La desconexión del instinto y la trampa de la comodidad moderna
Entre las cosas que hacemos mal están acciones tan básicas e instintivas como caminar, respirar y dormir.
Esto es reflejo de una trampa evolutiva: nuestro cuerpo está diseñado para la sabana africana, pero vive en un cubículo con aire acondicionado.
Cosas que hacemos mal: cómo y por qué fallamos en lo más básico
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El ser humano lleva cientos de miles de años existiendo. Desde que éramos meros homínidos, hemos realizado una docena de acciones esenciales para sobrevivir.
Respiramos, comemos, dormimos, nos sentamos, caminamos y nos exponemos al sol. Estas funciones no son invenciones culturales, son instintos grabados a fuego en nuestro ADN.
Deberíamos ser, a estas alturas, unos verdaderos maestros en todas ellas, profesionales de la existencia biológica. Sin embargo, la realidad es dolorosamente diferente.
¿Cómo es posible que tengamos que pagar por clases de yoga para «aprender a respirar» o que existan industrias multimillonarias dedicadas a ayudarnos a «aprender a dormir»?
La paradoja es evidente: hacemos estas cosas mal, y la principal culpable no es la ignorancia, sino la civilización moderna. Hemos desconectado el instinto.
La biología contra el scroll infinito
Nuestra biología se rige por el ritmo circadiano, la escasez y el movimiento constante. Nuestro entorno actual se rige por la luz azul artificial, la abundancia calórica y el sedentarismo extremo. En este choque de mundos, lo ancestral pierde siempre, y la salud paga las consecuencias.
Tomemos el caso de la respiración. Si te pido que respires profundamente, lo más probable es que hinches el pecho. Eso es una respiración de emergencia, de estrés.
Tu cuerpo, desde el nacimiento, está programado para una respiración nasal y diafragmática. El diafragma debería ser tu motor, pero el estrés crónico, el estar siempre «ocupado» y la necesidad constante de oxígeno por el ritmo frenético de la vida, lo anulan.
El resultado es una respiración superficial que mantiene tu sistema nervioso en modo de lucha o huida. Hacemos mal la acción más vital de todas, solo porque hemos olvidado cómo calmar nuestro cuerpo.
Caminar: el movimiento que nos define, y que abandonamos
Caminar es lo que nos hizo humanos. Es la acción fundamental de un bípedo. Piensa en esto: caminas miles de pasos al día, todos los días de tu vida. Deberías tener una marcha perfecta, eficiente, suave. No es así.
El problema de caminar mal no es solo la postura encorvada, típica de mirar el móvil, sino también la forma en que el calzado moderno, el suelo liso y el sedentarismo atrofian los pies y tobillos.
El pie es una obra maestra biomecánica con tres arcos que deben actuar como amortiguadores y propulsores.
Pero el uso constante de zapatos rígidos, con suelas gruesas o con tacón (incluso los ligeros) hace que los músculos intrínsecos del pie se vuelvan perezosos.
Cuando caminas mal, en lugar de usar el ciclo completo de contacto talón-punta y propulsión, arrastras los pies, tienes pasos cortos, o haces un impacto excesivo en las rodillas y caderas.
Esto produce un desgaste irregular en las articulaciones y causa dolor crónico en la zona lumbar.
Es la incompetencia biomecánica, generada por la comodidad, la que nos hace peores caminantes.
Dormir: la gran epidemia de la ineptitud humana
No hay acción más regenerativa que dormir, y no hay acción que hagamos peor en el siglo XXI. La dificultad de dormir bien no reside en un defecto biológico, sino en la anulación intencional de las señales de descanso.
Tu cerebro espera oscuridad total y una temperatura fresca para liberar melatonina e iniciar el proceso de sueño.
¿Qué hacemos? Le damos luz azul directamente a los ojos hasta el último minuto, elevamos la temperatura de la habitación con calefacción o mantas eléctricas innecesarias, y lo llenamos de cafeína o alcohol. No es que tu cuerpo no sepa dormir, es que tú activamente lo saboteas con tus hábitos.
Además, el estrés psicológico, la constante revisión de redes sociales o noticias antes de acostarte, mantiene al cerebro en estado de alerta, incapaz de desconectar de las preocupaciones del mañana.
Comer y beber: el instinto secuestrado por el azúcar
Comer es el acto de supervivencia por excelencia. El instinto dicta buscar nutrientes y detenerse al estar saciado. Sin embargo, la industria alimentaria ha hackeado este sistema.
Los alimentos ultraprocesados están diseñados científicamente para ser «hiperpalatables», combinando sal, grasa y azúcar en proporciones que anulan la señal de saciedad de tu cuerpo. No es falta de voluntad, es una batalla biológica perdida.
Tu cerebro no puede distinguir entre la necesidad real de energía y el placer químico diseñado para que comas más.
Además, con el agua, es común confundir la señal de sed con el hambre o buscarla en bebidas azucaradas, complicando el simple, pero crucial, equilibrio hídrico.
El problema de sentarse y evacuar
Dos acciones mecánicas, sentarse y defecar, demuestran la estupidez de nuestra ergonomía moderna. Nuestro cuerpo evolucionó para descansar en cuclillas o sobre el suelo, posturas que mantienen la movilidad y la fuerza funcional. La silla, ese invento occidental, nos ha inmovilizado y atrofiado.
Cuando te sientas en una silla moderna, tu pelvis rota hacia atrás, tu columna se encorva y tus músculos estabilizadores se apagan. Estás forzando a tu cuerpo a una postura pasiva que causa dolor y debilidad con el tiempo.
El inodoro moderno es otro ejemplo de una mala costumbre. Para evacuar de manera eficiente, el ángulo entre el muslo y el torso debe ser muy agudo, como al estar en cuclillas. Esta postura relaja el músculo puborrectal que estrangula el intestino.
Al sentarte a noventa grados, como nos enseñaron, estás forzando un esfuerzo antinatural y crónico que contribuye a problemas intestinales. Hicimos mal algo tan simple como ir al baño.
Las cosas que hacemos mal por costumbre y el camino de vuelta
La buena noticia es que la solución es, a menudo, la simplicidad. No necesitas una tecnología de punta, sino reconectar con la sabiduría de tu cuerpo.
Para mejorar tu respiración, basta con pasar unos minutos al día concentrándote en respirar por la nariz, moviendo el vientre y no el pecho.
En cuanto a tu marcha, intenta caminar descalzo de vez en cuando en superficies seguras para activar los músculos del pie.
Y respecto a dormir, quita el teléfono y la luz azul de tu vida una hora antes de acostarte. La clave es entender que la dificultad no está en la acción, sino en el entorno y las costumbres que creamos.
Al simplificar y volver a lo que tu cuerpo sabe, puedes volver a ser un profesional de la existencia.
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