Las teorías más completas y trascendentales de nuestro tiempo surgieron de un hombre que vivió una vida de extrema sencillez
La fabricación de la bomba atómica es probablemente el acontecimiento más importante de la historia moderna. Modificó radicalmente nuestro concepto del arte militar y se ha convertido en firme núcleo de nuestros más sagaces cálculos respecto a la estrategia mundial. Por contraste, el hombre a quien se debe fundamentalmente este acontecimiento ha sido durante buena parte de su vida un destacado pacifista cuyas ideas parecían a muchos quiméricas y ajenas y a todo interés terrenal. Porque fue una carta de Albert Einstein a Franklin D. Roosevelt lo que originó el «Proyecto Manhattan», y fue la «Teoría especial de la relatividad» de Einstein lo que sirvió de base al desarrollo de la energía atómica.
Las cosas que menos ha deseado, han sido las que han perseguido a Albert Einstein a través de su vida: publicidad, fama, ofrecimientos de dinero y de poder. La incomprensión y la controversia le han circundado. Centenares de hombres de ciencia han dedicado gran parte de su tiempo a explicar o refutar sus descubrimientos. Aunque él cree en la libertad del individuo y en las instituciones democráticas, se le ha calificado de «bolchevique» y de «instrumento de Wall Street». Aunque tiene una fe inconmovible en Dios se le ha tildado de ateo.
Con gran sorpresa de su parte, como físico objetivo, se le han ofrecido hasta 25000 dólares por que patrocine productos que van desde callicidas hasta automóviles. En bibliotecas y universidades del mundo entero se ven bustos suyos, y en Alemania se le ha erigido un monumento. Es la única persona a quien se le ha ofrecido la presidencia de un país extranjero.
Todo esto para una persona que solo ambiciona vivir en soledad para pensar y trabajar. Ha dicho: «Soy feliz porque no necesito nada de nadie. Pero me complacen las demostraciones de aprecio que recibo de mis compañeros de trabajo».
Desde su llegada en 1933 al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, estado de Nueva Jersey, Einstein ha hallado algo más que el aprecio profesional. Los hombres de ciencia, que habitualmente son cautelosos y miden las palabras, para él no las regatean y le dicen «santo», «noble», «amable». Un matemático decía: «Hasta cuando discute teorías físicas irradia buen humor, afecto y bondad». Y sin embargo, después de cerca de cincuenta años de fama, Einstein sigue siendo una figura vaga y remota para todos, menos para sus amigos y para sus vecinos.
Todas las mañanas a las 10:30 se echa encima un disforme abrigo negro (en invierno usa una gorra tejida de punto de media semejante a la que llevan los marineros) y sale de su casa para recorrer los dos kilómetros que lo separan del instituto.
Einstein tiene ahora 74 años. Su largo pelo indócil y su bigote áspero están ya blancos. El rostro ha perdido su firmeza. Aunque miran con paciencia y discreta curiosidad, sus ojos de párpados enrojecidos revelan cansancio. Habla con voz baja y suave. En sus palabras hay un ligero acento alemán.
Tiene una oficina amplia y acogedora que mira a un bosquecillo. Entra en ella y, sin más preliminares, se pone a trabajar en su Teoría del campo unificado, que lo absorbe desde hace 30 años. Esta teoría conecta las dos grandes fuerzas de nuestro universo físico -la de la gravedad y la electromagnética- para mostrarnos la relación que existe entre todos los fenómenos físicos conocidos.
Se arrellana bien en su silla, coloca un gran cuaderno sobre las rodillas y escribe con una letra menuda y clara. Cuando se le atraviesa un problema lo contempla tranquilo y sereno, enredando y desenredando con un dedo un mechón de pelo. Cada una de sus teorías ha sido resultado de meses y años de búsquedas tenaces que él llama «experimentos idealizados». Todo su equipo científico se reduce a papel y lápiz, el laboratorio lo lleva en la cabeza. Puede meterse por sendero errados y llegar a conclusiones falsas muchas veces. Jamás se da por vencido.
Siente que la respuesta habrá de encontrarse siempre, porque «Dios es sutil, pero no hace picardías». Cree en la simplicidad y el orden lógico de la naturaleza. «Es como una especie de fe que me ha durado toda mi vida a no perder la esperanza en medio de las grandes dificultades de la investigación». Acerca de sus propias conclusiones se pregunta: «¿Podría ser esta la manera cómo Dios creó el universo?». Einstein es un hombre de ciencia creador y por eso para él un descubrimiento es más «bello» cuanto más «correcto».
A la una de la tarde, Einstein deja el trabajo y regresa a su casa. Miss Hellen Dukas, que desde la muerte de la segunda esposa de Einstein, en 1936, ha tomado a su cargo el cuidado de la casa, le tiene listo el almuerzo. Ella le recuerda sus citas, copia lo que le dicta, le lleva la cuenta de banco y hace que se ciña a su dieta. Los médicos le han prohibido fumar su amada pipa, pero los amigos creen que a veces burla la prohibición en la intimidad de su estudio. Comparten también su vida de familia Margot Einstein, hijastra suya que es escultora de mucho talento, y un perro viejo y manso, llamado Chico. Maja, su hermana, vivió con él casi diez años, hasta que murió en 1950. Cuando entró en coma, Einstein pasaba a su lado dos horas todas las tardes leyéndole en voz alta a Platón. Aunque ella nunca dio señales de entender, a él le decía su intuición que alguna parte de su inteligencia seguía y seguiría viviendo hasta que lanzara el último suspiro.
La tarde la emplea en dormir una siesta y atender a su correspondencia. Todos los días le llegan entre 25 y 35 cartas. Toda solicitud razonable recibe respuesta. Cierta vez un científico joven le envió un problema matemático interesante. Einstein encontró que la solución era correcta, pero que había dos operaciones equivocadas. Sabiendo cuán orgullosos son los hombres de ciencia respecto a su trabajo, le dijo que había dos errores pero sin indicarle cuales eran. Esto dejaba al joven libre para conservar su trabajo como exclusivamente suyo, descubriendo por sí mismo los errores. La mayor parte de las noches Einstein trabajaba en su estudio. Casi siempre estaba allí hasta la medianoche; pero un problema puede tenerlo en vela hasta mucho más tarde, y los policías de Princeton le han visto paseándose a las 4:30 de la mañana por el patio de la universidad con la frente inclinada y las manos cogidas atrás.
Aunque la soledad tiene gran importancia para él, no es un solitario. Frecuentemente pasa la velada con amigos, hablando de los problemas del mundo, de política, de música. Le encantan los chistes y ríe con ganas.
Alguna vez le pidió alguien que le diera una regla sencilla para tener buen éxito. Dijo: «Si A es el buen éxito en la vida, la fórmula podría expresarse así: A = X + Y + Z , en que X representa el trabajo y Y el juego». ¿Y Z? «Z es mantener cerrado el pico».
Después de su trabajo, lo que más ama Einstein es la música. Ha tocado el violín algunas veces en fiestas de caridad, pero realmente es mejor pianista que violinista, y se divierte improvisando pequeñas fantasías al estilo de Mozart.
Rehuye viajar, siempre que puede evitarlo. Es feliz en Princeton donde ha encontrado la paz que siempre buscó. Las gentes allí no consideran un a extravagancia el que se deje crecer el pelo por pereza de acudir al barbero, o que por comodidad ande con unos pantalones sin planchar y una camisa floja de jersey, llevando a veces por cinturón una corbata vieja.
Al igual que otros grandes hombres, Einstein es humilde y tímido. Cuando fue a Washington para asistir a una reunión dedicada a los asuntos de Palestina, al cruzar el salón todo el mundo estalló en aplausos. Él se volvió a un amigo y le susurró: «Creo que debían esperar hasta que oyeran lo que voy a decir».
Hace pocos años en una comida que se dio en honor suyo, orador tras orador hicieron de él los mayores elogios. Einstein se revolvía en su asiento. Por último, se volvía a la escritora Fanny Hurst y la hizo caer de las nubes con estas palabras: «Le voy a hacer una confesión: Yo nunca uso calcetines».
Cuando hace poco le ofrecieron la presidencia del Estado de Israel, con su habitual modestia replicó que él no tenía condiciones para desempeñar ningún cargo en que estuviesen de por medio las relaciones humanas, y que le parecía mejor continuar el estudio del mundo físico, del cual -dijo- «ya tengo alguna idea».
Muchas personas se han preguntado por qué Einstein, años atrás, prestó ayuda a ciertos organismos que luego resultaron ser frentes comunistas. La respuesta parece ser sencillamente que se dejó halagar por las ideas liberales que pregonaban esos grupos, olvidando indagar quienes eran sus directores y qué se proponían.
Un amigo íntimo del gran físico ha dicho: «Einstein está ciento por ciento contra el comunismo. Es demasiado independiente e individualista para someterse a dictaduras ideológicas; pero posee un gran sentimiento humanitario y a veces da su apoyo a causas que, según descubre después, carecen de afinidad con sus ideas».
Asegura otro colega que Einstein está amargamente disgustado con quienes lo engañaron. Y ahora se muestra muy receloso de todo grupo que solicita autorización para usar su nombre.
Nunca ha pertenecido Einstein completamente a ningún grupo social. No es fácil que comprometa con otros su corazón. Esto no es consecuencia de su trabajo sino que está en su naturaleza. Este alejamiento parece notarse en su mirada en las primeras fotografías que le tomaron de niño. Su naturaleza tímida y plácida le ponía aparte de los otros chicos en Munich, donde pasó sus primeros años. Fue tan lento para aprender a hablar que sus padres lo creyeron anormal. Los maestros opinaron que era un inadaptado. Tuvo pocos amigos y eludió los juegos. Sólo le divertía componer al piano cortos himnos religiosos que iba tarareando mientras paseaba solo.
Cuando tenía doce años se entregó por su cuenta a estudiar matemáticas y ciencia. Sin embargo, en la escuela fue un estudiante mediocre. Quiso continuar sus estudios en Suiza, pero fracasó en los exámenes de admisión en el Politécnico de Zurich. Al año siguiente hizo un segundo intento y logró pasar.
Después de graduarse, Einstein consiguió y perdió tres empleos en la enseñanza, vivió una vida de escasez y se casó con Mileva Maric, también estudiante de ciencias, de quien tuvo dos hijos. En 1902, cuando tenía 23 años, consiguió un puesto de examinador en una oficina de patentes en Berna. El trabajo no era excesivo y le dejaba campo para concentrarse en sus propios estudios. Se había impuesto la tarea de relacionar el tiempo y el espacio, la materia y la energía. A veces desesperaba en su intento, y la propia víspera de hallar la solución le dijo a un compañero de oficina: «Me voy a dar por vencido».
A los 26 años, siendo un desconocido en el mundo científico, presentó su «Teoría especial de la relatividad» a una revista de física. Condensada su teoría en lo que es hoy la ecuación mas famosa de la ciencia: E=mc² ; expresado aproximadamente: que la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Esta ecuación venía a demostrar que si toda la energía acumulada en media libra de cualquier materia se dejara libre, la potencia resultante sería igual a la fuerza explosiva de siete millones de toneladas de TNT (trinittrotolueno).
Aunque esto venía a revolucionar la concepción que el hombre se había formado acerca del universo, pocos físicos cayeron entonces en la cuenta de su abismal importancia. Durante años la fórmula E=mc² fue tema de controversia. Luego, en Hiroshima, se tradujo en realidad.
Einstein suministró algo más que la base teórica para la bomba atómica. Hacia fines del decenio 1930-1940 muchos hombres de ciencia sabían que los nazis estaban empeñados con todos sus recursos en producir energía atómica. Esos sabios trataron de interesar al alto mando del ejército estadounidense en proyectos semejantes, sin resultado alguno. Desesperados, apelaron a Einstein para que interpusiera su influencia. Una noche, en 1939, Einstein redactó una de las cartas que iban a ser más importantes en la historia de los Estados Unidos. «Trabajos recientes -escribió al presidente Roosevelt- me conducen a creer que el elemento uranio puede llegar a convertirse en una nueva e importante fuente de energía en el futuro inmediato… Este nuevo fenómeno llevaría también a la construcción de bombas». Inmediatamente el presidente Roosevelt comenzó la construcción del Proyecto Manhattan, y los Estados Unidos entraron a competir en la carrera más azarosa de la historia por la posesión de un arma de guerra.
Actualmente Einstein trabaja con la misma intensidad conque viene haciéndolo desde hace 50 años. Su Teoría del campo unificado, publicada hace tres años, es el resultado de 35 años de intensa labor. El núcleo de esta teoría lo forman cuatro ecuaciones que no ocuparían dos líneas de esta página. En dicha serie de ecuaciones combina las leyes físicas que rigen las fuerzas de la luz y la energía y la misteriosa fuerza de la gravedad que sostiene entre sus garras todos los objetos materiales. Einstein cree que su teoría es «altamente convincente», pero en realidad no sabe si es cierta o falsa. Se propone dedicar el resto de sus años a la búsqueda de instrumentos matemáticos que puedan servirle para probar la exactitud de su teoría. La posibilidad de un fracaso no lo preocupa. Él sabe que los hombres nunca llegarán a saberlo todo y que «la cosa más bella con que podemos experimentar es el misterio».
Tomado de: El mundo de Alberto Einstein Por: Joseph Phillips. Condensado de «Pathfinder» en: Selecciones del Reader’s Digest. julio de 1953. pp 25-30.