El resultado va a depender de cómo lo hagas, cómo desarrollas ese marco que se te presenta.

»Creo que todos tenemos una historia. Bueno, al menos la gente que me rodea la tiene. No he conocido a nadie que ande perdido en la vida, sin saber qué hacer. Puede que en algún momento haya dudas o crisis, pero siempre está ese espíritu que te lleva a hacer lo que tienes que hacer. Para mí es imposible verme como ingeniero o médico o físico, por ejemplo. Siempre estuve ligado al arte. Además de la música, de niño me gustaba pintar, hacer figuras con arcilla, siempre mostré esa inclinación hacia lo artístico. Desde esa perspectiva, pues, creo que sí, que es posible pensar que hay un destino trazado para cada uno.

—¿Por qué te fuiste a Colombia?

—Fui a encontrarme con mi hermano mayor, que vive en Australia desde hace diecisiete años. Tengo tres hermanos, dos por parte de madre y una por parte de padre. Teníamos como ocho años sin vernos y decidimos encontrarnos en Barranquilla en enero de 2020, junto con una hermana que vive en Colombia. Mi hermano se regresó para Australia y mi hermana me dijo que me quedara unos días más en su casa. Pero en marzo de 2020 llegó la pandemia por el coronavirus y nos cambió la vida a todos en el mundo. Ahí estuvimos diez meses en cuarentena mi hermana, su esposo, el perro y yo (risas), viendo cómo se iban desarrollando las cosas.

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»Me tocó reorganizarme en Colombia, donde permanecí por dos años y medio. Empecé a dar clases de cuatro, cosa que ya había hecho y que además me encanta, pero con el reto de tener que darlas virtualmente.

»En octubre de ese año me fui a los llanos colombianos, al oriente de ese país. Me fui a Casanare, donde tengo buenos amigos. Di clases en una fundación, desarrollé proyectos… Me tocó adaptarme a un nuevo mundo y a la experiencia de vivir en otro país. Aun cuando estaba muy cerca de Venezuela y la tradición llanera colombiana es muy muy similar a la venezolana, estaba fuera de mi país, lejos de mi familia. Fue muy aleccionador, porque fue como empezar de cero nuevamente en un país que no es el tuyo, con todo lo que esa carga emocional significa. Recomenzar en un espacio que no es el que yo había construido.

»La tradición en los llanos colombianos es muy parecida a la de los llanos de Venezuela. La historia dice que el joropo llegó a Colombia desde Venezuela. Hay muchísimas teorías al respecto, pero una de ellas señala que el joropo como género musical entró a Venezuela por el estado Sucre y fue bajando hasta los llanos y de ahí pasó a Colombia, porque es el mismo llano, la misma gente, las mismas costumbres.

»Estando en Yopal me reencontré con un gran amigo, que es productor de Carlos Vives, y me invitó a grabar un tema titulado Patria que había escrito Carlos hace mucho tiempo y que quería incluir en su álbum “Cumbiana II”. Así se dio la oportunidad de acompañar también a Carlos en una gira.

—Vi un video donde Carlos Vives, al presentarte al público, dice que a Luis Pino “nos lo peleamos colombianos y venezolanos”. ¡Estás en el centro de un conflicto colombo-venezolano!

—Ese comentario de Carlos fue muy lindo (risas). Eso fue en octubre de 2022, en el Movistar Arena de Bogotá en su gira Cumbiana Tour. Carlos nos invitó a mí y a Clemente Mérida, un cantautor de joropo de Casanare, a actuar con él. Fueron dos conciertos, 15 000 personas por día, completamente lleno, con la producción de Andrés Leal. Fue una experiencia muy linda, con un nivel profesional muy alto.

—¿Siempre eres así de ruiseño?

—La verdad es que tengo poca paciencia y puedo llegar a ser insoportable.

—¿Qué te hace ponerte insoportable?

—La injusticia, por ejemplo. Eso me saca de mis casillas. Y soy muy consentido, entonces cuando las cosas no andan como yo considero que deben andar, pongo el ceño fruncido… Pero también soy muy consentidor. No me gusta que toquen a mi gente, a la gente que para mí es entrañable. Mis amigos son uno de los grandes tesoros que tengo, junto con el cuatro y mi familia. Mis amigos son algo especial para mí, creo mucho en la amistad.

»Creo que una de las grandes cosas que nos dejó la pandemia fue la de aprender a valorar más a la familia, a los amigos, al país. Lo he hablado con algunos amigos con quienes me he estado reuniendo en estos días. »Aunque en Colombia me fue muy bien, y todavía voy y vengo, extrañaba mucho Venezuela. Creo que hay que hacer muchas cosas por el país. Creo que este rato que tú dedicas a hacerme esta entrevista vale el esfuerzo, vale el tiempo que le dedicamos. Hay que seguir construyendo el país, y el mundo también, hasta lograr una mayor sensibilidad o conciencia, tanto en lo individual como en lo colectivo, para tratar de ser mejores. Yo creo que esa es la gran tarea permanente.

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