Efectos del estrés crónico sobre la plasticidad adaptativa del cerebro

Grandes esfuerzos han sido llevados a cabo para entender los componentes psicobiológicos del estrés. Existen evidencias de que procesos como la plasticidad se ven enormemente afectados por muchos factores, entre ellos el estrés

El concepto de estrés impregna nuestra cultura en múltiples niveles. En el lenguaje normal, indica un estado exigente, a veces abrumador, acompañado de emociones negativas.

Para muchos científicos, la palabra estrés está asociada con la caracterización de una respuesta de “lucha o huida” a una amenaza, es decir, una respuesta aguda y adaptativa a un estímulo ambiental. Pero durante los últimos 50 años, la ciencia en general y la neurociencia en particular han expandido estas ideas en muchas dimensiones.

Se conciben las respuestas a la biología del estrés no en términos de generar un estado negativo, sino como un conjunto de mecanismos adaptativos típicamente positivos que mejoran la supervivencia. Igual de importante, se ha llegado a comprender que la biología del estrés no es simplemente un “sistema de emergencia”, sino un proceso continuo: el cuerpo y el cerebro se adaptan a nuestras experiencias diarias, se las llame estresantes o no.

Estas experiencias incluyen la adherencia o falta de ella al ciclo circadiano, si un sujeto se siente solo o socialmente interactivo, su actividad física diaria y si vive en un entorno lleno de gente, ruidoso, peligroso o tiene acceso a espacios verdes y algunas fuentes de paz y bienestar. tranquilidad. Ante esto, se reconoce que el estrés crónico e incontrolable no solo es negativo, sino que puede volverse tóxico, dañando la salud física y psiquiátrica. Por lo tanto, se ha llegado a diferenciar “estrés bueno” y “estrés malo”.

Esta visión de la biología del estrés ha llevado al concepto de alostasis y carga/sobrecarga alostática. La primera se refiere al proceso activo de adaptación y mantenimiento de la estabilidad (u homeostasis) mediante la producción de mediadores, como el cortisol, que promueven la adaptación. Sin embargo, si las perturbaciones en el medio ambiente son implacables, el punto de ajuste de equilibrio debe modificarse a una nueva normalidad, y esto puede ser costoso para el organismo.

“La carga alostática se refiere al precio que paga el cuerpo por verse obligado a adaptarse a situaciones psicosociales o físicas adversas”, cita en un documento publicado recientemente Bruce S. McEwen de la The Rockefeller University de Nueva York.

Este concepto amplio y en evolución de la biología del estrés coloca al cerebro en el centro de la respuesta a la experiencia, ya que integra información sobre el entorno interno y externo y da forma a las respuestas tanto a nivel sistémico como conductual.

El cerebro es un órgano vulnerable que puede resultar dañado por el estrés tóxico, pero también tiene capacidad de plasticidad y resiliencia adaptativas. Esta plasticidad existe a lo largo de la vida, con períodos críticos como la etapa temprana y la adolescencia cuando es particularmente evidente. Las adaptaciones neuronales al entorno son acumulativas a lo largo de la vida, y la función cerebral en cualquier momento posterior de la vida es el resultado de experiencias y alteraciones epigenéticas que tienen lugar antes de la concepción, durante la gestación y durante el desarrollo posnatal.

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