Ximena Montilla: «El trabajo de un docente es inspirar»

Por Katty Salerno

Ximena Montilla forma parte de una familia para la que la tradición de sentarse juntos a la mesa y compartir es tan importante como la comida; comida que, además, está enriquecida con la cultura y el amor por Venezuela, lo que también alimenta el alma.

Esa tradición la guardó en su equipaje cuando se fue del país en 2003. Sobre esa base ha construido, junto con su esposo Erik, el hogar para la familia con tres hijos que hoy conforman; y una carrera profesional donde fusiona educación, cultura, gastronomía y literatura y por la que ha recibido importantes reconocimientos.

Amorosa, sencilla, divertida, inteligente, culta, con ideas claras que contagian su entusiasmo, esta docente en Educación Especial egresada de Avepane y con estudios de postgrado en la Universidad de Barcelona, España, está hoy al frente de su empresa Arraigo Group, que cobija todos los proyectos que lleva adelante, principalmente su método de enseñanza El Español como Lengua Afectiva y La Historia de la Arepa, una iniciativa exquisita en la que la acompañan destacados cocineros, historiadores, antropólogos, periodistas y un montón de arepa lovers alrededor del mundo.

De su historia y de cómo llegó a donde está y hasta donde quiere llegar nos habló en esta entrevista exclusiva con Curadas.com, vía Zoom, desde su casa en Atlanta, Estados Unidos, donde vive desde 2015.

—¿Cómo nació la idea de fusionar lo familiar, la gastronomía y la cultura en todos tus proyectos?

—Mi casa en Caracas era algo así como la de Como agua para chocolate (novela de la escritora mexicana Laura Esquivel) una casa en la que la gastronomía es importantísima. Y no solo la gastronomía: la cultura y el amor por el país también eran parte de ese alimento de todos los días. Estar rodeada de gente tan bella contribuyó a que me enamorara de la literatura, de la cultura venezolana en general, especialmente de la comida. Creo que la comensalidad es la herencia más hermosa que hemos recibido mis hermanos y yo de los Montilla y de los Arreaza.

»Mi mamá es artista plástica e ilustradora y mi papá es matemático. Y ambos son amantes de los libros, unos ratones de biblioteca. Mi familia ha estado muy vinculada al mundo editorial. Mi abuela, Lutecia Adam, es autora de un libro titulado El gran laboratorio de la naturaleza, cuyas ilustraciones estuvieron a cargo de mi mamá y una de sus hermanas, mientras que mi otra tía se encargó de la parte de edición y de producción. Ellas son un pedacito de una gran familia que siempre ha estado muy metida en el mundo de la literatura, de la música, de la cocina. Estuve rodeada de la parte más bella de Venezuela, como digo yo.

—¿Cómo reconociste tu vocación por la docencia?

—Inicialmente lo que quería era ser bailarina, en realidad. Hice siete años de danza, ballet y jazz y cuando quise pasar a la danza contemporánea no aprobé una audición para entrar a las clases con el Negro Ledezma (el bailarín y profesor José Ledezma). No fue él quien me hizo la audición, sino otra persona que no fue nada amable con los aspirantes; era terrible la manera como iba eliminando a los bailarines. Fue un hecho que me marcó. En ese momento decidí que no quería ser bailarina porque me pareció que esa no era la manera de enseñar. Entonces dejé la danza y me quedé un tiempo como perdida, sin saber muy bien qué quería hacer.

»Un día estaba hablando con una prima y me comentó que iba a estudiar Educación Especial. Ya yo conocía el trabajo de una gran amiga de mi mamá que se había dedicado toda la vida a la Educación Especial, un área que siempre me llamó la atención. Entonces me animé a empezarla para ver si me gustaba y resultó que me enamoré con locura de la carrera. ¡Me encantó! Ahí me di cuenta de por qué tenía que llegar aquí.

»Me gradué de técnico superior y luego comencé la licenciatura en una universidad, pero no pude terminarla por un inconveniente con un profesor de Estadística que me frustró la vida. Pero luego retomé mis estudios en España, donde terminé la carrera e hice una maestría en Dirección y Gestión de Centros Educativos en la Universidad de Barcelona, aunque luego decidí que no quería montar ningún colegio (risas).

—Te fuiste de Venezuela en 2003. Imagino que tus motivos son similares a los de los otros siete millones de compatriotas que se han ido del país, pero me gustaría conocer tus circunstancias particulares.

—Siempre he amado la posibilidad conocer otras culturas. Desde pequeña conocí otras culturas a través de los libros, pero nunca había tenido la oportunidad de viajar fuera del país. Ni siquiera había ido a Estados Unidos. Eso sí, viajábamos mucho por toda Venezuela porque mi mamá decidió que debíamos conocer bien nuestro país antes de ir a otros lugares. Luego conocí al que es hoy mi esposo, que es hijo de alemanes… Bueno, por afuera es alemán, pero por dentro es más venezolano que la arepa.

—¿Cómo se conocieron?

—Este cuento es muy divertido. Nos conocimos por mi mejor amiga. Ellos eran amigos porque jugaban rugby. Luego ella empezó a salir con el mejor amigo de él y yo pasé a ser la chaperona y él, el acompañante de la chaperona.

»Nos enamoramos y nos casamos seis años después. Él quería que nos quedáramos en Venezuela, pero yo veía que el país no nos ofrecía lo que yo quería en ese momento para nuestro crecimiento profesional ni para el futuro de mis hijos, porque yo ya estaba pensando en los hijos. Le decía que quería conocer el mundo, que quería caminar por un lugar donde pudiera estar tranquila, donde hubiera parques y con un sistema de salud que funcionara. Quería conocer otras realidades que sabía que existían porque lo había leído en los libros.

»Para ese momento ya yo había salido de Venezuela. Había ido a Alemania a visitarlo a él, porque cuando estábamos de novios se fue un año a vivir allá. Fue una temporada de amor platónico… Nos escribíamos por fax o por el internet de esa época, el que se conectaba por teléfono, que era horroroso  (risas).

»Ese viaje fue muy divertido porque yo le comentaba a él sobre cosas de Alemania, como cuando le hablé de los bollos de Pentecostés, y él se asombró al ver que yo sabía tanto acerca de ese país. “Si tú nunca has estado aquí, ¿cómo sabes tantas cosas?”, me preguntó un día. Y le dije: “Ah, porque lo he leído, he viajado a través de los libros”.

»Total, volvemos a Venezuela, porque él quería quedarse en Venezuela; pero yo no, yo me había enamorado de Alemania. Entonces él empezó a buscar trabajo como ingeniero -es egresado de la Simón Bolívar-, buscó en distintos lugares, en muchísimas partes, hasta en el interior del país, sin suerte. Después de haber agotado todas las posibilidades en Venezuela, fue él quien me propuso que nos fuéramos a Alemania.

»Llegamos a Hamburgo, pero en ese momento había una fuerte recesión económica y fue difícil conseguir empleo. Entonces le propuse que nos fuéramos a España, donde yo tenía familia. Estuvimos año y medio en Barcelona, donde estudié, pero me fue difícil encontrar empleo porque me pedían el catalán para poder enseñar español. Por eso nos fuimos a Madrid, donde estuvimos por doce años. Allí nacieron nuestros tres hijos, que ya tienen diecisiete, dieciséis y once años. Y nos fue muy bien, la verdad. España es mi segunda piel.

—¿Por qué decidieron irse a Estados Unidos, si les iba muy bien en España?

—En Madrid monté la empresa de consultoría Tree House Proyectos Educativos. Llegamos a trabajar con todos los colegios a nivel nacional: colegios bilingües y colegios no bilingües pero que enseñaban también inglés, a los que asesorábamos sobre qué material y qué metodología utilizar. Trabajamos en muchas convenciones con la Consejería de Educación. Y también organizamos ferias de libros a nivel nacional, ferias bilingües en los colegios y representamos a muchas casas editoriales de habla inglesa en España.

»Pero llegó la crisis y empezaron a recortar los presupuestos a los colegios, lo que fue un verdadero desastre para nosotros porque ya no podían contratar nuestro servicio de asesoría. Eso nos mató el negocio. Entonces le propuse a mi esposo que nos fuéramos a un país donde se hablara inglés para que los niños aprendieran ese idioma, lo que sería una buena experiencia para ellos. Él pidió el traslado a la empresa con la que trabaja y nos vinimos como expatriados a Estados Unidos en 2015. Y mira como son las cosas: lo que no me dejaron hacer en España, enseñar español, mi verdadera pasión, lo vine a hacer en Estados Unidos.

—Me imagino que te refieres al método del español como lengua afectiva que tú creaste. Explícanos, por favor, en qué consiste tu propuesta de enseñanza del idioma español.

—En España conocí la obra de Francisco Mora, un neurólogo maravilloso, que, para mí, es uno de los pioneros en neuroeducación. Entender mejor cómo funciona el cerebro me permitió dar con el fundamento de muchas cosas que yo intuía como docente, pero para las que no tenía una explicación científica, aunque sabía que funcionaban. Sabía que si los niños no estaban emocionados, no aprendían; que si los niños no veían realmente la funcionalidad y lo significativo de lo que estaban aprendiendo, no aprendían. Eso lo supe desde un principio, cuando comencé a estudiar la carrera. Entonces, esa intuición que yo tenía encontró una explicación en la maravillosa obra de Francisco Mora. Por eso me traje a Estados Unidos todos sus libros sobre neuroeducación.

»Al llegar a este país fue que me surgió esa gran preocupación, no ya como docente, sino como mamá, de qué iba a hacer con mis tres hijos que nacieron y se criaron en España y que también se sienten venezolanos, al venir a un país tan grande como este y donde hacen tan buen marketing del inglés, porque aquí todo el que llega lo absorbe el inglés, al punto de que hay familias que más nunca vuelven a hablar su idioma de origen.

»Encontrar una manera de preservar mi idioma y la cultura que acompaña ese idioma era lo que más me preocupaba. En esa búsqueda, vinculándola a la neuroeducación, me puse a reflexionar sobre cómo fue que yo aprendí el español, independientemente del hecho de haber nacido y crecido en un país de habla española. Y empecé a pensar en las recetas de cocina, en las tradiciones, en la paradura del niño, en las parrandas navideñas, en los momentos en los que hacíamos juntos las hallacas en casa de mi abuela.

»Empiezo a ver en mi vida todo lo que explica Francisco Mora en sus libros. Y me doy cuenta de que para poder aprender español y poder llevar el español contigo, no basta con que sea tu lengua materna. Tiene que ser la lengua con la que funcionas, la lengua que es parte de la dinámica del día a día, con la que tú amas. Entonces elegí el español para acostar a mis hijos, para cantarles la nana, para hacerles el sana-sana cuando se caen y se dan un golpe… Esa acción de amarlos y al mismo tiempo procurar crear experiencias significativas vinculadas a la cultura, a la gastronomía, a la literatura, es lo que va a hacer que para ellos sea fácil evocar esas palabras, porque están unidas a esos recuerdos que ellos van atesorando.

»Hice todas las conexiones. Así nace esta metodología de la enseñanza del español como lengua afectiva. Lo que plantea, en resumen, es que en la medida en que conviertes tu lengua materna en tu lengua afectiva, nunca te va a abandonar, irá contigo a donde vayas.

—¿Has pensado que si no hubieras migrado tal vez no habrías llegado a estas conclusiones; que hoy no estarías haciendo lo que haces?

—Muy posiblemente habría hecho algo relacionado con la literatura, porque en mi familia todos como que terminamos cayendo en ese mundo de los libros. Mi casa es una biblioteca. Por donde veas, en cualquier parte, hay una biblioteca, en todos los cuartos hay bibliotecas. Mis hijos se “topan” con libros que yo dejo a propósito, como al descuido, para que ellos los lean. Más bien creo que se me fue la mano porque a veces tengo que cerrarles los libros para que apaguen las luces y se vayan a dormir.

»Pero creo que sí, como tú dices, que todo eso ha aflorado mucho más por esa necesidad de arraigo. Por eso justamente mi empresa se llama Arraigo Group, por esa necesidad de tener cerca a esa Venezuela que no tengo, de tener la presencia de mi mamá que no me acompaña en este momento, o de mis abuelos, o de mis tíos, o de esa música tan venezolana con la que crecí. O de mi comida, que la puedo hacer aquí, pero es que no es solo el hecho de que mis hijos coman esa comida, sino que sepan cuando están en la mesa cuál es la historia de ese plato, en cuál región de Venezuela la preparas, por qué esos ingredientes que lleva son tan importantes, cómo se cultivan. Es un poco más que la sola comida.

»De ahí es que surge la idea de hacer estos libros sobre la arepa y toda esta locura con la arepa. Todo está vinculado a Arraigo Group, que es como el paraguas de todos mis emprendimientos. Si me preguntaras cuál es la semilla que hizo que todo esto explotara de esta manera, te diría que fue el libro Soy la arepa. Fue el primero que hice, un libro infantil. La editora es María Elena Maggi y contamos con dos maravillosos diseñadores, Aitor Muñoz y Clementina Cortés.Llas ilustraciones son de la artista plástica Laura Stagno.

»Este libro nace por la necesidad que tenía yo de contarle a mis hijos y a mis alumnos cómo somos los venezolanos. En este libro lo que quiero es retratar al venezolano, pero si hablo del venezolano, tengo que hablar de la arepa. Esta imagen –cuenta mientras abre un ejemplar del libro- es una de las más importantes: es la de una mesa servida y al fondo, por una de las ventanas, se puede ver el Ávila; y por la otra, cualquier otro lugar del mundo. Esa mesa une al venezolano que se quedó en Venezuela y al que está en el exterior con sus amigos y con la familia.

»A lo largo de este libro, que está escrito todo en rima, te paseas por la historia de la arepa, pero también te paseas por Venezuela, por su historia, su geografía, por su artesanía. Este texto brinda la posibilidad para que mis hijos, que no han podido estar sino dos veces en Venezuela, puedan seguir visitándolo como hacía yo cuando viajaba a otros lugares a través de los libros ».

Soy arepa fue el primero de otro de los exitosos proyectos que Ximena Montilla lleva adelante: La Historia de la Arepa. El siguiente fue Una arepa por la paz (Arepa for Peace, en su versión en inglés), que visibiliza el problema de los refugiados y desplazados en el mundo; y el más reciente, Una arepa por el mundo, que nos habla de la internacionalización que ha tenido la arepa gracias a la diáspora venezolana.

Exitoso porque estos libros han sido reconocidos con importantes premios internacionales. Una arepa por la paz, tanto en su versión en español como en inglés, fue reconocido en 2022 con el Gourmand Awards, considerado el Oscar de la industria editorial.  Soy la arepa y Una arepa por la paz también fueron reconocidos este 21 de octubre con el International Latino Book Awards (ILBA), premio que celebra a los mejores autores latinos en Estados Unidos. Y el día que hacíamos la entrevista Ximena Montilla no podía estar más feliz. Acababa de recibir la noticia de que Una arepa por el mundo fue nominado en las categorías mejor equipo, mejor libro electrónico y mejor libro de la diáspora para la próxima entrega de los Gourmand Awards.

—¿Te consideras una persona exitosa?

—Sí, me considero exitosa, entendiendo el éxito como la posibilidad de materializar tus sueños. Yo he podido materializar mis sueños. Y eso que aún no he llegado a donde quiero llegar, pero siento que voy encaminada.

—¿A dónde quieres llegar?

—Mi gran sueño es que el español sea respetado y reconocido y que sea identificado por nosotros los hispanohablantes como una herramienta que nos permite no solo empoderarnos sino, también, mostrar al mundo la belleza de nuestras culturas, de nuestros países. De los latinos, de los hispanohablantes en general, se escuchan muchas cosas negativas y me pregunto por qué. ¿Por qué si lo que yo he aprendido es tan maravilloso, lo que la otra gente ve es tan negativo? Entonces la misión que yo misma me he propuesto es esa, enseñarle a los demás lo que yo he podido vivir y aprender. Cumplir con mi trabajo como docente, que es inspirar. El trabajo de un docente es ese, inspirar.

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»Quiero inspirar a través de mi contenido y a través de mis proyectos. Proyectos que no son solamente míos sino colectivos, que es lo más bonito de todo esto. Yo soy un ápice, algo muy chiquitico. Estoy rodeada de gente que tiene una gran experticia en muchas áreas diferentes y, además, es gente hermosa. En este proyecto participan cocineros, gastrónomos, periodistas, historiadores, antropólogos… Ellos son verdaderamente el relleno talentoso de este proyecto que se llama Historia de la Arepa. Yo solo la voy cargando».

Ximena Montilla se toma muy en serio su trabajo de cargar la arepa y llevarla a donde sea posible. Así lo hizo, literalmente, al participar como conferencista en el Congreso Mundial de Mujeres Líderes, cuya tercera edición se realizó a mediados de este mes en la Universidad de Harvard. El espacio reunió a cuarenta mujeres profesionales que compartieron sus historias de retos y éxitos para sacar adelante sus proyectos. Además de compartir su experiencia en el campo de la educación y la cultura, la venezolana compartió una arepa «de este tamaño», dice mientras dibuja un enorme circulo con sus manos, que le hicieron llegar unas compatriotas de Carolicious, una arepera ubicada en Boston, Massachusetts.

«Cuando presenté mi ponencia saqué esa megarepa delante de todas esas mujeres. Se volvieron locas de la emoción, porque había venezolanas y colombianas en el auditorio. Esa arepa la paseé por todo Harvard, me hice fotos en todo el campus con mi arepa gigante, muy feliz», contó entre risas.

—¿Cómo haces para llevar adelante tantos proyectos siendo esposa, mamá, empresaria y escritora?

—¡Le faltan horas a mis días, es la verdad! A veces tengo unos retos que son realmente ambiciosos. Estoy aprendiendo, como decimos coloquialmente, a bajarle dos, una recomendación que me hizo hace poco una mentora queridísima y a quien admiro mucho. Y tiene razón, porque a veces me meto en unos berenjenales y, como además soy superexigente, termino agotada.

»Pero tengo a mi amado Erik, el amor de vida, el papá de mis tres chamos, mi compañero hasta que esté viejita y canosa. Él es quien me inspira a seguir, quien me aguanta en los momentos más difíciles y me levanta. Sin él yo no habría llegado a donde he llegado. Tenemos ya veinticinco años juntos y veinte de casados y seguimos siendo novios. Creo que eso es parte del secreto del éxito. Y el no descuidar a la mujer ni el tiempo para mí, que también lo tengo; igual que mi tiempo con cada uno de mis hijos por separado. Trato de buscar el balance, aunque, como todos, tengo mis altos y mis bajos. Creo que eso es un poco lo que soy y lo que me gusta hacer: un poquito de todo.

—¿Eres de esas personas obsesivas que tienen que revisar y controlar todo para que las cosas salgan bien o delegas?

—He aprendido a delegar, ha sido un proceso. No puedo decir que soy perfecta en nada. Me equivoco muchísimo, pero me gusta cuando aprendo de las equivocaciones. Pero, además, tengo un equipo bellísimo al cual tengo que darle todos los créditos que se merece. Sin mi equipo editorial tampoco estaría donde estoy. Más allá de toda la gente maravillosa que colabora con nosotros, el corazón y el pilar de este proyecto es mi pequeño equipo editorial que, por cierto, trabaja desde Venezuela, la gran mayoría. Trato de que en todos mis proyectos sean venezolanos los que participen, así estén en Venezuela o en otras partes del mundo.

—¿En qué proyecto estás trabajando en este momento?

—Estamos trabajando en dos proyectos de los que no te puedo dar todos los detalles todavía. Pero te puedo adelantar que ya estamos trabajando en el libro del próximo año de La Historia de la Arepa. Ya tenemos el tema seleccionado, estoy superemocionada con ese tema, que tiene que ver más con la historia como tal de la arepa. El otro proyecto es uno muy bello sobre libros infantiles que espero poder arrancarlo con la publicación de tres nuevos textos, si Dios quiere. Hay un tercer proyecto que no es nuevo, ya lo anuncié el año pasado, que también se concretará en 2024. Se trata de una nueva edición del libro El gran laboratorio de la naturaleza, la obra de mi abuela Lutecia Adam.

—¿Cuál es tu relleno preferido para la arepa?

—El queso guayanés. Pero reconozco también que a mí me encanta variar. Ahorita digo que es ese porque no he podido ir a Venezuela a comerme una arepa de queso guayanés. Pero creo que una vez que me la coma, probablemente busque otro relleno (risas).

—¿Hace cuánto que no vienes a Venezuela?

—¡Esa pregunta me toca muchísimo el corazón! Tengo diez años sin ir, pero ya tengo mi pasaporte así que iré el año que viene.

—Una última pregunta que es un lugar común pero que se ha vuelto una obligación hacerla ante tanta gente que está fuera del país. ¿Qué es lo que más extrañas? —¡Qué es lo que no extraño de Venezuela! Es difícil decir qué es lo que más extraño porque son muchas cosas. Extraño las chicharras, las guacharacas; extraño el Ávila, la alegría de la gente, el poder hablar con cualquier persona que te encuentras en el camino, en la parada del autobús o en una esquina. Nuestras risas. A mi familia, desde luego, a mis amigos, que quedaron allá. Nuestra música, porque no es lo mismo escucharla aquí. La magia de la tierra, la diversidad que tenemos, los pájaros, el cielo… Lo extraño todo, todo lo extraño…

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1 comentario en «Ximena Montilla: «El trabajo de un docente es inspirar»»

  1. Maravillosas y muy acertadas reflexiones de esta Maestra. Somos seres lingüísticos y sin lenguas habladas y escritas cómo podemos dar de leer y escribir a los niños para inspirarlos, descubrirles el mundo y la trascendencia de las relaciones con otros seres humanos en la convivencia, y desde estas experiencias contribuir a conformarse y formarse. El día que todos los docentes hallan comprendido este arte arcano y transformen su enseñanza, el mundo será otro!!! Gracias

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