La monja Catalina: Nunca se bañó y terminó devorada viva por gusanos

¿Puede una mujer pudrirse en vida sin estar muerta? ¿Qué ocurrió realmente dentro del convento que la Iglesia prefirió borrar de los archivos?

Una joven monja hizo un voto que nadie se atrevía a pronunciar y lo que siguió fue algo que ni el infierno se atrevió a reclamar. Esta es la historia de la monja Catalina de los Ángeles. Un caso olvidado, un cuerpo que no se corrompió.

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En las afueras de Valencia, donde la neblina se aferra a los cipreses como un luto perpetuo, se alzaba el convento de Santa Úrsula de las hermanas silenciosas. Su piedra ennegrecida parecía absorber la luz de los días y sus campanas, cuando sonaban, lo hacían con una cadencia que recordaba más a un lamento que a un llamado. Aquel lugar no figuraba en los mapas comunes, ni recibía visitas, ni acogía novicias sin un escrutinio riguroso. Sin embargo, en febrero de 1839, las puertas se abrieron para una muchacha delgada, de piel tan pálida, que sus venas dibujaban ríos azules bajo la superficie.

La monja Catalina
La monja Catalina.

Catalina de los Ángeles llegó sin equipaje, sin familia conocida, sin historia que se pudiera verificar. Solo traía consigo una carta breve firmada por un sacerdote de Aragón, cuyo nombre no figura ya en ningún archivo. Catalina no lloró al ingresar. no mostró temor. Caminó entre los muros húmedos del convento, como si ya los conociera.

La madre superiora, Sor Asunción del dolor, la observó con una mezcla de cautela y respeto. A los ojos de la congregación, aquella joven tenía algo que no se enseñaba, una quietud densa, antigua, como si su alma hubiera envejecido antes de nacer. En sus primeros días, Catalina no hablaba a menos que se le preguntara. No participaba de los cantos con fervor, pero tampoco desobedecía.

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