Se cumplen seis meses desde que Brasil reportó su primer caso de COVID-19. Y a la fecha, supera 3,6 millones de contagios y 116.000 muertes.
Pero además, Brasil convive con el negacionismo del presidente Jair Bolsonaro, cuya popularidad ha crecido de forma inexplicablemente en plena pandemia.
Fue el 26 de febrero cuando se registró el primer caso de COVID-19 en Brasil y también en América Latina. Desde entonces tanto el país como la región se sumergieron en una gravísima crisis sanitaria. Aunque en muchos casos, la pandemia parece estabilizada todavía las cifras son muy elevadas.
En Brasil, 30.000 de las 116.000 muertes registradas hasta hoy ocurrieron durante los últimos 30 días. Un período en que el número de contagios aumentó en 1,2 millones y llegó a 3,6 millones, con la curva epidemiológica aún creciendo en muchas zonas del país.
Brasil, además es el segundo país más afectado en el mundo, por detrás de Estados Unidos.
Los argumentos de Bolsonaro
En los 183 días transcurridos desde ese primer caso, Brasil ha visto pasar tres ministros de Salud. Y convivido con el negacionismo de Bolsonaro, quien llegó a contraer el virus y lo superó, pero aún así insiste en minimizar su gravedad.
Bolsonaro atribuyó su cura a la cloroquina, un antipalúdico cuya efectividad contra el COVID-19 ha suscitado dudas en la comunidad científica pero es recomendado por muchos médicos. Sobre todo en un Brasil dividido entre la ultraderecha gobernante y el progresismo.
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El mandatario censura las máscaras y muchas otras formas de prevención frente a lo que llegó a tildar de «gripecita», recibió esta semana a algunos de esos médicos y volvió a desafiar a quienes desconfían de la cloroquina. «Si no hubiera sido politizada, muchas más vidas podrían haber sido salvadas», declaró.
Apoyo a los médicos
Pese a esa retórica, el Gobierno invirtió ingentes recursos en equipamientos para el sistema hospitalario, que en casi todo el país ha resistido al temido colapso, también en buena parte por la acción de gobernadores y alcaldes que, enfrentados a Bolsonaro, declararon cuarentenas más o menos rigurosas.
Esas medidas de contención, sin embargo, casi han sido levantadas por completo en los últimos dos meses debido a la presión de grupos económicos que, alineados con el discurso de Bolsonaro, han impuesto una desescalada que, para muchos médicos, ha sido apresurada.
Los bonos a los pobres
Bolsonaro, en su afán de proteger a la economía de la pandemia, se vio forzado a olvidar su ideal de un «Estado mínimo». Así como ampliar los subsidios a los más pobres a fin de mantener el consumo, que es el gran motor de la actividad económica de Brasil, que por la COVID-19 sufrirá este año una caída que se calcula en torno al 5 %.
Hasta la pandemia, unos 40 millones de brasileños en la pobreza recibían unos 200 reales (36 dólares) por mes mediante un programa de subsidios creado en 2003 por el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el gran antagonista político de Bolsonaro.
Con el cierre temporal o definitivo de empresas por la COVID-19, Bolsonaro amplió esa ayuda a desempleados y trabajadores informales. Además triplicó el valor, que pasó a llegar a 60 millones de personas, que representan casi un tercio de la población del país.
Una reciente encuesta de la firma Datafolha constató el efecto que el auxilio ha tenido en la popularidad de Bolsonaro. La cual, parecía comenzar a resentirse en el inicio de la pandemia, cuando el 35 % de la población le achacaba al Gobierno la culpa de las muertes.
Ahora, cerca del 50 % de los brasileños considera que Bolsonaro «no es responsable» de la crisis sanitaria. Y la tasa de aprobación del Gobierno he llegado a 37 %, la mayor desde que el líder de la ultraderecha asumió, en enero de 2019.
La principal razón de esa mejora de imagen, según Datafolha, ha sido precisamente la ampliación del plan de subsidios. Y a fines de este año será suprimido en su formato actual, pero ampliado de todos modos en relación al que existía antes de la pandemia.
Redacción Curadas/Con información de la agencia EFE