En la amígdala del cerebro es donde los miedos tienen su origen. Lo cierto del asunto, aunque nos incomoden, es que los miedos ayudan al individuo a mantenerse vivo.
Los miedos más profundos: ¿de dónde vienen?
¿A qué se deben?
Se conoce la sensación.
Quizás es por escuchar una historia sobrenatural o por caminar por un oscuro callejón. O porque a una persona le toca hablar en público.
Las pupilas se dilatan, la respiración se acelera al igual que los latidos del corazón y hasta los intestinos se sienten inquietos.
¿Es posible vivir sin miedos?
Enterémonos cuál es el origen de los miedos más profundos.
Los miedos más profundos: ¿Cuál es su procedencia?
De todas emociones el miedo es quizás la que menos el hombre quisiera experimentar.
Puede ser incontrolable y a veces impide al individuo hacer lo que quisiera. Pero, ¿sirve de algo tener una reacción tan desventajosa?
Al igual que otras emociones, el miedo surge de la amígdala, en el cerebro.
Los estudiosos alegan que se trata de una emoción útil porque hace a la persona alejarse de las situaciones peligrosas.
Los miedos más profundos: Ejemplo de alguien sin miedo
Tomemos como ejemplo a una paciente a la cual llamaremos «X».
X es una mujer normal en mucho aspectos de su vida. Pero hay una salvedad: siendo niña padeció de una enfermedad que destruyó su amígdala.
Como resultado X no le teme a nada. Es incapaz de sentir miedo.
Co consecuencia no le teme a hablar con desconocidos y las películas de terror más espeluznantes solo le provocan curiosidad.
Como tampoco se aleja de lugares peligrosos, X ha sido víctima de asaltos en diversas ocasiones.
Los incidentes de violencia que ha sufrido son reiterados porque su condición no le permite identificarlos, y tampoco se percata de expresiones de susto u hostilidad en los demás.
Tampoco muestras signos de urgencia que la conduzcan a buscar ayuda.
Los miedos más profundos y comunes
Resulta que el miedo, simple y llanamente, ayuda a los sujetos a mantenerse vivos.
Sin embargo, si eso es cierto, ¿por qué se le puede tener miedo a prácticamente cualquier cosa, aunque no ponga a la persona en peligro mortal?
Entre los más comunes se encuentra el miedo a hablar en público. Hay quienes le tienen miedo a los payasos e incluso a entes que no existen, como los fantasmas.
La siguiente podría ser la explicación.
De acuerdo con los expertos de las ganas de no morir surgen varios miedos fundamentales o «aversiones innatas».
No existe un consenso de cuántas aversiones innatas hay, pero entre ellas se encuentran cinco situaciones que producen una respuesta de miedo sin que haya que aprenderla.
Ellas son el caer, los ruidos fuertes, el dolor, la asfixia y el aislamiento.
Por cierto, de todos estos miedos el más profundo es la asfixia.
El cerebro y sus misterrios
Volviendo a X imaginemos una situación que la hizo entrar en pánico: se le suministro dióxido de carbono y sintió que se ahogaba.
Sucede que tal miedo no lo controla la amígdala sino el mesencéfalo y el tallo cerebral.
Pero para los demás, cualquiera de las referidas situaciones significa una amenaza para la vida y se trata de evitarlas a toda costa.
Los miedos que se van construyendo después resultan de asociaciones que se forjan entre las aversiones innatas y otros estímulos.
Si de niño se le tiene miedo – o todavía se le tiene – a la pantufla de la progenitora es porque venía acompañada de un sonido fuerte y de la promesa de dolor.
Miedo a hablar en público
Por su parte, el temor a hablar en público es muy común y forma parte de los miedos sociales. En el fondo conlleva la pena a hacer el ridículo. Es miedo a ser juzgado por los demás y a la segregación.
En el fondo es un miedo al aislamiento.
Un miedo que no se tiene al nacer pero que se desarrolla durante la infancia temprana es el temor a lo desconocido.
Se manifiesta en forma de miedo a la oscuridad.
Los fetos y los recién nacidos no tienen problema con la ausencia de luz, pero aprenden que en la oscuridad se pueden presentar peligros que no se pueden ver.
A eso hay que sumarle la sensación de aislamiento que genera la oscuridad.
Conforme el individuo va creciendo nota que las cosas se pueden ordenar en patrones predecibles, en causas y consecuencias y en formas regulares.
Entonces, surge el miedo a lo anormal e impredecible.
Entre monstruos, fantasmas y demonios
Veamos este ejercicio: se sale de un lugar donde se acaba de hablar con una persona y se entra a otra habitación que se cree vacía. Mas, de repente aparece el sujeto con quien se acababa de conversar.
Ese rompimiento de la lógica causaría tremendo susto.
Podría ser que de estas reacciones a las anomalías también proceda el miedo a los monstruos imaginarios y a los payasos.
Otros miedos aprendidos relacionados con lo anormal son los que están vinculados con fantasmas, demonios y demás creencias sobrenaturales.
Se escuchan historias de espantos en las cuales cosas horribles les suceden a personas que están aisladas y en la oscuridad, y se aprende a temer a seres que jamás se han visto.
No obstante, si es una sensación tan desagradable, ¿por qué se observan películas de terror?
Sensación desde bebés
Otra verbigracia: se ha probado que el miedo a caer se tiene desde bebé.
Aún siendo mayores se experimenta vértigo y se suda frío cuando vemos a alguien hacer acrobacias en las alturas. Pero se siente alivio al final cuando el cerebro libera la preciada dopamina.
Lo mismo sucede con el cine de terror: después de pasar mil sustos se sale del cine sano y salvo.
Además, se trata de una experiencia social: experimentar sustos en compañía de otro crea vínculos entre personas.
Así que los miedos más profundos vienen de la necesidad de permanecer vivos.
Pero hay otros miedos que son aprendidos, que no necesariamente tienen fundamento y que pueden evitar que el individuo alcance sus metas.
El caso es que exponerse a esos miedos de forma gradual puede demostrar que no hay nada que temer y así poder superarlos.
Tomado de CuriosaMente, Tu Proyecto de Vida, Área Humana.
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