La pandilla satánica de Chicago | Relatos del lado oscuro

Comienzan a aparecer chicas, y no están en su mejor momento. La policía no tiene pistas, solo misterios. Robin Gecht, Edward Spreitzer, Andrew Kokoraleis y Thomas Kokoraleis conformaron la macabra pandilla satánica de Chicago

La pandilla satánica de Chicago
La pandilla satánica de Chicago

Relatos del lado oscuro te lleva a conocer un caso detestable, la pandilla satánica de Chicago que incluye un componente inusual, el demonio.

A principios de la década de 1980, Edward Spreitzer se sentía perdido en la vida. Era muy joven, tenía tan solo 19 años, pero no tenía estudios, ni trabajo, ni un hogar donde vivir. Había cumplido una condena por robo y no quería volver a la cárcel. Sin embargo, sus opciones eran limitadas. Aceptaba cualquier trabajo que conseguía, pero ninguno de ellos era bien pago ni, mucho menos, estable. Si seguía así iba a tener que volver a delinquir. Solo necesitaba una oportunidad… y alguien iba a dársela

Créditos al canal Relatos del lado oscuro en YouTube

Fue en una de sus tantas búsquedas laborales cuando conoció a Robin Gecht, un carpintero y electricista que necesitaba obreros para un trabajo. El hombre de 27 años, un respetado padre de familia, se apiadó de Spreitzer y lo empleó, a pesar de sus antecedentes penales y su casi nula experiencia en el rubro de la construcción. Hicieron aquella primera obra juntos, y, como todo salió bien, volvió a llamarlo para otra. Y luego para otra. Y otra.

Cuando quiso acordarse, Edward tenía un oficio. Y todo gracias a Robin. Lo que todavía le faltaba era un lugar donde vivir. La paga era digna, pero a duras penas le alcanzaba para un alquiler. Entonces, demostrando una increíble generosidad, Gecht invitó al joven a vivir con él y su familia, su esposa Rose Mary y sus tres hijos pequeños. Spreitzer, por supuesto, dijo que sí

La que no estaba tan contenta era Rose Mary. No conocía ni se sentía cómoda con un extraño en su casa. Además, tampoco era que les sobraba el dinero. Al final de cuentas, los ingresos de su marido no eran tan altos y tenían tres bocas que alimentar, además de las suyas. ¡Si por eso tenía que trabajar de camarera en los turnos nocturnos! Pero Robin, como siempre, terminó por convencerla. Él quería poder darle una mano a un joven a quien nadie había ayudado jamás, y a ella, como devota cristiana que era, le parecía lo correcto después de todo. Tampoco puso demasiadas objeciones luego, cuando otros dos muchachos que trabajaban para su esposo, Andrew y Thomas Kokoraleis, pasaron también algunas noches bajo su techo.

Edward y los hermanos Kokoraleis amaban a su jefe. No solo estaban en deuda con él, sino que lo admiraban como nunca habían admirado a nadie. No podían creer la suerte que habían tenido de que sus caminos se cruzaran. Querían complacerlo y aprender todo de él. Querían ser como él. Incluso después de esa noche, en la que les confesó aquel secreto. Inesperado. Y oscuro. Muy oscuro. Robin Gecht era un adorador del Diablo

Al principio pensaron que no hablaba en serio. Nunca habían visto un satanista en su vida, pero él definitivamente no parecía uno. Se dieron cuenta que no mentía cuando los llevó a su lugar oculto. Íntimo. Una habitación a la que llamaba “La Capilla”.

Otra noche, con los chicos ya durmiendo y Rose Mary en plena jornada laboral, los cuatro subieron al altillo de la casa. Uno que estaba siempre cerrado con llave y al que solo él podía acceder. Adentro, los jóvenes se encontraron con un pequeño cuarto que tenía cruces rojas y negras pintadas en las paredes y un altar sobre el cual se posaba una misteriosa caja, envuelta en una tela bordó. “Esa es la Caja de Trofeos”, les dijo, sin explicarles nada más.

Faltaba tiempo para que se enteraran de qué se trataba. Primero, tenían que adentrarse en las artes oscuras

Durante meses, Gecht leyó a los jóvenes pasajes de la Biblia Satánica de Anton LaVey, como también de otros libros vinculados al ocultismo y lo demoníaco. Les enseñó todo lo que pudo, y les reveló sus intenciones: quería invocar a un demonio. Pero para eso, era necesario dar un paso muy importante. Uno que todos debían estar dispuestos a dar si pretendían seguir en el camino que habían comenzado a emprender. Para contactar a las fuerzas del infierno y obtener grandes poderes a cambio, debían complacer al Príncipe de las Tinieblas. Y debían hacerlo llevando a cabo una serie de… actos.

Saber mas…

¿Te gustó el artículo? Tenemos mucho más para ti. Únete a Curadas haciendo clic en este enlace

¿Qué opinas?