Lo que grita y lo que esconde la llanura por Alexander Lugo

¡El hondo tronío de un Arpa hipnótica!

Ande es mi pueblo, allá me bautizaron a mí
al Indio Figueredo, caraaaacha,
en ese tiempo cuando yo,
corría por ahí y tocaba esas fiestas,
por ahí en San Rafael de Atamaaaica:
Se escuchaba na más que el “troono” del Indio Figueredo.
Era una época…

Empiezo por su primera aparición, el último año del siglo XIX, un 31 de julio se da por cierta la fecha de su llegada a un mundo rural en el corazón de Apure, Algarrobito es el nombre del Fundo de su alumbramiento y por nombre le dan el de Ignacio Ventura, hijo de María Luisa Figueredo y de “Pancho” López. Ella, mujer de faena recia y de imponente figura, cargaba al cinto un revolver, con el que, recordaba Ignacio, “no pelaba”: “Mi mamá era mujer de todo oficio. Era mujer y hombre a la vez, así como atendía a la cocina y al rancho, era muy fina con el revólver, donde ponía el ojo, ponía la bala”. Pancho, el padre, solía tañer la bandola y el bandolín con bastante destreza. “Siempre me gustó el timbre ronco de la bandola” nos dirá su hijo, pero a este lo atrapará por siempre y para siempre el latido trémulo y grave del arpa, instrumento que reinará, junto con la bandola, en las fiestas llaneras.

Bastaría la enumeración de los variados “golpes” que se conocen gracias a la difusión que de ellos diera aquel niño nacido en Algarrobito, mucha de esa música que luego va a definir un género y toda una cultura, son atribuidas a su creación; para tener una dimensión de su gran aporte a la música venezolana. De Ignacio “Indio” Figueredo, con mucha razón, podríamos decir, aquello que decía Don Francisco de Quevedo de sí mismo, que era “Hijo de sus obras y padrastro de las ajenas”. Este corpus de piezas hará todo un repertorio de obligatorio uso, que evidencia las características de un modo de ser en la reláfica de la vida diaria, en las faenas, la contemplación del paisaje, el amor aquerenciado, la confrontación de antagónicos adversarios en la porfía; o el jolgorio ruidoso de expansivos desafueros.

Desde niño, el paisaje del llano y los trasuntos de la llanería lo atraparán, y anidará en su pecho aquella substancia con que luego amasaría la música que, “tejiendo fantasías”, bullirá de las cuerdas del arpa. Y así, con la llanura palpitando en su sien, se hizo becerrero, ordeñador, cabestrero, peón, enlazador, toreador, madrina, puntero, pero lo de él, verdaderamente era el arpa, y con esta, la magia que fluía de sus sonidos de seda.

No había cumplido los doce años cuando se encontró con el legendario instrumento que lo hipnotizó desde la primera tremolada: “Cuando yo tenía 11 años vino un arpista a tocar a mi casa, yo oí aquello que me gustó mucho y me quedó la precaución del arpa”.

Parece que va soñando con la sabana en la sien…

Sólo había bandolas en aquellos tiempos de principios del siglo pasado en el llano apureño, sin embargo un instrumento lo esperaba con paciencia, lo estaba cazando para cautivarlo:

“Yo no conocía el arpa, siempre vi tocar a papá bandola y bandolín, hasta que una tarde que andaba con mi madre vi por primera vez ese instrumento y me enamoré. Yo desde pequeño acompañaba a mi madre, en uno de esos viajes que nos desplazábamos en bongo por el Arauca, vi a un hombre que tenía en sus manos el instrumento, y convencí a mi madre para que me comprara uno”.

Los arcanos ancestrales de sus sonidos le son revelados como por ensueños:

“Fue en San Juan de Payara donde vio por primera vez un arpa y durante toda la noche se mantuvo extasiado viendo tocar al arpista. Esta experiencia bastó para que se despertara su inmensa vocación musical heredada de su padre”.

Una pasión que esperaba por él se desata en bramidos como el Arauca:

“…aprendí, sin que nadie me enseñara, así afiné esa arpa por el oído como si sabía afinarla, entonces empecé a silbar, recordando la música que había escuchado en el llano y empecé a tocar con el arpa la Quirpa, el Seis por derecho, la Guacharaca, el Zumba que zumba, la Chipola, el Pasaje, y así seguí con el tiempo”.

Una música antigua, como un oráculo, esperaba su llegada para revelarse:

“Cuando escuchamos un pasaje, una música de él, creemos, a veces totalmente convencidos, que eso que escuchamos no tiene autoría conocida, es decir, creemos que es anónima, del folklore, del pueblo, ancestral. Esa música, ese golpe, corrío o pasaje, nos traslada a un pasado muy antiguo, ancestral. Tal vez por eso ha existido en muchas ocasiones discusiones sobre la autoría de muchas de sus composiciones. Está tan fundido el “Indio” Figueredo con esa tierra llanera y sus olores, que él es el folklore mismo”.

Las fantasías le venían en las brisadas de los ríos que traían consigo todos los aromas a su paso, haciéndola tan real como un verso olvidado y recuperado. Las tenaces cuerdas del arpa se iban domando ante las caricias sedosas de sus manos, los transportes de tañidos y ‘pajueleos’ buscaban acomodo y se expandían en la telaraña diatónica y el enjambre de venas que tejieron formas y colores dibujando los contornos azules de las tardes:

“Entonces el “Indio” Figueredo lo que hizo fue -y yo me acuerdo que él contaba eso-, que los joropos que él tocaba en el arpa eran joropos que tocaba su papá que era bandolista, eso nos contó el propio “Indio” Figueredo y lo que decía eso de que su papá era bandolista mas no era arpista. No había muchos arpistas en Apure. En Guárico había mucho más arpista que en Apure, entre ellos el gran Cupertino Ríos ”.

Como Una Música Esperada y Antigua

Ignacio “Indio” Figueredo alcanza la dimensión de esa gran figura que reúne todas las vertientes y recoge de todos los afluentes aquellas aguas purificadas y purificadoras de lo que en el llano es música y de los golpes y tramoleos de un arpa que literalmente tronó por todo el llano y se alzó hasta un país que lo descubre atónito para descubrirse a su vez en la consciencia de lo que es la tierra y en el sentido de lo que somos como raza indómita. Trae el “Indio” en el pulso la herencia de todos lo que pasaron antes que él y perfila a los que beberán directamente de su fuente inagotable. Haciéndose en el hacer, el sentido de la tierra, la figura señera de lo pasado, de lo que nos habita y de lo que se asoma y está por venir.

Registrando, en su tañer telúrico, lo que dijeron la brisa y aguas del Apure y todo el inmenso llano. Desde las cuerdas primitivas y principales de José Cupertino Ríos y Ruperto Sánchez, pasando por las finas destrezas en y el bordoneo del viejo Alfredo Tenepe, el “Trineo” yaruro Omar Moreno, la “uña de oro” de Amado Lovera, el tipleteo bandoleao de Pedro Castro, la herencia sabanera de Cándido Herrera, las figuras y el doble plumeo de Eudes Álvarez, el entrevero y todo lo que hizo Joseíto Romero, el bordón cueriao de José Archila, hasta la desmesura de Carlos “metralleta” Orozco.

La huella del “Indio” Figueredo, el del “bordoneo perreao”, con sus “espejismos melódicos”, paradigma del arpa recia con sus bajos omnipresentes, temprano comienza a hacer historia en parrandos llaneros, -mucho antes de pisar un estudio de grabación-, jolgorios propios del llanero donde una música y un palpitar de la poética en las venas del arpa, desgranaban completos alijos de hábitos que se echaban a rodar ante el ímpetu que sacudía toda estructura mohosa que se esparcía; y no dejaba cimientos en su sitio, después de alborotar los briosos cordeles que espantaban sones en bandadas, que brotaban libertos y sin rebusca.

Dejó nuestro arpista una enorme cantidad de temas musicales, tanto aquellos reconocidos de su autoría, como los que trajo del olvido, rescatando, arreglando, o adaptando -La chipola, como otros “golpes”, la aprendió de la bandola de su padre- y nos consagró con sus memorables interpretaciones: Seis por Numeración, Zumba que zumba, Guacharaca, Gaván, Seis perreao, Catira, Gavilán, Carnaval, San Rafael, Quirpa, Pajarillo y Seis por derecho, por nombrar sólo algunos.

Corresponde a este músico, ser llamado, sin titubeos, el surtidor y faro mayor de la canta y la música llanera y principal eslabón de lo que fue durante un siglo completo la tradición sonora y de lo que, a partir de él, apenas comienza a asomarse de nuevas propuestas, toda la música del inmenso llano está cimentada en lo que hizo, deshizo o dejó de hacer este arpista del Cunaviche, nacido en el siglo XIX y fallecido un lustro antes del XXI.

Dijo con su arpa el Indio Figueredo, más de lo que se había dicho y hecho en 180 años, desde las antiguas arpas llevadas por los misioneros a partir de 1722 al corazón del llano, agregándole a esto los casi 100 años que vivió, dejando al menos 400 composiciones. Se puede aplicar a él lo que el poeta Ángel Eduardo Acevedo buriló de Arvelo Torrealba: “Dijo lo que aguas, montes y lejuras de sus correrías le sembraron y le germinaron, lo que callaban y cantaban, simples, los plenos humanos entre cuyas bregas creció”.

La Inmortalidad de sus Andanzas

En la inmortalidad de sus andanzas llaneras, se arrinconan y apagan la voz lacia de los antepasados; y las osadías sonoras que brotaron de su ingenio, aturden y socavan toda una tradición de hábitos y rutinas.

Desde sus inicios se prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo.

En este sentido Alirio Díaz resalta de los aportes del Indio Figueredo: “Lo interesante de esta música está en la gracia de su ritmo de danza, suave e hipnótico que constituye la manifestación más fiel y profunda del pueblo venezolano”.

El guitarrista Alirio Díaz, uno de estos grandes orgullos de lo nacional, considerado en su momento entre los más importantes ejecutantes de su instrumento, de todos los tiempos, estudió con fervor a nuestro arpista del Cunaviche; y revisó y arregló fantásticamente su música, reflexionando acerca de su impronta de esta manera:

“Esta importante figura de los llanos de Venezuela fue un Poeta que no podía ni leer ni escribir y un músico de talento y virtuosidad excepcionales que nunca recibió entrenamiento formal en estudios musicales y que fue, sin embargo, el maestro del arpa criolla”. Así lo sentenció ese otro gran maestro, en este caso de la guitarra mundial, Don Alirio Díaz.

Y es que el “Indio” será el poeta por excelencia de lo que grita y de lo que esconde la llanura, su intérprete de mayor clarividencia. “Haber mirado las antiguas estrellas, haber mirado esas luces dispersas, haber sentido el círculo del agua en el secreto aljibe, el olor del jazmín y la madreselva, el silencio del pájaro dormido, la humedad… -esas cosas acaso son el poema”, (J. L. Borges). Por todas sus inventivas sonoras menudean fehaciente su llanería. “Como un grato declive, como una música esperada y antigua”.

Por los Rumbos Instantáneos del Entrevero Este recuperado destino de aquel niño de Algarrobito, de Cunaviche, de San Juan de Payara, de Achaguas, de San Fernando de Apure…, de la Venezuela espiritual que se encontró insólita con su herencia y su camino, perdura por siempre, y permanece en mí memoria. Como cuando lo escuché aquella noche de mágicos embrujos, que son ahora más un sueño recurrente que un palpable instante que me envolvió, cuando un Arpa bajo las manos tenaces del “Indio”, dijo lo mismo que las palabras; y ellas decían:

Se oye un lamento en la noche / un rugido en la sabana
el lamento del carrao / y el rugío de la guacaba
se escucha tronar un arpa / a las tres de la mañana
las parejas bamboleaban / con sus parejos que cargan.
Vienen los claros del día / el quesero que me llama para ordeñar a las vacas / y echarlas a la sabana.

Alexander Lugo Rodríguez / 31/07/2021

Curadas | Vía Di-Sonancias

Somos Curadas.com Tu compañía en información

¿Qué opinas?