Efraín Hoffmann: «Debemos dar valor a las experiencias de la vida»

Hay una historia detrás de cada persona.
Sigmund Freud
Por Katty Salerno

Efraín Hoffmann es hijo de médico, pero no fue este el factor que más incidió para que él también escogiera ser médico. A esta decisión llegó luego de una intensa búsqueda interior que lo enfrentó a los más oscuros rincones de su alma.

Obtuvo su título de médico cirujano por la Universidad de Los Andes (ULA), en 1982. A partir de allí empezó su propio camino, uno que lo llevó por diferentes países a fin de recibir la formación que sabía que aún le faltaba y que en ese entonces no encontraba en el país. Así, estudió acupuntura y medicina tradicional china en el Instituto de Acupuntura del Hospital de Kalubovila, Sri Lanka; homeopatía en el Centro Homeopático de Francia, uno de los más antiguos centros de enseñanza homeopática del mundo; medicina tradicional y plantas medicinales en la Universidad de Chapingo, México; medicina ayurvédica, en Trivandrum, Kerala, India. Eso, además de quiropraxis, reiki, laserterapia, terapia neural, radiestesia y enzimoterapia, entre otros.

Experiencias vividas durante su adolescencia, y que lo marcaron, más su formación académica, permitieron a Hoffmann convertirse en uno de los pioneros de la medicina holística en Venezuela. De hecho, ha creado su propio método, el Sistema de Sanación Holística Hoffmann (SSHH), que combina la medicina moderna con la sabiduría de la medicina ancestral para tratar al ser humano y su circunstancia de forma integral: mente, cuerpo, familia y espíritu.

Por eso, no duda ni por un segundo cuando afirma que “Debemos dar valor a las experiencias de la vida”, como lo dijo en esta entrevista exclusiva con Curadas.com desde la Hacienda La Concepción, una propiedad en los Valles Altos de Carabobo que ha pertenecido a su familia desde hace dos siglos y que desde hace más de tres décadas funciona como centro de salud y rehabilitación.

—Cuando uno lee su biografía lo primero que encuentra son dos palabras: Baal Khalil. ¿Qué significan?

—Empezaste por lo que menos nadie conoce de mí. Ese es el nombre espiritual que me dieron mis guías, mis maestros. Baal Khalil significaría algo así como mensajero de los pueblos, enviado de los dioses.

—¿Nunca nadie le había preguntado por eso?

—Nadie. A niveles más íntimos o personales, sí, pero no a nivel profesional, como una entrevista periodística.

—Entonces háblenos de su nombre familiar. Su apellido, Hoffmann, ¿de dónde viene? ¿De dónde son sus ancestros?

—Mi familia por el lado de mi papá viene de Alemania y Francia. Soy como quinta generación en Venezuela. Y de origen judío español, o sefardí, por el lado de mi mamá, Ortega Bacalao, de aquí de los Valles Altos de Carabobo. Esta hacienda donde hoy vivo y trabajo tiene una tradición en nuestra familia desde 1820. Mi padre, que era médico, se casó con mi mamá, que nació aquí. Él también fue médico, el único que vivía en esta comunidad, por lo que toda la gente de la zona acudía a su consulta, aunque eran muy pocos los que podían pagar, así que los atendía de manera gratuita.

»Cuando yo me gradué de médico mi papá había fallecido, pero ya había una historia y una tradición que de cierta manera he continuado porque también me ha correspondido pasar consulta gratis a muchísima gente. Por eso en 1986 creamos la Fundación Otto y Angelina de Hoffman, en honor a mis padres, con la cual mantenemos esta tradición de contribuir y colaborar con la gente de la comunidad.

—La pregunta obvia después de oírlo es si usted decidió ser médico por influencia de su padre.

—No fue tan así. Yo era músico, artista, poeta y loco (risas). Fue a los veinte años cuando decidí ingresar a la carrera de Medicina. Yo estaba en un proceso terapéutico y tuve un maestro que me llevó a descubrir y a entender el sentido de mi vida: ser útil, amar y ayudar a otros. Eso lo pude haber realizado como maestro de escuela, como enfermero… con cualquier profesión… Pero mi papá era médico, entonces ¿por qué no? Por eso me hice médico, básicamente.

—Desde que recibió su título de médico cirujano tomó el camino de la medicina alternativa. ¿Por qué siguió esta tendencia?

—Yo fui un niño muy enfermo durante casi toda mi infancia. Sufrí mucho de amigdalitis y después de muchos tratamientos con antibióticos igual terminaron extirpándome las amígdalas. Luego padecí de una enfermedad que me producía furúnculos, por lo que fui sometido a un tratamiento con inyecciones. Cuando creían que ya no me enfermaría más me salió un eczema en el cuero cabelludo. Hasta los once, doce años estuve padeciendo de muchas cosas. »Todo esto estuvo muy unido a inquietudes espirituales y a la formación dual que recibí. Por un lado, mi padre, un científico; y, por otro, mi mamá y mi abuelita, católicas, apostólicas y romanas. Entonces, por un lado, recibo una educación que me dice que tengo que creer ciegamente en los misterios de la Iglesia católica; y, por otro, una que me dice que como científico debo cuestionarlo todo.

Esta inquietud me llevó a descubrir que mi abuelo paterno había sido masón, que mi papá y mi tío eran rosacruces y que hasta hubo una tía espiritista. Quería saber acerca de todo eso, pero no tenía edad para entenderlo ni practicarlo. Ante estas inclinaciones que yo mostraba, una tía me recomendó ir a un centro de yoga. Así empecé a practicar yoga a los catorce años. Esta práctica me enseñó a alimentarme sanamente, a meditar, y ayudó a que me formara una percepción del mundo diferente a la que me habían enseñado en mi familia.

»Por esa misma inquietud espiritual comencé a estudiar Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello. Estuve dos años, pero no encontré allí lo que buscaba. Yo estaba buscando LA VERDAD, así, con mayúsculas. Entonces me quedé con la música, trabajando como pianista en el Ateneo de Caracas. Pero seguí mi búsqueda. Estudié con cuanto grupo religioso se conoció en Venezuela en esa época: el gurú Maharaji, los Hare Krishna, la cábala… Así que cuando llego a la escuela de medicina ya conocía esta otra cultura, ya sabía un montón sobre todo esto, cosas que no me enseñaron en la universidad.

»Mi curiosidad y mi necesidad de seguir aprendiendo más al respecto me llevó a profundizar en lo que entonces llamaban medicina alternativa y que nosotros empezamos a llamar medicina complementaria porque el primero nos parece un título muy peyorativo y discriminativo. Al graduarme en la ULA, comencé a viajar y a estudiar en muchos lugares del mundo y con profesionales de distintos lugares. Así fuimos desarrollando esta visión integral de la medicina que yo prefiero llamar medicina holística.

—Usted es uno de los pioneros en la aplicación de este enfoque holístico de la medicina en Venezuela. ¿Alguna vez ha sido cuestionado por otros profesionales de la salud?

—Directamente nunca he sido atacado ni molestado por nadie, aunque tengo colegas amigos que sí, que en algún momento el Colegio de Médicos los ha intervenido o alguien los ha molestado en algún sentido. Algunos profesores míos pensaron que me habían perdido cuando me fui a estudiar acupuntura a Sri Lanka. La gran satisfacción que tengo es que esos maestros y amigos, con los años, han terminado siendo mis pacientes.

»Aunque sí debo decir que cuando fui al Colegio de Médicos del Estado Carabobo a solicitar que reconocieran como clínica el centro de salud que funciona en la Hacienda La Concepción, me lo negaron, y no veo razón para ello. Aquí se hacen tratamientos de rehabilitación para trabajar adicciones, para la rehabilitación de pacientes cardiópatas, fisioterapia, todos a cargo de personal profesional: médicos, psicólogos, fisioterapeutas. Cuando expuse mis motivos al Colegio no hablé de medicina alternativa ni complementaria. Sin embargo, me negaron la inscripción.

—¿Cuál es el término correcto para referirse a este enfoque médico?

—Hoy en día se está hablando de medicina integrativa, un término que ha salido de las mismas universidades. Sin embargo, considero que el término holístico es más apropiado para la medicina que yo practico. El enfoque tradicional, como bien sabemos, es positivista, materialista, científico. De acuerdo a ese enfoque, lo que no se puede ver y no se puede comprobar, no existe. Por eso el alma y el espíritu no pertenecen al mundo de la ciencia, porque no se pueden ver ni tocar.

»En cambio, en el enfoque holístico, la percepción de la realidad pasa a través de una visión espiritual que nos ayuda a entender y a darle más sentido o propósito a todo lo que ocurre en nuestras vidas, llámese bueno o malo, premio o castigo, agradable o desagradable. Debemos dar valor a las experiencias de la vida. La vida va más allá del simple hecho de nacer, crecer, reproducirnos, hacer dinero y morir. Nuestra vida tiene un propósito más allá de eso. Para mí, la vida tiene un sentido espiritual muy importante. Y a través de esta visión espiritual ayudo a que mis pacientes descubran no el porqué, sino para qué tienen artritis, para qué tienen cáncer; qué es lo que esa experiencia, que yo llamo condición, porque no me gusta hablar de enfermedad, viene a aportarles, a enseñarles.

»Esa patología está invitando a esa persona a que preste atención a ciertos aspectos de su vida que necesitan ver, algo importante que deben corregir y rectificar para mejorar. Con este enfoque he visto sanar artritis reumatoideas, lupus, psoriasis, cáncer, alergias y muchas otras cosas que yo no sabía que se podían sanar porque la medicina que estudié no decía que se podían sanar. El aspecto espiritual también es vital. No creo que haya posibilidad de una verdadera sanación si no hay un crecimiento espiritual, si uno no integra a su vida el valor que cada una de esas experiencias nos aporta.

»Los seres humanos nos hemos resignado a vivir en condiciones “minusvalidantes”. Esta palabra no aparece en el Diccionario de la lengua española, pero yo la uso. Hay cosas que nos minusvalidan, es decir, que nos disminuyen, que nos minimizan y terminamos convertidos en bonsáis cuando podemos ser árboles de 40, 50 o más metros de altura. Nos conformamos con ser una versión miniatura de lo que podríamos ser porque nos cortaron las ramas y las raíces y dependemos de que alguien nos eche agua todos los días y nos saque al sol un ratito.

—Después de haberse graduado de médico y de tener este enfoque de la medicina, ¿ha analizado por qué fue tan enfermizo de niño?

—Sí, y lo entendí. Soy hijo único, nieto único, sobrino único y nací después de catorce años de casados mis padres. Cuando nací, para mi familia fue como si hubiera nacido el Niño Jesús adorado por los Reyes Magos. Todo el mundo en mi familia se dedicó a quererme y a cuidarme porque era el niño que llenaba sus soledades. Y, además, tuve tres nanas, dos que nunca tuvieron hijos y la que lo tuvo, se le murió. Prácticamente mi papá y mi mamá eran los que menos me disfrutaban porque había demasiada gente pendiente de mí.

»Yo era para cada quien lo que ellos querían. El buen estudiante y deportista, para mi papá. Para mi mamá, el muñequito de torta al que vestía muy bien para que todas sus amigas me admiraran. Y para mi abuelita, el niñito que se sabía todas las oraciones y que hasta podía dar la misa. Todos querían complacerme. ¿Y cómo me iban a negar cualquier cosa que yo quisiera, si era un niñito educado, obediente y brillante que sacaba puros 20 en la boleta? Entonces, para complacerme y consentirme, me daban de comer solo lo que yo quería, lo que a mí me gustaba, no lo que necesitaba o era más sano. Eso me convirtió en un niño estreñido y de ahí partieron muchas de las enfermedades que sufrí en la infancia.

»Sin embargo, hay aspectos de mí que los he terminado de entender de adulto. Yo hice terapia durante una década, entre los veinte y los treinta años. Sin embargo, fue hace dos años, a los sesenta y cinco, cuando entendí algo relacionado con mi vida de pareja. Yo he tenido tres parejas y con esta última terapia de la que te estoy hablando me di cuenta de que mis tres parejas fueron cortadas con la misma tijera. Las tres son mujeres muy estrictas, muy exigentes, como lo fue mi madre. Las tres ya habían sido operadas de la vesícula cuando llegaron a mi vida. La vesícula es rabia.

»Entendí que las mujeres con las que me relacioné se parecían a mi madre, a las cuales obedecía y ante quienes cedía en muchas cosas, como hacía con mi mamá. Seguía siendo el niño bueno de mamá para que mi mamá no se arrechara porque cuando se arrechaba me pellizcaba, es decir, me maltrataba. Tal como lo hacían mis parejas, solo que ellas lo hacían de manera verbal, no física, pero igual me sentía maltratado. Hace apenas dos años que entendí todo esto y pude enfrentar a mi última pareja en términos terapéuticos y hasta ahí llegó esa relación.

»Por eso fue que a los trece, catorce años me convertí en un rebelde sin causa. Músico, poeta y loco, como te dije. Pasé por muchas cosas, hasta tuve experiencias con drogas. Andaba en un mundo bohemio, mis días terminaban en la madrugada. Fue una época que generó una gran angustia a mis padres. Una etapa muy fuerte y muy dolorosa. Dolorosa porque hice sufrir a mis padres y también yo sufría por hacerlos sufrir a ellos. Esa no era mi intención, yo solo quería vivir lo que deseaba sin que nadie me lo impidiera.

»Esa etapa de rebeldía fuerte me duró como hasta los veinte años, cuando encontré a ese terapeuta y guía espiritual, del que te hablé al principio, y me entregué a su ayuda y a su apoyo. Un año y medio después de estar con él fue que decidí estudiar medicina y eso, sin duda, marcó una nueva etapa en mi vida.

—Como médico, ¿ha tenido algún sueño particular que anhelara hacer realidad?

—Lo que estoy viviendo y haciendo ahora. Todo esto lo soñé, lo visualicé y lo he ido realizando. Cuando me gradué, a los veintiséis años, me propuse tener una comunidad terapéutica, y hoy en día lo tengo. Una comunidad terapéutica donde convivimos como en un ashram, en un mundo ecológico, donde los pacientes conviven entre ellos y con nosotros. Esto nos permite conocer más y mejor a los pacientes, aquí vemos cosas que no puedes ver en un consultorio o en un hospital.

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»Aquí conozco su personalidad, lo que son verdaderamente. Lo que la gente suele esconder detrás de sus máscaras, aquí lo muestran. Lo más difícil de mostrar es la rabia, porque es la emoción más penalizada y más censurada, y por eso es la que uno más oculta. La gente tiende a aceptar otras emociones, pero no la rabia. Esta es una de las más importantes y también una de las más difíciles de tratar y trabajar, justamente por eso, porque uno la reprime mucho.

—¿Qué consejo nos podría dar a quienes no tenemos la posibilidad de vivir un ambiente tan maravilloso como el que usted habita? Los que estamos afuera de ese lugar paradisíaco, pasando las de Caín por la falta de electricidad, de agua, de gas y gasolina, por el alto costo de la vida…

—El primer consejo es que vengan cuando quieran. Si logran conseguir gasolina (risas), pueden venir cuando quieran. Está abierta para todo el que quiera venir y nosotros siempre estamos dispuestos a recibir a todo el que en realidad nos necesite. Es importante que la gente lo sepa. El que tiene dinero paga y el que no tiene dinero, buscamos la manera de que haga el tratamiento y que alguien lo financie. Para eso tengo la fundación, para tratar de ayudar a los que no tienen los recursos.

»Antes podíamos ayudar más, pero desde 2010, cuando la situación del país empezó a ser más crítica, a nosotros también se nos ha hecho difícil. En estos últimos cinco años lo que hemos hecho es sobrevivir, mantenernos a flote, lo que ya es algo frente a tantas empresas consolidadas que han desaparecido. Aun así, Hacienda La Concepción está más linda que nunca.  Nos hemos dedicado a cuidarla, a mantenerla. Con pocos pacientes tengo que hacer milagros para pagarle a las cincuenta personas que trabajan aquí. Y no creas que aquí no nos falla la electricidad. Gasolina tampoco hay. Mucha gente no viene porque no tiene gasolina para hacer el viaje. Mi situación no es muy diferente a la de los demás. Para ninguno está fácil la cosa.

»Sin embargo, como te decía antes, la vida es, sin duda, una experiencia que nos obliga al aprendizaje. Debemos aprender que lo que creíamos imposible es posible, pero tengo que descubrir cómo hacerlo posible y para eso tengo a mi alrededor todo lo necesario. Todo lo que requiero para triunfar y ser exitoso lo tengo aquí, en Venezuela, porque aquí nací. Si lo tuviera en China, habría nacido en China. Si hubiera nacido en otro país a lo mejor sería Deepak Chopra y tendría todos mis libros publicados en todos los idiomas. Pero resulta que tengo quince libros que no están publicados ni siquiera en español porque no tengo cómo pagar su impresión.

»Cada uno tiene una realidad. Yo elegí ser venezolano y quedarme en Venezuela. No porque sea chavista ni afecto a este gobierno, sino porque no me puedo llevar mi hacienda ni lo que aquí he construido en treinta y cuatro años. Mi sitio es este. Los venezolanos me necesitan. Y esto es para los venezolanos.

»Y en respuesta a tu pregunta, mi mejor recomendación para vivir a plenitud y ser felices es que tengan la capacidad de apreciar los dones de la existencia, apreciar lo que tenemos, que seguramente es más de lo que necesitamos. Al apreciarlo, lo puedo valorar y empezar a entender que cada una de esas cosas es realmente necesaria y útil para mí, y que con esos elementos que la vida me ha dado hay una gran cantidad de posibilidades para desarrollarme y crecer utilizando toda mi inteligencia.

»En esa medida me torno agradecido porque estoy reconociendo, apreciando, valorando y entonces puedo empezar a sentir que merezco. Esta actitud abre las puertas del cielo. La gratitud es fundamental en la vida para uno poder recibir y merecer más. Si no agradezco lo que tengo, ¿con qué moral puedo pretender que se me dé algo más? Una vez que agradezco, es el momento entonces para poder disfrutar lo que tengo y qué mejor manera de disfrutar que celebrando la existencia. Esa es la invitación que les hago a todos, a ricos y pobres, porque ninguno está en mejores condiciones que el otro. Cada quien vive las circunstancias y las situaciones que requieren para su crecimiento y evolución.

»Y tenemos que salir de nuestras zonas de confort, porque el aprendizaje se encuentra en lo desconocido, no en lo que ya sabemos. Necesitamos aprender materia nueva. Cuando ya sabía sumar, lo difícil era aprender a restar. Cuando ya sabía restar, lo difícil era aprender a multiplicar. Así que toda materia nueva siempre entraña un grado de dificultad que nos ayuda a desarrollar habilidades, cualidades, inteligencia, músculos que no estamos utilizando, pero que tenemos en potencialidad. »Cada uno de nosotros tiene dentro de sí todas las potencialidades del Creador porque somos Dios en potencia. Necesitamos vivir las pruebas que nos ayuden a desarrollar ese potencial para ir perfeccionándolo y con amor, sabiduría, comprensión y conciencia darle el justo uso a todos los dones que recibimos.

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