El retorno del Rey: LeBron amenaza el trono de Jordan

LeBron James se levantó de la cama a primera hora del 8 de julio de 2010 sabiendo que se iba.

La decisión estaba tomada tras una noche de perros en la que apenas pudo pegar ojo y muchas semanas de deliberación personal que no le habían permitido elegir su futuro hasta última hora.

Ese día, su vida cambiaría para siempre, iniciando primero una caída a los infiernos y después una redención eternamente postergada, cuando encontró la paz en el lugar que abandonó para escribir una de las historias más increíbles que jamás ha presenciado la NBA en su larga existencia. La narrativa nunca tuvo tanta importancia como tras aquel anuncio, que supuso una gestión de imagen pésima emitida en la ESPN y organizada por el entorno de LeBron y el comentarista Jim Gray.

Jamás hubo una repercusión tan grande ni una corriente tan contraria a la marcha de un jugador de un equipo, de su equipo. Ese que había puesto en el mapa desde su llegada en 2003 a la mejor Liga del mundo y que había elevado nada menos que a sus primeras Finales tras una de las mayores exhibiciones de la historia de los playoffs. 

Una que se saldó con 48 puntos, incluidos los 25 últimos de los Cavaliers entre el último cuarto y las dos prórrogas del quinto partido de las finales del Este ante los Pistons, en 2007, y que supuso el final anticipado de una serie resuelta en el sexto y con la que una franquicia pequeña, de mercado diminuto, se colocaba a tan solo cuatro victorias del anillo… si bien los Spurs se encargaron de que no consiguiera ninguna (4-0).

En Akron, nadie se acordó de semejante gesta, ni de los dos MVPs conquistados en 2009 y 2010 o del compromiso social que James había tenido con una ciudad con la que estaba vinculado desde el instituto, cuando copó la portada de Sports Illustrated y dio el salto a la NBA sin pasar por la Universidad. 

Tampoco de los récords de 66 y 62 victorias, los mejores de la competición, que el equipo había conseguido en las dos últimas temporadas. Alguno, tímidamente, se acordó de las palabras que Tim Duncan dirigió a un Rey todavía sin corona tras la eliminación de 2007: «Algún día esta Liga será tuya«.

Claro que, de nada valía que se convirtiera en el dueño lejos de una franquicia en la que había dejado un legado que le convertía, ya a esas alturas, en el mejor jugador de la historia de la misma, y un sinfín de récords sin parangón que nadie tendría en cuenta. Para los aficionados de la NBA y, sobre todo, de los Cavs, lo único que dejaba LeBron en la que había sido su casa durante la totalidad de su vida era una ristra de promesas incumplidas y muchos sentimientos negativos que tomaron forma en una palabra que le perseguiría en cada una de las visitas a Cleveland en los siguientes años: traición.

No hubo manera de aplacar la opa hostil que estaba por venir.

El programa The Decision, historia pura de la televisión norteamericana, congregó a una media de casi 10 millones de personas y el momento en el que LeBron pronunció esa criticada frase de «llevar mi talento a South Beach» tuvo a 13,1 millones de espectadores pegados al televisor. Ni siquiera la decisión de donar seis millones de dólares a causas benéficas, como si el entorno de la estrella ya esperara una semejante reacción en cadena, amortiguó el golpe. Desde entonces, LeBron se convirtió en el jugador más odiado del planeta, algo que se prolongó de manera neta y completa las dos siguientes temporadas, hasta ese anillo de 2012 que empezó a aplacar los ánimos de la misma condición humana contra la que El Rey ha luchado durante una década. E incluso ahora, cuatro anillos y nueve Finales después, hay un sector, cada vez más minoritario, que sigue recordando el sainete de su decisión y reprochándole toda esa horda de argumentos que parecía que iban a acompañarle casi hasta la eternidad. Al jugador que no aparece en partidos importantes, que parece un robot o que solo sabe penetrarse unió entonces eso de que se tiene que ir a súper equipos para ganar el anillo o necesita estrellas que le saquen las castañas del fuego. Todo eso ha sido repetido hasta la saciedad durante diez años y no ha pasado a la historia para unos aficionados a la NBA siempre empeñados, de nuevo como seres humanos, en recordar lo peor antes de lo mejor y dar una importancia añadida a los errores (si es que lo fueron) y no a los aciertos. Algo que pasa, claro, en todos los estamentos de la sociedad, y casi sin excepción en cualquier parámetro vital.

Las Finales de 2011 supusieron una de las demostraciones más grandiosas de esa condición inherente al aficionado, con una alegría desbordada por el fracaso del héroe caído, por mucho que nunca llegara a ser héroe por unanimidad pero que sí contara con la misma para la animadversión que se generó en su contra. Apenas 17,8 puntos, 7,2 rebotes y 6,8 asistencias en seis partidos, con derrota ante los Mavs. En esa serie, LeBron jugó más de 43 minutos de media y apenas intentó 15 tiros por noche, quedándose en ignominiosos 8 puntos en la derrota en el cuarto encuentro. El anillo soñado de Dirk Nowitzki (26 puntos por partido en esas Finales) fue la prolongación de la agonía de LeBron, que cedió de manera clara y rotunda el protagonismo a Dwayne Wade (26,5+7+5,2) y desapareció del mapa. Precisamente a Wade le intentó reclutar para los Cavs antes de su marcha, al igual que a Chris Bosh, Trevor Ariza o Ray Allen. Todos le respondieron lo mismo: querían jugar con él, pero no en Ohio. Como si la franquicia estuviera apestada y el fracaso fuera inherente a su asociación con LeBron. La 2010-11 fue una temporada llena de pitadas en pistas rivales, especialmente en su antigua casa, que se aseguró el lleno absoluto para abuchear a la que fue su mayor referencia. La filtración de que había subido al despacho de Pat Riley junto a Wade para pedirle que bajara al banquillo y destituyera a Erik Spoelstra no mejoró su reputación, y la propia estrella aprendió a aceptar una negativa cuando el mandamás de los Heat le despidió elegantemente de su lugar de trabajo junto a su compañero.

El camino hacia el trono

Si algo ha conseguido LeBron más allá de cuatro anillos, es luchar contra la opinión pública, ese lugar en el que se ganan las batallas que deciden las guerras. Voltear eso con todo en contra ha sido nada menos que un milagro para un jugador que ha pasado de ser odiado a querido, pero que todavía genera el primer sentimiento hoy de de una manera superior a la que se proyectaba el segundo hace diez años. Con el cambio de Ohio a Florida, LeBron dio inicio a la era de los jugadores empoderados, llegando su influencia en la competición a cotas que ningún otro personalismo ha tenido y consiguiendo que esas estrellas que antes eran mera mercancía para los directivos, ahora sean capaces de forzar traspasos, conseguir mejores contratos o incluso parar la propia Liga, algo que han amagado con hacer de manera muy nítida hace solo unas semanas y con la lucha racial, que también lidera LeBron, como música de fondo y motivo principal de ese boicot que amenazó con convertirse en cancelación y que acabó siendo un aviso. No fue lo único que empezó LeBron en 2010, ya que también formó el primer (y de momento el único) súper equipo que se originó única y exclusivamente por los jugadores. Otra vez más, un signo de empoderamiento que organizaron Wade, Bosh y el de Akron, tres agentes libres que se unieron en un mismo destino para formar una de las mejores plantillas, barba por barba, de la historia de la NBA. Aún hubo algún periodista que se aventuró a decir que serían capaces de acabar la regular season con un récord de 82-0. Ya se sabe, nada más lejos de la realidad.

La batalla mental a la que LeBron hizo frente entonces está injustamente infravalorada. Con un comportamiento casi siempre intachable fuera de las canchas (y de los despachos de Riley), el jugador no tuvo que hacer frente exclusivamente al hecho de haberse convertido casi en un genocida de cara al exterior, sino a tener que hacerlo solo. Su pareja, Savannah, se quedó en Akron con sus niños, algo que decidieron de mutuo acuerdo tras observar el ambiente tóxico originado por su salida. Los deseos de impedir que se colaran en casa, se trasladasen a los hijos e hicieran mella en el núcleo familiar motivaron una decisión muy meditada y, a la larga, acertada. Ambos siguen compartiendo su vida hoy en día (con algún rumor de infidelidad por parte de él, todo hay que decirlo) y su primogénito, Bronny, aspira a coincidir en la NBA con su padre, que parece no querer retirarse nunca. Bryce Maximus y la pequeña Zhuri comparten el trío procedente de un matrimonio que no fue tal hasta tres años después de su llegada a Miami, cuando las aguas se habían calmado y LeBron ya disfrutaba del segundo anillo en sus vitrinas. En ese tiempo, James no renunció a sus raíces, y levantó una fundación en Akron que lleva su nombre y que se encargaba de cubrir las necesidades de los niños sin recursos, con una supervisión del jugador que se mantuvo diaria incluso en la distancia.

LeBron James, abucheado por el público en su primera visita a Cleveland tras dejar el equipo en 2010 y poner rumbo a Miami Heat
LeBron James, abucheado por el público en su primera visita a Cleveland tras dejar el equipo en 2010 y poner rumbo a Miami Heat Gregory Shamus (AFP)

LeBron se reconcilió parcialmente con el aficionado medio con el sexto partido de las finales del Este de 2012. Los Celtics, que propiciaron su salida en 2010 antes de tiempo, volvían a cruzarse en su camino con un Rondo que se encontraba en el mejor momento de su carrera y un Garnett rejuvenecido a pesar de contar con 36 años. El orgullo verde, ante su última oportunidad de conquistar un anillo que lograron en 2008 pero no consiguieron reeditar, hizo gala de su pundonor y transformó un 2-0 en un 2-3, con match ball en un Garden a rebosar en el que hasta entonces, y en esos playoffs, habían disputado nueve partidos, cayendo tan solo en uno. LeBron escapó entonces de su pesadilla, salvó un proyecto que amenazaba con tambalearse y a un Spoelstra que sin ese partido podría no ser hoy el entrenador de los Heat: 45 puntos, 15 rebotes, 5 asistencias y exhibición histórica con master class incluida desde la media distancia. Y 31+12 en el séptimo partido, acabando con la tortura que decía que no aparecía en los momentos importantes y poniendo la directa al primer anillo de su carrera. Uno que volvió a conquistar al año siguiente, con colaboración directa de Ray Allen, el héroe inesperado que representó la enésima estrella que fichaban los Heat, una frase con connotación negativa para sus haters pero que se ajustaba, como tantas otras cosas, a los parámetros de la Liga. El triple del escolta salvó el trono del Rey en el sexto encuentro y acabó con el sueño de los Spurs (con 37 puntos de LeBron en el séptimo), que se vengaron al año siguiente en lo que supuso la despedida de la estrella de la franquicia que se lo había dado todo rumbo a casa, el lugar al que se lo había dado todo. Todo, menos el anillo.

En 2014, LeBron regresó a los Cavaliers, pero su reconciliación había empezado mucho antes. Tras el primer anillo, muchos aficionados empezaron a disminuir un griterío que nunca terminó de desaparecer pero que contaba con cada vez menos adeptos en el Rocket Mortgage FieldHouse. Muchos se empezaron a preguntar entonces si LeBron volvería al lugar que le vio nacer y al que acudía cada verano para ejercitarse en el gimnasio dejando atrás las atractivas playas de South Beach para pasar tiempo en su hogar, en una pequeña sección de apartamentos al oeste de Akron en la que su entrada a cualquier tienda no provocaba un corrillo. Allí, James seguía siendo el hijo de Gloria y los vecinos de toda la vida le saludaban con una normalidad meridiana. Pronto, se empezó a especular sobre una posible vuelta que templó los ánimos, como si sus antiguos seguidores vieran cada año que pasaba como uno menos para que la estrella regresara. En Cleveland se empezaban a ver pancartas pidiendo su regreso, y los guiños de LeBron gustaron a los aficionados. Especialmente cuando James Blair saltó a la cancha en una visita de Miami durante una noche de marzo. Con el joven retenido por la seguridad del edificio, la estrella pidió encontrarse a solar con él y le presentó a sus millones de seguidores en Twitter: «That´s my guy«, escribió.

LeBron regresó anunció su retorno a los Cavs después de las Finales de 2014, en las que fue apeado por esa quintaesencia de juego colaborativo de los Spurs. Fue a través de una carta de Sports Illustrated del periodista Lee Jenkins, que fue el cronista encargado de materializar el número especial de Sporstman of the Year 2012, que agradó a LeBron hasta el punto de elegirle para anunciar su vuelta, en la que fue la mayor primicia deportiva que daba el medio digital. «I’m Coming Home«, rezaba el texto. LeBron volvía a casa después de salirse del contrato firmado en 2010 gracias a una cláusula que le hacía libre en 2014 o 2015 a elección propia. Pat Riley pensó que quería una redistribución de su salario, pero el silencio del alero dio pistas al mandamás, que ni haciendo gala de su extraordinario poder de convicción pudo retenerle. Su salida no ejerció la misma animadversión en Florida, en la que todos le agradecieron su estancia excepto el propio Riley, que aseguró que había tomado «la peor decisión de su carrera«. Ni su eterna (y eternizada) figura pudo hacer que LeBron cambiara de opinión. La estrella mandó sutilmente a su agente, Rich Paul, que mantuviera conversaciones con otras franquicias (Rockets, Bulls, Lakers y Suns) pero siempre con la vista puesta en Ohio. James estuvo callado y quiso mantener a su familia al margen, una regla no escrita que Riley se saltó al decir públicamente que esperaba una hija, que completaría la familia. Entre unas cosas y otras, el alboroto se solucionó con el traslado a su nuevo hogar, que era también el original, dejando tras de sí un nuevo legado inconmensurable que incluía cuatro Finales, dos anillos y dos MVPs, además de la mejor versión defensiva de su carrera, por obra y gracia del genio Spoelstra.

vía AS

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