El 15 de diciembre de 1999, hace veintiún años, la naturaleza se ensañó contra la población partiendo en dos la historia contemporánea de Venezuela desde la óptica de los desastres naturales: la tragedia de Vargas.
Después de que se abrieran las compuertas del cielo para dejar caer durante días su carga diluviana, un deslave de proporciones incalculables arrasó con núcleos civiles, dejando a su paso miseria, desolación, terror y un número aún a la fecha incuantificable de víctimas fatales.

Las autoridades tuvieron que desplegar un colosal plan operativo de desalojo que ameritó la intervención no solo de los cuerpos de prevención y rescate sino de la fuerza armada nacional. Todo ello en medio de la algarabía de quienes festejaban la adopción de una nueva carta magna, esa misma que fue parida en medio del dolor más cruel.
“Si la naturaleza se opone”, había dicho el principal promotor de aquella iniciativa constituyente para concretar su propósito, sin prever que aquella sentencia, que emulaba una similar expresada por el Libertador durante el terremoto de 1812, traería fatídicas consecuencias.
Hoy de la tragedia de Vargas, que ni el nombre conservó como entidad federal – se llama ahora estado La Guaira -, quedan cicatrices imposibles de borrar: miles de personas que perdieron a sus seres queridos, familias que debieron separarse al ser desarraigadas como damnificadas en lugares dispersos, el tener que reconstruir a toda una región que perdió sus principales bastiones de producción, entre otras consecuencias producto de aquella hecatombe.
No, definitivamente, en ese catastrófico evento la naturaleza no obedeció a quienes pretendieron erigirse en dioses.
Curadas / Redacción: Pedro Beomón