Un vistazo a la cooperación y la fraternidad en la naturaleza: hay animales que se ayudan entre sí para lograr sus metas.
Un relampagueo azul entre el oscuro verdor del pinar llamó la atención del biólogo Hilbert Siegler. A ese movimiento siguió en breve otro, cuando un segundo azulejo detuvo el silencioso vuelo en la rama donde se había posado el ave anterior. El recién llegado, que traía comida en el pico, se acercó al primero. Este levantó la cabeza y engulló el obsequio que el otro le echó en la boca.
El impulso de ayudar a los de su familia y de compartir con ellos lo que tienen suele ser común; pero lo que presenció el investigador guarda cierta semejanza con el ideal de fraternidad de los hombres.
A Siegler le pareció inusitado lo que estaba viendo. En la época de la cría, hasta los polluelos siguen pidiendo a sus padres que les den de comer; durante el celo, el macho enamora a su compañera ofreciéndole bocados. Pero ambas épocas habían pasado.
Siegler empleó los binóculos, y lo que vio entonces le explicó el caso. El azulejo al cual daban de comer era muy viejo y tenía quebrada la mandíbula inferior, casi a ras de la articulación. No podía usar el pico para buscar el alimento.
La naturaleza es sabia
La rivalidad y el deseo de imponerse sobre los demás se manifiesta con frecuencia, pero en todo el vasto dominio de la creación sirve de contrapeso a ambos instintos un impulso de otro género.
La naturaleza no solo dijo a sus criaturas «cuida de ti mismo», sino que les dio también este mandato, tan universal como antiguo: «uníos».
Para todo ser animado la compañía es biológicamente necesidad tan fundamental como las de satisfacer el hambre y la sed. Experimentos con renacuajos demostraron a los zoólogos que aun en estas insignificantes criaturas influye hasta tal punto la sociabilidad que al recibir alguna lesión sanan con gran lentitud cuando están aislados, pero con rapidez casi milagrosa al sentirse, aunque vagamente, en compañía de otros renacuajos.
Asociación para un fin común
Se ha comprobado asimismo que los ratones que se crían en compañía de otros congéneres se desarrollan más pronto que los que se crían aislados, aunque la alimentación sea igual.
Con frecuencia los animales se asocian para el logro de un fin común. R. M. Yerkes, autoridad en antropoides, dio a un chimpancé una pesada caja llena de golosinas, con una tapa de cerrojo muy complicado. El goloso chimpancé olfateó la caja y trató de llevársela a un sitio donde pudiera abrirla con comodidad.
Viendo que pesaba demasiado, fue en busca de otro chimpancé, le dio unas palmaditas en el hombro y le hizo señas de que le ayudase. Entre los dos pudieron abrir la caja y compartir su contenido.
Otro chimpancé al cual dieron comida en tanto que a los monos de la jaula vecina los dejaron sin nada, pasó a estos parte de su ración por entre los barrotes. El impulso de compartir se amplía en ocasiones al de prestar ayuda. Un mono al que se le ha clavado una espina en la mano acude al «médico» -otro mono- que lo atiende con tan celosa solicitud como un galeno a su paciente.
Ejemplos que ofrece la fauna
En las selvas de Centro y Sudamérica, manadas de coatíes persiguen su presa saltando de copa en copa. Una presa preferida de estos cuadrúpedos son las iguanas; pero como la iguana encuentra en el coatí un enemigo que le aventaja en tamaño, y al cual sería arriesgado acometer sin más punto de apoyo que una endeble rama, se junta para cazarla con otros coatíes, que forman dos grupos. Un grupo trepa los árboles y espanta las iguanas que duermen en las ramas. El otro grupo, desplegado en tierra, se lanza apenas caen y las domina por la fuerza del número.
Ejemplo de unidad de acción es la manera de pescar de los alcatraces. Abatiendo el vuelo, forman amplio semicírculo frente a la orilla. Enseguida, como obedeciendo una señal, empiezan a nadar hacia tierra, ala con ala, apercibido el pico a ras de la superficie, formando una red viviente.
A intervalos los alcatraces aletean al unísono y con gran estrépito para espantar a los peces e irlos acorralando en reducido espacio cercano a la costa. Esta maniobra envolvente termina cuando los peces quedan aglomerados en agua de escaso fondo inmediatas a la costa. Llega entonces para la bandada el momento de gozar de un festín que ninguno de ellos habría podido procurarse por sí solo.
El coyote lanzado a la carrera alcanza en súbitos arranques de velocidad unos 55 kilómetros por hora; pero la liebre llega casi a los 70 kilómetros. Para salvar esta desventaja, los coyotes integran relevos. Cuando el coyote número uno empieza a sentirse cansado, hace que la liebre tuerza hacia el lugar donde aguarda escondido el coyote número dos. El cánido se lanza en persecución de la fugitiva, mientras el coyote número uno, trotando sin cansarse demasiado, repone los bríos y va a situarse en otro punto para estar pronto a perseguir de nuevo a la liebre. Así continúan los dos coyotes hasta que su víctima queda exhausta.
La unión hace la fuerza
Los cuervos son animales que demuestran que la unión hace la fuerza. Frances Pitt, naturalista inglesa, tenía un par de cuervos domesticados, Benito y Pepe, que se las ingeniaban para habérselas con un gato en la casa. Benito se paseaba frente al minino con fingida despreocupación.
Fascinado por lo que al parecer era una presa fácil, el gato no advertía que Pepe iba aproximándosele por la retaguardia. Instantes después, el ave apresaba con su pico, como una pinza de acero, la cola del gato. Maullando de sorpresa y dolor, se revolvía éste contra Pepe, mas solo para verlo alejarse con satisfecho contoneo, en tanto que Benito, aprovechando la ocasión que ahora le ofrecía la cola del gato, picaba a su vez. Atacando y retirándose por turnos, el par de cuervos ponían al cuadrúpedo a dar vueltas como una ruleta.
Entre cooperaciones y alianzas
La alianza entre un número reducido de animales es origen de otras mayores. La cooperación llega a manifestarse en forma tan sorprendente como la del caso que refiere el barón Georges Cuvier.
Una pareja de golondrinas había colgado su nido de barro bajo el alero de la casa del naturalista. Deseoso él de seguir paso a paso el desarrollo de la nidada, la espiaba con frecuencia, hasta que cierto día advirtió que un intruso gorrión hizo suyo el nido. Haciéndose fuerte en el interior del nido y lanzando furiosos picotazos, el usurpador mantuvo a raya a los legítimos dueños, quienes acabaron por alejarse, aunque no dándose por vencidos.
Volvieron a poco con una bandada de golondrinas que revolotearon chillando frente al nido. Todas llevaban en el pico porciones de barro y con diligente destreza fueron tapiando la entrada del nido. Cuando al fin se retiraron, quedaba herméticamente cerrado y convertido en sepulcro del usurpador.
El barón Cuvier tuvo la impresión de haber penetrado en lo íntimo de una de las verdades fundamentales de la vida.
Sentido de la confraternidad entre los animales
Los hombres de ciencia han descubierto que el sentido de confraternidad es susceptible de educación, mediante la cual llega a trascender de los individuos de una especie a los de otra diversa. Los elefantes del circo Ringling fraternizan con un gato llamado Medianoche.
Hace tiempo los guardas del parque zoológico de Filadelfia no sabían qué hacer con un rinoceronte agresivo. dispuesto siempre a acometer a otros animales. Al fin resolvieron proporcionarle compañía: echaron, entonces, un chivo en la jaula del rinoceronte. De repente, cambió el carácter del rinoceronte. Llegó hasta admitir que el chivo le diese de topetadas y retozaba con él. Se había despertado en el rinoceronte el sentimiento de compañerismo.
Dramático experimento
Ese innato sentimiento llega a salvar las barreras que separan a individuos de especies entre las cuales se da por sentado que media enemistad «inextinguible». El biólogo chino L. S. Tsai emprendió dramáticos experimentos con un gato y una rata a los cuales encierra en una jaula contigua al comedero, con un compartimiento de cierre trasparente. Para abrir este cierre hay que apretar simultáneamente dos botones que se hallan en la jaula. Se ha visto a ambos animales, puestos frente al común problema de abrir el cierre para procurarse el alimento, deponer su recíproca desconfianza para resolver el asunto.
El impulso que lleva a la cooperación constructiva entre animales obra primero en el individuo, se extiende luego a la familia, abarca después el rebaño o la bandada; y por último, en lo que hace al ser humano, se sublima en el luminoso ideal de la fraternidad universal. Siempre que los científicos penetran en los misterios de la naturaleza, descubren ese mismo mensaje. Nuestros ideales humanitarios son, como se ve, buena biología.
Tomado de: Animales que se ayudan entre sí Por: Alan Devoe en: Selecciones del Reader’s Digest. Agosto de 1955. pp 123-130.
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