Caracas, su belleza y nuestro descuido

Caracas está situada al norte de Sudamérica, en un valle ubicado a más de 950 metros de altura, de un ambiente natural con fresca temperatura y frondosa vegetación. Además de que Caracas cuenta con sus bellezas naturales, posee un clima húmedo que ofrece comodidad y alimento a infinidad de especies animales y hermosas aves que vienen de los linderos a compartir con el caraqueño un ambiente abundante en recursos naturales.

Como si no bastara con la inmensa exposición floral a la cual estamos acostumbrados, nuestras hermosas mujeres no descansan en colmar a la ciudad, y particularmente sus casas, de colecciones completas de cuantas plantas ornamentales consigan, reafirmando así su inextinguible vínculo con la naturaleza circundante.

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Imagen: Daily Express.

Caracas en boca de todos

Caracas cuenta con sus bellezas, siendo sus mujeres las más hermosas del mundo. Eso es muy válido para los venezolanos en general y para los caraqueños en particular.

Pero también existen muchos lugares en el mundo que merecen nuestra más profunda admiración, no solo por sus características geográficas específicas sino también por los aspectos históricos que definen la cultura de sus habitantes.

Leo con detenimiento algunas publicaciones de amigos con quienes comparto en las redes sociales, relacionadas con la situación venezolana actual. Y digo “actual”, porque desde que tengo uso de razón, Venezuela está inmersa en algún tipo de crisis, y hay algo que me llama mucho la atención, y es que las críticas a los problemas que nos agobian carecen del enfoque necesario de las soluciones, pues me parece que es válido, una vez identificado el veneno, tener un modo de administrar algún posible antídoto.

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Foto de protestante en llamas, ganadora de varios premios, entre ellos el World Press Photo. Fue tomada por el fotógrafo venezolano Ronaldo Schemidt.

Los trapos sucios se lavan en casa

Es perfecto que la gente tenga la libertad de elegir la ciudad en la cual vivir, y que pueda crecer y desarrollarse realizando los estudios y el trabajo que quiera, para ofrecer a los suyos el bienestar que se supone merecen.

Obviamente, eso nos gusta a todos. Lo que no debería gustarnos, y en lo particular es lo que informan las redes sociales, es que muchos venezolanos que se van del país llegan a su nuevo destino hablando pestes del lugar que los vio nacer, y maldiciendo su propio terruño.

Eso raya en la hipocresía, y deja mucho que desear de cualquier inmigrante. Los trapos sucios se lavan en casa, porque si te vas de tu ciudad, de tu país, y llegas a otro hablando mal de tu sitio de procedencia, cuando abandones el segundo y vayas a un tercero, también irás denigrando del segundo, y así sucesivamente.

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Independientemente de la causa, razón, o circunstancia por la cual un individuo se ve en la obligación de dejarlo todo y partir, no tiene excusa válida para que después de haberse ido llorando por todo lo que pretende dejar, y una vez ubicado en una ciudad que probablemente ofrezca mejores condiciones de vida que la nuestra, pregone a vox populi sus exageradas exclamaciones de malestar individual, achacándole todos sus dolores a la nación que representa.

Me parece que es muy fácil para un huésped ganar la indulgencia del anfitrión, si este se divierte con la desgracia ajena. Pero en el caso venezolano, la verdadera desgracia es que la mayoría de los problemas se deben a nuestra propia irresponsabilidad, a nuestra desidia, a nuestra falta de patriotismo.

Extranjeros bien hablados

Hablando de patriotas yo no escucho a ningún inmigrante extranjero -de los millones que habitan en Venezuela- hablar mal de sus respectivas ciudades. Cuántos vecinos nuestros de origen europeo han pasado por guerras mundiales, revoluciones, extravíos de poder, dictaduras, etc., en sus respectivos países, y nunca se ha sabido de alguno que difame de su nación.

Asumo que ellos entienden que cada país tiene un gobierno, y que el gobierno es simplemente eso, el gobierno, y el gobierno no es el país. Quienes adversan una ideología política, tienen todo el derecho de reclamar, el deber de manifestarse en contra de esa ideología y la obligación de ayudar a resolver los problemas en lo poco que puedan, pero no hablando en contra de su país.

Sin embargo, también hay que luchar contra eso que se convierte en una tremenda mala costumbre por parte de algunos de nuestros propios conciudadanos, amigos o conocidos (compatriotas venezolanos), quienes sin empacho de tipo alguno, denigran de Venezuela, como si el país fuese el responsable por el modo de ser gobernado. Corruptos hay en todas partes, malhechores y rufianes, también… y esto no es exclusivo de nuestro país.

Para reflexionar al respecto, me permito enumerar ciertos aspectos que deben ser tomados en cuenta no solo por lo aparentemente sencillo de su cumplimiento en otras ciudades, sino por lo recurrente en la nuestra, además de la ambigua impresión que nos deja de “amor por lo ajeno y odio por lo propio”.

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Foto del Cerro El Ávila por Alejandro Ascanio.

Lo que ocurre realmente, sin embargo, es que todo es cuestión de educación, de cultura y de valores. Cuando digo amor por lo ajeno, me refiero a esa pasión que sienten algunos individuos por copiar las malas costumbres, vestimentas, vulgaridades, poses y vicios de otras metrópolis, en detrimento de la propia idiosincrasia. Se copian de lo malo, pero nunca de lo bueno de otras culturas.

Hay que emular el patriotismo

En ese orden de ideas, está el caso de un patriotismo digno de ser observado, como el patriotismo estadounidense. Los norteamericanos demuestran ser sumamente celosos de su país, amantes de su bandera, de su águila calva y de su dólar. En Venezuela, deberíamos emular ese patriotismo, copiarlo y hasta inculcarlo en la mente de los niños, para que amen lo nuestro, lo defiendan y lo valoren. Algo bueno debe tener eso, que por algo los norteamericanos son tan mentados en el mundo –para bien o mal-, y creo que esto obedece a que ellos no aman ni emulan a nadie externo a su nación, se adoran e imitan únicamente entre ellos.

Los que “recorren mundo” advierten que las calles de algunas ciudades extranjeras que visitan son “de un limpio tal, que no provoca ni pisarlas…” Claro, los que dicen esto no se atreven a ensuciarlas porque principalmente perciben que sus habitantes se crian en el aseo, y además en esos países las leyes se hacen para cumplirse, so pena de recibir una multa impagable y de paso acomodarse a las consecuencias que supone irrespetar ciertos sistemas legales con funcionarios celosos de lo propio que se precian de ser insobornables.

En nuestras ciudades, en cambio, es impresionante ver como desde automóviles particulares y transporte público en general, personas de todas las edades lanzan al suelo cualquier desperdicio que tengan a la mano, sin que las autoridades ni nadie diga absolutamente nada, tomando en cuenta que de ser un poco organizados y aplicar algún sistema de reciclaje, el más modesto “recoge-latas” se podría hacer rico si pudiera procesar el basurero producto de la indolencia colectiva.

Obviamente, las normas existen. Las autoridades locales mantienen en vigencia una serie de ordenanzas, acuerdos y resoluciones que, en la más estoica teoría, asegurarían el cumplimiento de los más básicos deberes ciudadanos, relativos a la salubridad y conservación del medio ambiente. Pero tales medidas son ignoradas, o a pocos le interesa hacerlas cumplir dentro del territorio nacional.

Nuestros viajeros se sorprenden de ver en otros países ciudades organizadas, con calles y aceras limpias, impecables, donde se cumple y se hace cumplir la ley. Y el hecho de que nosotros no las tengamos así es solo culpa nuestra.

Nadie va a venir desde ningún lugar del mundo a educar a nuestros hijos, esa es nuestra responsabilidad, y si las calles de nuestras ciudades están sucias, no la ensució el barrendero, las ensuciamos nosotros. Entonces, lo ideal es educarnos en casa en el no ensuciar. Y si aprendemos a no ensuciar nuestra casa, aprenderemos también a no ensuciar nuestras calles, evitando así la envidia que nos causa al verlas limpias en las ciudades ajenas.

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Caracas, Parque del Este. Foto de Venezuela Tuya.

Ciertos valores se han podido aplicar a varios problemas en las mejores ciudades capitales alrededor del mundo. Creo que también podríamos aplicarlos a la mayoría de problemas de las ciudades de Venezuela. Si de verdad amamos a nuestro país y a nuestra ciudad, entonces debemos demostrarlo con sinceridad, cumpliendo y haciendo cumplir las normas de la decencia y las buenas costumbres.

Autor: Franco Viloria

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