Lo que debes saber sobre el «Cónclave»: el proceso para elegir al nuevo papa


Tras el anuncio de la muerte del Papa Francisco y los funerales, llegará uno de los momentos más grandiosos de la liturgia vaticana: la elección del nuevo sucesor de San Pedro, que llevará las riendas de la Iglesia católica y dirigirá a 1.406 millones de fieles en todo el mundo.

Para que se abra el Cónclave, que se celebra en la Capilla Sixtina, bajo los frescos de Miguel Ángel, tienen que pasar al menos 15 días desde la muerte del Pontífice para que todos los cardenales electores tengan tiempo de llegar a Roma, según indica el Universi Dominici Gregis en su capítulo 37, la Constitución Apostólica que publicó Juan Pablo II en 1996.

Aunque el texto también señala que el Colegio Cardenalicio podrá decidir adelantar esta fecha, en caso de que ya estén todos los cardenales electores en el Vaticano, o prorrogarla cinco días más si sucediera algo grave: «Transcurrido un máximo de 20 días desde el inicio de la sede vacante, todos los cardenales electores presentes están obligados a proceder a la elección», fija.

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Las normas


Las normas para la elección del Papa, que con el paso de los siglos han ido sufriendo pequeñas variaciones, vienen marcadas por disposiciones de finales del siglo XIII, según explica Ángel Pazos, profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos y tutor de la UNED y experto en rituales de la Edad Media.

«Establecen de modo general lo que debe suceder: que los cardenales sean los únicos electores del Papa y se reúnan en el Vaticano para su elección a puerta cerrada («cum clave», con llave)«.

Según van llegando a Roma, los cardenales se reúnen cada día en congregaciones generales para debatir sobre asuntos eclesiásticos y exponer las características que, en su opinión, debe tener el nuevo Papa. Los cardenales mayores de 80 años pueden asistir a estas congregaciones generales, pero no se les permite entrar al Cónclave, ya que solo pueden hacerlo los menores de esta edad. Gran parte del debate tiene lugar en estos encuentros previos, informa Ap.

Sí que cualquiera de ellos puede convertirse en pontífice y, técnicamente, cualquier hombre católico, algo que nunca ha sucedido.

Hasta los dos cónclaves de 1978 que eligieron a Juan Pablo I y Juan Pablo II, los cardenales se alojaban en habitaciones improvisadas alrededor de la Capilla Sixtina. Desde el Cónclave de 2005, en el que se eligió al Papa Benedicto XVI, votan en la Capilla Sixtina, pero se alojan en la hospedería de Santa Marta, con unas 130 habitaciones, y donde residió hasta su muerte Francisco.

Santa Marta se acordona y a los cardenales les traslada en autobús a la Capilla Sixtina. Antes del inicio del Cónclave se celebra una misa en la Basílica de San Pedro y una segunda ya en la Capilla Sixtina.

Aislados del mundo

Esos días, quedan aislados y tienen prohibida toda comunicación con el mundo exterior. Los teléfonos, internet y los periódicos no están permitidos y la policía vaticana utiliza aparatos electrónicos de seguridad para asegurarse de que cumplen las normas.

Excepto el primer día del Cónclave, en el que hay una sola votación, los cardenales votan dos veces al día. Se les entregan unas papeletas rectangulares con la frase «Eligo in Summum Potificem» y un espacio para que pongan un nombre, en el que se suele disimular la ortografía.

El voto es secreto y hay riesgo de excomunión si los electores no cumplen con la norma. Cada cardenal debe doblar dos veces la papeleta, acercarse al altar y pronunciar un juramento en latín antes de depositar el voto en la urna.

Para la elección se necesita una mayoría de dos tercios más uno. Si al cabo de 13 días no se ha elegido a nadie, se celebra una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados, pero sigue siendo necesaria una mayoría de dos tercios más uno. Esto se hace para promover la unidad y desalentar la búsqueda de candidatos de compromiso.

Cuando el Cónclave ha elegido a un Papa, se le pregunta si acepta su elección canónica como sumo pontífice en latín y qué nombre desea tomar.

Si lo rechaza, el procedimiento vuelve a empezar. El nuevo Papa se pone las vestiduras blancas en la Sala de las lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, preparadas en tres tallas y se sienta en un trono para recibir a los demás cardenales, que le rinden homenaje y prometen obediencia.

El mundo sabrá que se ha elegido un Papa cuando un funcionario queme las papeletas con productos químicos especiales para que salga humo blanco por la chimenea de la capilla (Fumata Blanca), una práctica instituida en 1914. El humo negro indica que no hay una votación concluyente.


El principal elector entre los cardenales diáconos, actualmente el cardenal francés Dominique Mamberti, saldrá al balcón central de la Basílica de San Pedro para anunciar a la multitud en la plaza «Habemus Papam» (Tenemos un Papa). Justo después, aparecerá en el mismo balcón el nuevo Papa y se dirigirá a los fieles para impartir la bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo).

Con información de agencias y BBC

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