La creencia sostiene que el Día de Muertos las ánimas regresan esa noche para disfrutar los platillos y flores que sus parientes les ofrecen.
El origen de la tradición del Día de Muertos se remonta a la época prehispánica, mucho antes de la llegada de los españoles, quienes nunca entendieron como los indígenas, dependiendo de la forma de su muerte, tendrían un destino diferente.
Antes de hablar de Mictlán tenemos que contar algo: en la mitología mexicana, los dioses primordiales (Omecíhuatl y Ometecuhtli) tuvieron cuatro hijos, que son los dioses creadores: Xipetótec, Quetzalcoatl, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, quienes organizaron al mundo en un universo horizontal, comprendido por lo puntos cardinales, y uno vertical, formado por tres partes ¿conoces las matrioshkas, estas muñecas rusas de madera que abres y dentro hay otra muñeca y dentro otra y así? Imagina que así era el universo vertical.
Supramundo (formado por 13 cielos).
Mundo (que es donde vivimos).
Inframundo (nueve regiones horizontales orientadas hacia el Norte).
Entre nuestras culturas prehispánicas, la vida y la muerte formaban una dualidad: una no podía existir sin la otra, es decir, la muerte era parte de la vida. Por eso, bastantes civilizaciones tenían rituales dedicados a la muerte al final del ciclo de cosecha del maíz (final de la temporada de lluvias), que más o menos ocurría en octubre o noviembre. Por ejemplo, en el centro del país se celebraban Miccailhuitontli “La fiesta de los muertos pequeños” y Huey Miccailhuitl “La fiesta de los muertos grandes”.
¿Por qué celebramos el 1 y 2 de noviembre?
Por otra parte, en Europa, en el siglo XI, el abad de Cluny (en Francia) propuso la celebración de todos los santos el 10 de noviembre. En el siglo XIII fue aceptada su propuesta por la Iglesia católica y en el XIV, se agregó el 2 de noviembre al calendario para orar por los fieles difuntos (los católicos del mundo).
En algunas partes de España, en el 1 de noviembre se llevaban alimentos a la iglesia para que fueran bendecidos y luego se ponían en casa, en la “mesa del santo”, frente a la imagen del santo predilecto de cada familia o región.
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