Ventajas de la vejez y el disfrute del deleite de envejecer

La autora de este artículo explica graciosamente varias las ventajas de la vejez y lo hace con divertidos y anecdóticos detalles.

Todas las cosas tienen su tiempo

«Envejecer tiene sus ventajas». A esta opinión mía replicaron instantáneamente los de la tertulia: «Vamos ¿qué sabe usted de vejez?… ¿Cómo se le ocurre siquiera hablar de envejecer?»

Aquello era cariñoso, y hasta lisonjero para mí. Pero no venía al caso. Yo no me estaba lamentando de la vejez. Lo espero con agrado.

¿Estaba acaso pensando en la alegre y muy anunciada perspectiva de una vejez con pensión de retiro, en una idílica casita de campo, sin más ocupación que «descansar» y llevar una vida libre de todo esfuerzo?

¡Lejos de mí tal pensamiento!

Yo sé que tengo que escribir mientras tenga vida. El día que el público y los editores se cansen de mis escritos… continuaré escribiendo como si tal cosa. Porque cuando todo esfuerzo cesa, no es que uno esté viejo: es que está muerto. Pocos son capaces de trabajar a los sesenta y cinco como lo hacían a los cincuenta. Pero raras son las personas que dejan de aspirar a contarse en el mundo de los que trabajan, de los que son útiles.

Lo que deleita en las tareas de los últimos años de la existencia es saber que no buscamos el aplauso ni tememos la censura. Es otra ventaja de la vejez.

En la vejez perdemos la visión que pide alabanzas, reconocimiento, popularidad. No hay ya en nosotros el recelo de menoscabar nuestro porvenir, ni tampoco la amargura del menosprecio.

Tal ambición es acicate indispensable para la juventud. El viejo recuerda los años de su mocedad; se inclina a ayudar a los jóvenes a que vean cumplidos anhelos que a él cesaron de inquietarlo. Esto da una nueva libertad refrescante.

Quizás uno tenga nietos. ¡Cuán diversa la relación que nos liga al nieto de la que nos ligó a los hijos!

¿Qué madre no habrá experimentado la zozobra que causan los extravíos del hijo? ¿Cuál no habrá pasado por la humillación de tener que hablar con el maestro acerca de la conducta o de la ninguna aplicación del niño?

¿Y qué decir de esas noches interminables en que la madre ve que el reloj marca las dos, las tres de la madrugada… y que aun no vuelve a casa el jovencito de dieciséis años?

La desaparición o disminución de la culpa entre las ventajas de la vejez

En los pensamientos de la madre domina de continuo el cruel interrogante: ¿En qué les habré fallado yo a Susanita y a Pepe? ¡No he sabido educarlos! ¡Es mía la culpa!

Pero Susanita y Pepe son ahora personas mayores. Es a ellos a quienes les toca ahora preocuparse por sus hijos. A usted, la abuela, no le causan ellos mayores preocupaciones.

Está segura de que llegarán a ser hombres y mujeres de provecho. Y por lo demás, no es a usted a quien corresponde disciplinarlos. Puede concentrarse a quererlos, a «malcriarlos» dentro de ciertos límites y a prudente distancia. ¡Qué deleite!

El sosegado amor de la vejez es otra de sus ventajas

Atrás quedó la turbulencia de otros días. Disgustos, temores, amarguras, recelos, lágrimas derramadas a solas.

¡Cuán grato nos parece ahora lo que en otro tiempo nos desagradaba!

Este bienestar que la sola presencia de Juan nos infunde aquél sentirnos tan cerca de él, y que él, mientras duerme, nos ciñe con su brazo como para ampararnos, inconscientemente, sin despertar.

Hábitos y aficiones que ahora son tan de ambos como el lecho que compartimos; platos que a los dos nos gustan; personas, paisajes.

Saber que ninguno de los dos desea que el otro fuese distinto de como es. Sentir que nos quieren tal y como somos: dichosos o desdichados, ricos o pobres, sanos o enfermos.

No tener ya que entrar con explicaciones acerca de nosotros mismos. ¡Tarda tanto un matrimonio en compenetrarse, en estar verdaderamente casados! Pero ¡qué plácida la existencia del matrimonio que alcanzó la madurez!

La vejez es una segunda infancia pero con las ventajas que da la experiencia

Suelen decir algunos un tanto despectivamente que la vejez viene a ser «una segunda infancia». No lo diría yo en tono despectivo.

A medida que envejecemos vamos percibiendo, lo mismo que percibe el niño, cuán poco sabemos de todas las cosas; y con esto renace en nosotros una predisposición a admirar, igual a la que hay en el niño.

Parece como si al nublársenos la vista se afinara en nosotros la facultad de ver. Un día hermoso es para nosotros regalo maravilloso.

Hemos vuelto de súbito a reparar, como lo hacíamos en la infancia, en la forma caprichosa de una hoja, en el contorno fantástico de un árbol, en lo pintoresco de una calle, en las estrellas de una noche serena.

A medida que envejecemos vamos dejando de buscar nuevas amistades pero se acendra en nosotros el afecto de las antiguas y probadas

Prescindimos de ciertas cosas que hacíamos más que nada por seguir la corriente del uso. Nos regimos por otro género de prelaciones.

¿Deseamos en realidad asistir al cóctel de la señora tal? ¿Preferiríamos ir al teatro que están dando esa obra que mete tanto ruido… y andar, después de la función, a caza de un taxi? ¿Nos gustaría más quedarnos en casa y acabar el libro que estamos leyendo?

Con los años cambia nuestro modo de pensar. La madurez intelectual se alcanza normalmente alrededor de los sesenta.

Si mantenemos en actividad el entendimiento, la capacidad de comprender y de juzgar aumenta, en vez de disminuir, con los años.

Y con los años estamos menos dispuestos a rendir ciego culto a los ídolos intelectuales del día; a aceptar los lemas políticos del momento; somos más inclinados a recogernos y a meditar.

Hubo un tiempo en que me entusiasmaba la idea de reformar al prójimo. Ahora pongo mi principal empeño en comprenderlo.

«Sí, muy bien -objeta el joven-. Pero con la vejez vienen las enfermedades».

Recuerdo que en una época hacía presa en mí el temor de enfermar gravemente. Ahora no pienso nunca en eso.

Por de contado, me gustaría ser como esos árboles añosos que caen cuando se ha agotado su savia.

Pero al ir envejeciendo cesa en nosotros la preocupación de lo por venir; y de consiguiente, la de posibles logros o probables penas.

Otra de las múltiples ventajas de la vejez: vivir en el presente

Como los niños, los viejos vivimos casi por entero en lo presente. El hoy es mi tesoro. Dichosa y fecunda es ahora mi vida. Tal vez vaya de nuevo esta primavera a Europa o al Levante. Pero hoy por hoy me basta con acabar de escribir este artículo. Sí… ¡llegar a viejo tiene sus ventajas!.

Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el término que se le ha prescrito.

Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó.

Todas las cosas que hizo Dios son buenas, usadas a tiempo…

Eclesiastés, Cap. III

Tomado de: Deleite de envejecer Por: Dorothy Thompson Condensado de «Ladie’s Home Journal» en: Selecciones del Reader’s Digest. Junio de 1953. pp 48-50.

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